sábado. 20.04.2024
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Cultura y vida pintada en una calle de Bogotá.

La vida de la gente del común no tiene un importe muy elevado. ¿Cuánto vale la vida? Invito a investigar cuántas personas mueren al día en el mundo por causas distintas a la muerte natural. Seguramente que la cifra nos dejaría pasmados. O quizá no tanto, porque es tal el número de muertes diarias que nos vamos “acostumbrando”.

A ello contribuye un cierto afán de los medios por seguir considerando noticioso las malas noticias, aquellas que conllevan víctimas de cualquier tipo. Y dependiendo del sitio donde se pierdan las vidas son más o menos lloradas e informadas. Por lo general, el valor de la vida no alcanza siquiera al esfuerzo que supone su regulación por las distintas legislaciones que nos gobiernan.

Un incendio, las más de las veces intencionado; una pelea por unos colores cualesquiera, deportivos o políticos; un viaje en patera buscando un sueño; una explosión provocada por cualquier medio en lugares perdidos o “civilizados”; un derrumbe en una mina; un accidente de automóvil; un ataque xenófobo por cualquier sinrazón; una hambruna, evitable pero consentida, o la violencia machista contra el género que nos da la vida, todas esas categorías nos muestran el poco valor de la vida humana. En muchas ocasiones, la información, que nos desinforma; el derecho, que tuerce las leyes; el arte, que plasma la vida y la muerte; la religión, que propaga ambas, y la filosofía, que cree combatirlas desde posturas inamovibles, legitiman esas violencias. Lo que hace restar valor a la vida humana, y si ésta no nos importa cómo darle importancia a la del resto de los seres vivos de la Tierra.

La vida tiene su principal fundamento en lo social, en compartir en comunidad, en el respeto y la solidaridad que debería ser lo más preciado de un ser humano que existe porque es reconocido y que muere un poco cada vez que es ignorado o excluido. Es cierto que también hay personas que, para buscarle sentido a la existencia, arriesgan su vida para salvar otras; y otras que ponen en peligro la propia para alcanzar un éxtasis en lucha abierta con la naturaleza.

Pero la vida cuesta lo que queramos que valga. A pesar del empeño de los poderes por negarla. En la relación de más arriba faltaban las pérdidas, humanas y naturales, que producen quienes nos mandan. Sí, porque disfrutamos de una libertad relativa y condicionada que nos coartan como si nos la regalaran cuando les interesa dárnosla. Tortura física y psicológica, pena de muerte, privación de derechos, extorsión, corrupción y obligaciones inequitativas que favorecen al poderoso y perjudican al empobrecido.

Si vivir es lo más difícil que tiene la vida, pelear por ella desde posiciones subordinadas es más complicado y arduo. Sobrevivir en situaciones de violencias estructurales y culturales, que se obvian bajo políticas de ley y orden, es a lo que está abocada una parte muy importante de la población. Las iniciativas políticas buscan atacar solamente las violencias directas, respaldando actuaciones injustas con discursos que justifican sus crímenes pero prohíben y persiguen los de los demás. Recuerdan sus derechos y olvidan los de las demás personas, convirtiendo aquellos en deberes para éstas.

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Tierra y vida en una pintada en Bogotá

Estamos rodeados y llenos de violencias, de injusticias y, lo peor de todo, de ignorancias. Lo que hace que nos creamos una clasificación de las vidas en función del “valor” dado por quienes detentan un poder que nos intenta convencer de que las vidas importantes son las que se ajustan a los modelos occidentales, aquellas que siguen tradiciones masculinas, blancas y judeo-cristianas.

Pero la vida vale lo que humanamente nos da e injustamente nos quitan. Toda vida cuesta lo mismo que cualquier otra y su valor es su propia existencia e identidad. La vida sí vale, aunque nos cueste vivirla y defenderla. Así que vive tu vida y respeta las otras, las diferentes, las de toda la naturaleza que nos da sentido.

El valor de la vida