jueves. 28.03.2024

El panorama educativo no es halagüeño, el ubicuo mercado lo intenta controlar y los gobiernos contribuyen a ello desfinanciando la educación pública para justificar que no sirve y dejarla caer en manos privadas

Si “(…) el plomo aprende a flotar y el corcho, a hundirse. Las víboras aprenden a volar y las nubes aprenden a arrastrarse por los caminos” (Galeano) puede que el mundo definitivamente esté al revés. Es decir, Patas arriba, como titula su libro el autor uruguayo.

¿En qué situación se encuentran la universidad (la escuela) en este siglo XXI? ¿Qué educación y qué valores transmitimos desde las instituciones educativas? ¿Qué reconocimiento se les da a las y los estudiantes?

El panorama educativo no es halagüeño, el ubicuo mercado lo intenta controlar y los gobiernos contribuyen a ello desfinanciando la educación pública para justificar que no sirve y dejarla caer en manos privadas. El neoliberalismo, y su manera explotadora de entender los servicios sociales básicos, se apodera de todo, también de ese derecho humano fundamental que es la educación. Uno más de los derechos universales incumplidos. La Declaración dice en su Artículo 26 que “Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental”.

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“Mucha policía, poca inversión” | Foto: Iñaki Chaves

El papel y el valor de la universidad es incuestionable, las sociedades avanzan al ritmo de sus universidades, los conocimientos se universalizan en las instituciones de educación superior. Y si queremos que la educación, y la universidad es el nivel superior del recorrido educativo, sea de calidad, comprometida y crítica hay que escuchar a estudiantes y docentes en sus reivindicaciones. Hay que poner en marcha la EDUCACCIÓN.

Educacción es lo que hace por estos días en Colombia, pero también en otras partes del continente americano como en Costa Rica, el estudiantado al levantarse en “lápices y libros” contra el sistema para reclamar sus derechos, para exigir lo que les debería corresponder por ley, pero le tildan de subversivo, violento o, incluso, terrorista.

Jesús Martín Barbero siempre dice que hay que meterle país a la universidad, invitándonos a que tanto las instituciones como quienes las conformamos estemos más cerca de la ciudadanía y ahora, en estos días de demandas y manifestaciones, el país y su población se alejan de uno de los capitales humanos que dan sentido a la universidad: las y los estudiantes y sus reclamaciones. El otro capital humano, las y los docentes, parece que sí pero no, muchos respaldan, otros contrarían y una parte calla.

La acción de las y los estudiantes universitarios colombianos es opacada por el poder de los medios, que en lugar de fijar su mirada en las causas de las movilizaciones, se centra en los actos vandálicos, que los hay, pero que no deberían ser lo que más se resaltara. Que le han pintado las paredes a un medio generalista en la capital, como si ese medio no tuviera su responsabilidad en “pintar” con “sus colores” las realidades para beneficio propio y de sus intereses. ¿Por qué no dicen en esos medios de los comportamientos “salvajes” de las fuerzas del orden?

Si queremos universidades de alto nivel académico y humano debemos pedir inversión pública en ellas. En infraestructura, en materiales, en salarios, en equipos y en mejorar su funcionamiento. Y esa es la reclamación principal de las movilizaciones estudiantiles.

Estoy de acuerdo con Sergio Ramírez en que la universidad debe cumplir un papel primordial más allá de los salones de clase: “Deben volver a ser la conciencia de la nación, ahora que el sistema democrático corre tantos riesgos frente a las trampas de la demagogia, el populismo, y el fanatismo ideológico”. El escritor y político nicaragüense escribe en La Jornada que la universidad es “un todo armónico resultante de la diversidad de sus partes, articulado hacia adentro, pero que irradia hacia afuera, inserto en la propia sociedad a la que no puede ser ajena porque perdería su razón de ser”.

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Los pueblos deben escuchar a sus estudiantes | Foto: Iñaki Chaves

Debemos defender la universidad, pública y lo más gratuita que se pueda, para conformar ciudadanías críticas. Pero también tenemos que apostarle a esa defensa quienes intentamos educar desde las instituciones académicas privadas, porque tenemos nuestra parte de responsabilidad en contribuir a la formación de un espíritu crítico y porque una mejor universidad pública contribuye y empuja a que aquellas trabajen por mejorar su propia calidad. La universidad en general debe promover, hoy más que nunca, la reflexión y la liberación, la ruptura de las cadenas del pensamiento único y excluyente y tiene que apostarle a la gente y a la madre tierra.

Hay que tener conciencia y claridad de que la universidad, toda ella, con sus estudiantes y sus equipos docentes, es la base de la transformación social que necesitamos. Como dice Boaventura de Sousa Santos “el neoliberalismo no quiere que haya un proyecto de país”, porque necesitan tener el campo abierto para sus negocios privatizadores. Y la universidad colombiana es, para el intelectual portugués, de un compromiso alto con la ciudadanía. Se quiere llegar a lo que él llama el “capitalismo universitario”: transformar la universidad en una empresa, a los profesores en proletarios y a los estudiantes en consumidores, para alcanzar una universidad sin ideología, o con la ideología del mercado capitalista.

Porque una universidad fuerte y comprometida, con pensamiento propio y conciencia de lo que debe ser, es un riesgo para quienes quieren que sus ciudadanías solamente sean consumidores y votantes, pero nunca seres sentipensantes.

En su columna en El Tiempo, Adolfo Zableh afirmaba “Que marchen los estudiantes y rompan todo. (…) Que taponen vías y ataquen propiedades es un daño menor comparado con todo el mal que les hemos hecho. Que rompan la Casa de Nariño y el Congreso, sin asco y a lo ‘maldita sea’. Que se metan y lo destruyan todo. La educación es lo que permite salir adelante, decidir a conciencia, manejar la vida propia, tener oportunidades. Los políticos lo saben, por eso no dan la educación que tanto prometen; ellos necesitan soldados obedientes y votantes alienados”.

Por su parte, el profesor Carlos E. Maldonado escribe en la edición colombiana de Le Monde Diplomatique que en Colombia hay “una ausencia de respeto al conocimiento. Irrespeto que es, sin dudas, la principal característica de las élites gobernantes en la historia del país, lo que se traduce en la subvaloración de la educación en general, el desfinanciamiento de la universidad pública, en fin, la crisis de la Universidad”.

Este docente compara la teoría de la socióloga Saskia Sassen del capitalismo corporativo, el que no necesita matar a la gente, a sus rivales, sino que les basta con dejarlos morir, con la actuación de los gobiernos frente a la educación pública, que no la hace desaparecer sino que “simplemente la deja pervivir, agónicamente, apenas en el límite”. Por eso la educación pública colombiana lleva 25 años desfinanciada. El problema del futuro de las universidades es el problema del futuro del país, si no hay universidad pública financiada a la gente le tocará pagar más por un futuro incierto y probablemente peor.

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Debemos mantener la educación a flote | Foto: Iñaki Chaves

Es importante formar y educar en valores, en ciudadanía, en humanidad, a educadoras (es) y a educandos (as). La formación, desde la familia a la universidad, quienes lleguen a ella, que tampoco es una condición sine qua non para una vida digna, pasando por la calle y la escuela, nos dota de sentido y entidad, nos enriquece y nos conciencia. Esa educación formativa comienza cuando nacemos y termina al morir, nos acompaña estimulando nuestro crecimiento como personas y nuestra conciencia para jugar nuestro papel en la vida. La educación no nos hace, per se, económicamente más ricos, ni políticamente más poderosos, ni más fuertes físicamente. Pero sí ciudadanas y ciudadanos más humanos. En ese sentido, y como parte fundamental del proceso educativo, ¿es la universidad uno de los problemas de hoy?, ¿o es una solución?

Para Herman Hesse la escuela solamente le sirvió para aprender latín, que no es poco, y para decir mentiras y, además, le había destrozado muchas cosas. Aún así decía que la “lectura sin amor, el saber sin respeto, la formación sin corazón” eran “uno de los mayores pecados contra el espíritu”. Creo que la universidad, pese a todos sus problemas y contradicciones, es una institución necesaria. Porque es menester universalizar la razón y el pensamiento, hacer público el conocimiento y contribuir, desde la educación superior, a la formación de seres humanos en el más amplio sentido del término. La universidad está expuesta a varios peligros que la “apartan” del lugar esencial que debe ocupar en la sociedad. Por un lado los lobos externos (capitalismo, neoliberalismo, privatizaciones,…) y, por otro, esos caballos de Troya que hacen que se fagocite a sí misma, que su endogamia le nuble el sentido y que su falta de visión le ciegue.

Si la educación es un acto político (Freire) que requiere un comportamiento ético, es en la universidad donde se debe formar política y éticamente a la ciudadanía para conformar una sociedad incluyente e integradora. Como decía Zenón de Elea: “Dichosa la ciudad donde se admira menos la hermosura de los edificios que las virtudes de sus habitantes”.

Galeano nos advierte cuando dice “La escuela del mundo al revés es la más democrática de las instituciones educativas. No exige examen de admisión, no cobra matrícula y gratuitamente dicta sus cursos, a todos y en todas partes, así en la tierra como en el cielo: por algo es hija del sistema que ha conquistado, por primera vez en toda la historia de la humanidad, el poder universal”. No permitamos que el mundo al revés nos imponga esa escuela. Y si esa es “su” escuela, luchemos, desde todos los ámbitos educativos, la familia, la calle, la academia, por otra bien distinta. Una verdadera Escuela, o una contraescuela.

educationCartel durante el concierto de R. Waters (imagen tomada de El Espectador)

Hasta Roger Waters, el que fuera uno de los miembros fundadores de los míticos Pink Floyd, dedicó una parte de su concierto en Bogotá a apoyar a las y los estudiantes colombianos en sus reivindicaciones. Que se siga reclamando que “No necesitamos no educación” (we don´t need no education), que ellas y ellos no son otro ladrillo en la pared, que hay que romper esos muros que nos marginan y nos separan. ¡Resistencia!



Como enuncia la declaración de Clacso a favor de la universidad pública en Colombia un siglo después del Manifiesto de Córdoba. Hace cien años eran las voces universitarias demandando el deseo de libertad, entonces “En sus corazones palpitaba la hora americana, el sentimiento de una revolución que se abría camino desde las aulas emancipadas y liberadas de los poderes monárquicos y escolásticos de ese tiempo. Hoy pretendemos liberarnos de los poderes neoliberales y del mercado. También sentimos como nuestro el rumor de la libertad”.

Hoy, el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, que acaba de celebrar el 1er. Foro Mundial del Pensamiento Crítico, en el marco de su 8ª Conferencia titulada “Luchas por la igualdad, la justicia social y la democracia en un mundo turbulento”, plantea que “Al defender la Universidad también defendemos el sueño de paz, democracia y justicia. Tal vez el presente nos exija reinventar el pasado del 68 y encarnar el manifiesto del 18, porque pronunciando sus palabras, los dolores que nos acompañan son las libertades que aún no conquistamos, que la consigna de una hora americana trasciende los contextos y se inscribe en nuestros deseos de debilitar el autoritarismo y alcanzar la autonomía del pensamiento; legado histórico que llamaba a renombrar la realidad social como posibilidad de emancipación: Córdoba se redime, Colombia también”.

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Notas musicales estudiantiles en la plaza de Bolívar en Bogotá | Foto: Iñaki Chaves

En Colombia las y los estudiantes promueven EDUCACCIÓN y le ponen imaginación y las siete notas musicales a sus acciones, no como otros, que prefieren a “los siete enanitos” en sus inercias. Quieren luchar por una universidad crítica, popular, liberadora e inclusiva.

En la Universidad residen la discusión y el debate, el respeto y la dignidad y la lucha por una educación libre e incluyente. Es la guarida de la utopía, tan necesaria cada día como cantan Jonathan Silva y Ceumar



Si el mundo se pone pesado / Voy a pedir prestada / La palabra POESÍA

Si el mundo camina hacia atrás / Voy a escribir en un cartel / La palabra REBELDÍA

Vamos a la calle a gritar / La palabra UTOPÍA.

Por la EDUCACCIÓN.

EducAcción