martes. 19.03.2024
AMLO

No hay un solo dirigente en México que concite más apoyo y a la vez más rechazo que López Obrador

Se ha roto el maleficio en México. La izquierda tendrá la oportunidad de gobernar. O al menos una cierta izquierda, la que representa una figura incombustible, contradictoria, polémica y, para algunos, cercanos y opuestos, imprevisible.

Andrés Manuel López Obrador ha barrido a la tercera: veinte puntos más que su principal oponente, el derechista Ricardo Anaya, y seis adicionales con respecto a Meade, el candidato del eterno y ya casi irreconocible PRI. Atrás quedan los intentos fallidos de 2006 y 2012, por la desconfianza de una mayoría de electores o por las trampas de un sistema esencialmente tramposo: nunca pudo acreditarse. AMLO (acrónimo por el que le conoce todo el universo político-mediático) cumple el designio de su vida, que excede la ambición personal, para conectar con una misión nacional: acabar con la resignación que impregna el sentimiento profundo de millones de mexicanos. Convencerse de que el cambio es posible.

LA ILUSIÓN DEL CAMBIO

López Obrador no ha ofrecido un programa detallado. No es un tecnócrata, es un visionario

No hay un solo dirigente en México que concite más apoyo y a la vez más rechazo. Así las cosas, estaríamos anticipando un periodo de fuerte polarización. Algo así como una vía venezolana. Nada más lejos de ello. López Obrador ha sido definido como populista por no pocos analistas y observadores, rivales, neutros y algunos próximos ideológicos. Lo es sólo en tanto en cuanto es el líder político mexicano que mejor conoce y más conecta con la sensibilidad popular. Pero puede acreditar sensatez de gestión. Gobernó la capital federal justo en el inicio del cambio de centuria y lo hizo con pragmatismo. Sin más estridencias que su retórica. Sentó las bases de una ciudad más segura y limpia, estableció puentes y ofreció resultados. Algo que nunca pensaron sus rivales y enemigos que pudiera hacer (1).

Después de esa etapa, los fracasos por alcanzar la presidencia agudizaron su perfil más bronco, alimentaron su frustración y extendieron la sospecha de su disolución en el ánimo impotente de la revancha. Pero AMLO conjuró todo ello con el principal rasgo de su carácter, como ha visto muy bien el intelectual Jesús Silva Herzog: la tenacidad (2). Que es lo contrario de esa resignación antes mencionada como lastre del espíritu colectivo nacional.

López Obrador no es un ideólogo, si por tal se tiene a un líder que defiende un cuerpo doctrinario de ideas inspirador de propuestas programáticas reconocibles. No es un hombre de partido (ha militado en varios, los ha dirigido, creado, usado y abandonado). Ha construido su proyecto en torno a su carisma, o mejor a su infatigable propósito. Este preponderancia de lo personal sobre lo político, lo partidario, lo ideológico o lo doctrinal es lo que sirve a no pocos para propalar prevenciones sobre una temida deriva autoritaria en su mandato (3).

Para buena parte de la mayoría absoluta que lo ha votado (54%), esas prevenciones han quedado relegadas a la necesidad de un cambio, de un giro en el destino nacional. No radical, pero sí nítido, reconocible, contrastable.

López Obrador no ha ofrecido un programa detallado. No es un tecnócrata, es un visionario. No apela tanto a la racionalidad, cuanto al sentimiento, a la motivación. No confía ni poco ni mucho en las instituciones (que él moteja como la “mafia del poder”), demasiado contaminadas, ciertamente, sino en el compromiso personal. En el principal caballo de batalla de su mensaje, el combate contra la corrupción, AMLO no ofrece un arsenal estructurado de medidas, sino su ejemplo particular. Como él ha sido y es honesto, algo que nadie discute, se confiesa convencido de que su actitud virtuosa se filtrará hacia por  todo el cuerpo político e impregnará el conjunto de la vida nacional. Esta concepción es lo que ha llevado a los Krauze, estandartes de ese liberalismo elitista que es celebrado fuera pero poco entendido dentro, a calificar el discurso de Obrador como “pensamiento mágico” (4).

Ciertamente, hay en el  lenguaje de AMLO una dosis excesiva de buenismo, o de virtuosismo. Se comprende que, para muchos intelectuales, incluso los de izquierda, esto sea una manifestación de demagogia. Pero para una amplia mayoría de las capas populares, ese lenguaje es creíble, ilusionante. De eso se trata y ése ha sido el principal motivo de su triunfo.

Algo similar ocurre con el resto de sus propuestas ante los grandes desafíos de México: la desigualdad (y su corolario, la extrema pobreza); el estancamiento económico endémico; la triada perversa que forman el crimen organizado (y organizador), la violencia y la impunidad; la debilidad institucional; la fragilidad del sistema educativo; y las contradictorias y explosivas relaciones con el vecino del norte (5).

LAS INCÓGNITAS DE UN PROYECTO INDEFINIDO

Obrador cree tener una herramienta menos expuesta pero bastante acreditada en su carrera: el pragmatismo

Las soluciones que AMLO propone no superan el umbral de las promesas, dicen con cierta razón sus críticos. Poca o muy poca concreción. Mucho voluntarismo. La confianza popular puede quebrarse demasiado pronto si los resultados positivos se hacen esperar y la inveterada resignación puede ahogar la impetuosa ilusión.

Para conjurar este riesgo, Obrador cree tener una herramienta menos expuesta pero bastante acreditada en su carrera: el pragmatismo. Como alcalde del DF negoció y se entendió con empresarios, con magnates, con los que resuelven problemas o tienen capacidad para hacerlo. Como no es un ideólogo, tal maridaje no le produjo problemas de conciencia. No ha tenido empacho en recibir apoyo de sectores evangelistas, que conectan con su visión conservadora en materia de valores. Parece haber pactado con figuras del mundo económico para espantar fantasmas chavistas que nunca han sido de su gusto (6). Quiere revisar ciertos aspectos de la privatización del entramado petrolero, pero parece haber renunciado a sus antiguos postulados de una férrea renacionalización.

Con los cárteles del narcotráfico, también se espera que sea cauteloso, que no blando (no lo fue como alcalde de la capital). Pero tampoco suicida o aventurero. Pretende unificar los aparatos de seguridad, ponerse al mando, seguir de cerca estrategias y operaciones de calibre. Pero no desaprovechará cualquier ventana que ofrezca un respiro después de 30.000 desaparecidos en una década y 25.000 muertos sólo el año pasado.

Con Estados Unidos tiene otro reto mayor. Por carácter, podrá entenderse con Trump, al que sabrá hablar con un lenguaje que en cierto modo comparten, como indicaría su primera conversación tras las elecciones (7).  A los dos dirigentes periféricos del sistema les separa un abismo, pero les unen ciertos instintos. Los dos grandes desafíos bilaterales son la inmigración y el tratado comercial NAFTA (que incluye a Canadá).

México ya no exporta tantas personas como antaño hacia el norte, como pretende Trump con su tramposo lenguaje. La gran mayoría de las personas que quieren alcanzar el engañoso ELDORADO son centroamericanos atormentados por la pobreza o la violencia. México es la plataforma de paso, el salto intermedio y, a veces, el destino provisional de muchos de estos infortunados. Hay un océano de entendimientos posibles y un riesgo muy alto de malentendidos entre México y Washington en esta materia (8). El muro de Trump es sólo uno más de los obstáculos que amenazan con envenenar más las relaciones de vecindad.

El dossier comercial es espinoso y puede ser motivo de la primera crisis del mandato de AMLO. Algunas propuestas de autoabastecimiento agrícola que surgen de la experiencia personal del presidente electo en las regiones del atrasado sureste del país pueden chocar con los intereses exportadores de los granjeros norteamericanos.

En definitiva, las esperanzas y los interrogantes se alinean como fuerzas impetuosas pero contrapuestas en el horizonte del cambio en México. Como siempre, todo el tiempo dirá si el país de Juárez y de Madero encuentra por fin el camino de la justicia social o vuelve a naufragar en el pantano de las ilusiones perdidas.


NOTAS

(1) “López Obrador, an atypical Leftist, wins Mexico presidency in landslide”. AZAM AHMED y PAULINA VILLEGAS. THE NEW YORK TIMES, 1 de julio.
(2) “La tenacidad de López Obrador. JESÚS SILVA HERZOG. EL PAÍS, 27 de junio.
(3) “López Obrador and the Future of the Mexican Democracy. Will He Further Erode the Checks of Executive Power? FOREIGN AFFAIRS, 2 de julio.
(4) “The magical thinking of Mexico’s new President”. LEON KRAUZE. THE WASHINGTON POST, 2 de julio.
(5) “Lopez Obrador: five things in the president-elect’s inbox”. BBC, 2 de julio.
(6) “Andrés Manuel López Obrador is no Hugo Chávez”. PAUL IMISON. FOREIGN POLICY, 17 de abril.
(7) “Trump and Mexico’s new leader, both headstrong, begin with a ‘good conversation’”. THE NEW YORK TIMES, 2 de julio.
(8) “What if Mexico Stops cooperating on Migration? Why U.S Needs to Engage constructively. ANDREW SELEE. FOREIGN AFFAIRS, 3 de julio.

Expectativas e incertidumbres en torno a AMLO