jueves. 25.04.2024
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L.R. Beltrán en su estudio de La Paz (Bolivia)

El 11 de julio de 2015 nos dejaba el padre de la comunicología de la liberación, se iba el Moro mayor Luis Ramiro Beltrán Salmón.

Hace un año le dediqué una entrada que se quedó en el viejo pateras al sur y que por méritos propios, y porque el campo de la comunicación le está echando mucho de menos, es de justicia incluir en estas otras pateras que nos llevan hacia ese Sur que tiene que recuperar su lugar. Uno que nunca ha perdido pero que, como decía Benedetti, tenemos que reivindicar y que construir a través de “un nuevo canal sin exclusas ni excusas, que comunique por fin tu mirada atlántica con mi natural pacífico”. La comunicación del maestro Beltrán construía esos canales.

Como pionero de la llamada Escuela Crítica Latinoamericana, Luis Ramiro puso en cuestionamiento la comunicación dominante, aquella que imponía creencias y miradas que hacían que el imaginario social estuviera condicionado por el sistema imperante. Su propuesta buscaba la libertad y la justicia social a partir de la comunicación.

Hoy le seguimos echando de menos. Por eso quiero recordar lo que escribí cuando me enteré de su muerte y que fue publicado en Desde Abajo.

La vida se empecina en dejarnos sin las grandes personas, sin los grandes seres humanos. Se nos ha ido uno de esos intelectuales de los pies a la cabeza, alguien que nos ha dado siempre mucho más de lo que jamás nos ha pedido.

No quisiera haber tenido que escribir esta nota, al menos no ya, no tan pronto, no sin haber vuelto a visitarle y compartir con él uno de esos agradables momentos que suponía la compañía de Moro Mayor.

Luis Ramiro Beltrán Salmón, hijo de Betshabé Salmón y de Luis Humberto Beltrán, nació en Oruro (Bolivia) en 1930 y ha fallecido en la capital boliviana el 11 de julio de 2015 a los ochenta y cinco años de edad.

En agosto del año pasado la Corporación Universitaria Minuto de Dios, de mano de su decana de Comunicación, Amparo Cadavid, le dedicó un más que merecido homenaje en el marco de la VIII Semana Internacional de la Comunicación.

En septiembre de ese año, mi amigo Manuel Chaparro estuvo en Bogotá presentando otra distinción a la obra de Luis Ramiro, el primer libro que recoge una antología de todos sus textos. En esa Comunicología de la liberación, desarrollismo y políticas públicas, editado por el Laboratorio de Comunicación y Cultura ComAndalucía de la Universidad de Málaga, Chaparro nos alerta del ingenio y la habilidad de los habitantes de Oruro, unas cualidades que hacen que no nos pueda extrañar que fuera un boliviano nacido allá “quien se atreviera a darle la vuelta al paternalismo difusionista estadounidense y hacerles comprender y recordarles que la información no es comunicación, que comunicación es un diálogo entre iguales y las tecnologías de la información deben facilitar ese diálogo de la construcción social permanente, que su modelo comunicacional debía ser corregido y transformado para recuperar la dirección correcta.”

Ese mismo mes, CIESPAL, de la mano de su director Francisco Sierra, y la Universidad Católica Boliviana San Pablo, por medio de su rector Marcelo Villafane, le concedieron, en un acto celebrado en La Paz, sendas medallas de honor en reconocimiento de su obra y su trayectoria humana y profesional.

Beltrán nos ha enseñado que “Lo que ocurre a menudo bajo el nombre de comunicación es poco más que un monólogo dominante en beneficio del iniciador del proceso (que en la mayoría de los casos no llega a ser más que una transmisión). La retroalimentación no se emplea para proporcionar la oportunidad del diálogo genuino. El receptor de los mensajes es pasivo y está sometido puesto que casi nunca se le brinda la oportunidad proporcional para actuar al mismo tiempo como verdadero y libre emisor; su papel esencial es el de escuchar y obedecer. Tan vertical, asimétrica y cuasi-autoritaria relación social constituye, a mi modo de ver, una forma antidemocrática de comunicación… debemos… ser capaces de construir un nuevo concepto de la comunicación, un modelo humanizado, no elitista, democrático y no mercantilizado.”

Luis Ramiro puso todo su esfuerzo y conocimiento en elaborar una estructura teórica que colaborara a esa construcción. Un edificio cuyos cimientos, en compañía de los aportados por otros grandes arquitectos como Díaz Bordenave, Freire, Kaplún, Martín Barbero o Pasquali, han puesto el campo de la comunicación en un lugar destacado y preeminente de las ciencias sociales.

La comunicación, esa “trama de la sociedad y savia de la cultura” según sus propias palabras, creció y cambió con los aportes hechos desde el compromiso y el pensamiento crítico por uno de los más grandes teóricos que ha tenido la academia latinoamericana.

Como él decía, ha sido en América Latina en donde “han sobrevivido, en algún grado y en varias formas, la voluntad y la capacidad para reinventar la utopía de las políticas (públicas de comunicación) frente al sombrío panorama de la era digital”. Así que esta tierra, la suya, y el mundo le deben honores de maestro al padre de la comunicología de la liberación.

Tuve la inmensa suerte de conocerle personalmente en La Habana, en 2009, en el marco del encuentro de FELAFACS; después en La Paz, en septiembre de 2013, abriéndome su casa con esa generosidad tan suya y regalándome, en agradecimiento por la visita, algunos de sus libros que firmó con dedicatorias en las que plasmaba su cariño y me animaba, como maestro y como colega, a continuar con mis estudios y mi labor comunicativa.

Uno de esos textos que me regaló y dedicó fue Mis primeros 25 años, memoria ilustrada y breve, en la que Luis Ramiro recorre el primer cuarto de siglo de su vida y que le dedica a sus tres seres más queridos: el periodista orureño Luis Humberto Beltrán, la periodista paceña Bethsabé Salmón y su amiga y esposa Nora Olaya. En el prólogo, Luis Urquieta nos habla de ese comunicador que alcanzó insospechadas cumbres y nos exhorta “a quienesquiera que ostenten el privilegio de su amistad” a que nos persuadamos “de la profundidad de sus saberes” y de “la densidad de sus virtudes”.

Le hago caso al prologuista, sus saberes han sido fundamentales para esa otra comunicación, la que él llamaba “alternativa para el desarrollo democrático”; a mí, personalmente, me han acompañado y me han iluminado en mi formación como comunicador y como persona. Gran parte de lo que sé y lo que intento transmitir se lo debo y se lo deberé siempre a él.

Me tomaré en su honor una de esas “cocadas” colombianas que tanto le gustaban a él y a su querida Nora.

Gracias por todo, maestro.

Luis Ramiro Beltrán Salmón, comunicólogo y comunicador