martes. 16.04.2024
violín

El caos y el horror cunden en la cubierta. Los botes salvavidas no alcanzan ni para la mitad del pasaje. Son las últimas horas del 14 de abril de 1912. El Titanic acaba de impactar contra un iceberg, y poco tiempo le queda para precipitarse al fondo del océano Atlántico. Sin embargo los gritos y los llantos de los más pequeños no logran aplacar el sonido del violín de John Law Hume, el más joven músico de la orquesta que alienta a sus compañeros a ejecutar la última melodía: “Mas cerca de ti, Señor”.

La decisión de los músicos del Titanic se trató de un acto de nobleza y heroísmo. Tocar hasta las últimas consecuencias para amenizar la tragedia. Una actitud que refleja la valentía ante el horror de quienes se encontraban al borde de la muerte.

Como el joven John Law Hume antes de ser tragado por las aguas del océano, el presidente argentino ha decidido colocarse el violín al hombro. Pero en su caso no se trata de un acto de heroísmo y valentía. Es decir que la alegoría solo es precisa si se tiene en cuenta que en el caso del Titanic, la melodía del violín sólo sirvió para hacer menos terrible un destino que nadie negó, que nadie desconoció, y al que todos debieron aceptar. 

El violín del presidente no pretende suavizar la tragedia, sino negarla. La pose zen de Macri se contrapone con la virulencia con la que los medios internacionales anticipan el desastre argentino

Argentina hace aguas por todos lados. Macri fue directo al iceberg ni bien obtuvo el timón. La grieta ahora es irreparable; y para colmo de males los botes salvavidas han sido entregados al FMI como parte de la deuda contraída. Quizás por esta razón, esta semana el presidente argentino ha abandonado por un instante su rol de capitán para tocar un rato el violín, y endulzar a ese par de oídos que aún dan por buenas las desafinadas notas que –sin ruborizarse- de vez en cuando ejecuta el primer mandatario. “Tranquilos, está todo bien”, dijo con una sonrisa, mientras las acciones argentinas se desplomaban en Wall Street, el dólar superaba los 30 pesos, la actividad industrial caía a niveles de 2001, el riesgo país trepaba a los 704 puntos, los economistas adelantaban el default, la inflación se transformaba en hiper, el hambre en desnutrición, el desempleo en pobreza y los despidos en represión.

John Law Hume tuvo un gesto de grandeza al pretender suavizar la tragedia mediante un repertorio que no se detuvo hasta que el barco se fue a pique. Con su propio violín al hombro, Mauricio Macri toca una y otra vez; pero en su caso lo hace con el fin de silenciar la realidad, de negarla, de invisibilizarla. El presidente argentino ni siquiera posee repertorio propio, sino que repite una única melodía que los intérpretes de sus medios de comunicación ejecutarán luego con grandes caracteres: “Tranquilos, está todo bien”, la misma melodía en cuyo estribillo reza “vendrá la lluvia de inversiones”, “derrotar a la inflación es muy fácil”, “lo peor ya pasó” y “el crecimiento vendrá en el segundo semestre”; una canción que ya sólo canta el personal de a bordo.  

El violín del presidente no pretende suavizar la tragedia, sino negarla. La pose zen de Macri se contrapone con la virulencia con la que los medios internacionales anticipan el desastre argentino. Algunos miembros del equipo de gobierno ya se apuran a abandonar el barco. Al blindaje mediático se le filtran lentamente las turbias aguas de la realidad, mientras en los programas de la tarde suena una y otra vez esa desafinada melodía: “Tranquilos, está todo bien”; un viejo éxito que ya no consigue ocultar el fracaso, ni evitar el natural pánico de los instantes previos al hundimiento.

Macri y el violinista del Titanic