jueves. 28.03.2024
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@jgonzalezok | La imagen de la ex presidente argentina, Cristina Fernández, se desplomó en las últimas semanas como consecuencia del último gran escándalo que afectó a uno de sus funcionarios, el ex secretario de Obras Públicas, José López, sorprendido cuando intentaba ocultar bolsos con unos 9 millones de dólares en un convento. Según el diario La Nación, en el gobierno se Macri se analizó una reciente encuesta, encargada por el propio gobierno, que indicaría que el caso López tuvo un efecto devastador sobre la imagen y la intención de voto de la ex mandataria.

El pasado 10 de diciembre Cristina Fernández había abandonado la presidencia argentina asegurando que su espacio político no había perdido las elecciones, forzando los números para asegurar que, en realidad, había empatado. Una forma de tratar de quitar legitimidad a la elección de Mauricio Macri. Ya entonces la ex presidente estaba lejos del 54 % de votos que había sacado en las elecciones de 2011, pero conservaba un nivel de apoyo nada desdeñable, en torno al 30 %. El día antes de desalojar la Casa Rosada, protagonizó un impresionante acto político, demostrando que el peronismo tiene una capacidad importante de movilización aún en los peores momentos.

Cristina Fernández no conoció el conocido síndrome del pato cojo o pato rengo, que afecta a la mayoría de los presidentes al finalizar sus mandatos, cuando no hay reelección posible. Mantuvo un poder absoluto hasta el último momento, llegando incluso a tomar decisiones de último momento que afectarían al gobierno de Mauricio Macri, como nombramiento de embajadores y miles de empleados públicos.

Pero al irse perdió también el monopolio del relato, la caja –que usaba a discreción, para premiar, disciplinar y castigar- y, lo más importante, la posibilidad de influir sobre jueces y fiscales, muchos de los cuales actuaron con miedo o por militancia política. Pero en estos meses se comenzaron a reactivar muchos expedientes que permanecía dormidos, en algunos casos por años.

Dos fechas han marcado hasta ahora el declive aparentemente irremediable del kirchnerismo, el régimen político que gobernó Argentina entre 2003 y 2015. La primera es el 15 de marzo pasado, cuando un canal de televisión difundió imágenes de una cámara de seguridad en las que se ve cómo Martín Báez, hijo mayor del socio y/o ex testaferro de los Kirchner, contaban millones de dólares, producto de la corrupción. La segunda, el 14 de junio, cuando es detenido el ex secretario de Obras Públicas José López, cuando pretendía esconder en un convento unos 9 millones de dólares, un botín que también se explica por la corrupción.

En el medio de esas dos fechas, el 13 de abril, hubo una breve reaparición pública en Buenos Aires de Cristina Fernández, cuando debió declarar en una causa judicial. Y que aprovechó para hacer un acto político frente a los juzgados, donde se declaró una perseguida política y lanzó la idea de un frente ciudadano para oponerse al gobierno de Macri, pero no aclaró nada sobre las numerosas acusaciones de corrupción.

Las elecciones de finales del año pasado no solo significaron la pérdida del gobierno, también hubo un retroceso del kirchnerismo en algunos de sus bastiones, como la provincia de Buenos Aires. En el Congreso, último foco de resistencia, el grupo parlamentario del FpV (Frente para la Victoria) comenzó también a diluirse: en diciembre tenía 98 integrantes y 11 aliados, y lo manejaba el grupo más próximo a la ex presidente. Hoy tiene 70 miembros y dos aliados. Aún peor es la situación del kirchnerismo en el Senado y en la legislatura de la provincia de Buenos Aires.

El kirchnerismo fue perdiendo una tras otras de las batallas parlamentarias que ordenó dar Cristina Fernández a golpe de teléfono desde El Calafate. Y en cada una perdió, además, diputados que abandonaron el grupo parlamentario. Sucedió en el acuerdo con los fondos buitre, en la ley de blanqueo de capitales, o en la reciente votación para autorizar el allanamiento de la vivienda del ex ministro de Planificación, Julio De Vido.

Los últimos en abandonar fueron los diputados del Movimiento Evita, uno de los grupos que integraban el núcleo duro del kirchnerismo, que no pudieron soportar las imágenes de López y la falta de autocrítica después de la derrota de las pasadas elecciones. A cada desgarro surgen las acusaciones de traición. 

De siete gobernadores peronistas, solo tiene el respaldo de su cuñada, Alicia Kirchner, gobernadora de Santa Cruz. Y el Partido Justicialista –denominación legal del peronismo- se deskirchneriza a marchas forzadas, con la vista puesta en las elecciones parlamentarias de 2017.

La ex presidente, que estos días debió soportar el allanamiento de sus casas en el marco de una de las investigaciones por corrupción, reacciona cada tanto vía Twitter o Facebook, alegando que es todo una maniobra política y una venganza “orquestada por el Partido Judicial (sic), el gobierno y los medios hegemónicos (…) para distraer a la población mientras el ajuste y la debacle económica aumentan la pobreza, la desigualdad y la inseguridad de manera ya inocultable y exponencial”. El notable columnista y escritor Jorge Fernández Díaz afirma: “no los persiguen por leer La Razón de mi Vida –las memorias de Evita- sino por violar el Código Penal”.

Cristina Fernández no se hace cargo de ninguno de sus ex funcionarios. En el caso de López, llegó a decir: “El dinero que el ingeniero López tenía en su poder, alguien se lo dio, y no fui yo. Ni ninguno de los miles de militantes que integran este espacio político”. López trabajó muchos años junto a los Kirchner, desde que Néstor era gobernador de la provincia de Santa Cruz y fue la mano derecha del ministro de Planificación, Julio De Vido, también investigado en varias causas.

Intelectuales que apoyaron el kirchnerismo, artistas y otros sectores que se dicen sorprendidos por las noticias de corrupción, como el caso López, en el pasado tacharon de golpistas y destituyentes a los periodistas que ya informaron de estos mismos casos de corrupción, pero que los jueces temerosos del poder no se atrevían a investigar o, simplemente, encubrían.

La pérdida de poder político fue simultánea con el desmantelamiento del poderoso aparato de medios que había montado el kirchnerismo, los oficiales y los que empresarios amigos montaron con dinero público, vía publicidad oficial otorgada discrecionalmente.  

El Kirchnerismo se diluye a solo seis meses de dejar el poder