jueves. 28.03.2024
macondo

Qué sugerimos cuando hablamos de la “identidad latinoamericana”. Esa sólo existe en el “realismo mágico”. Aquella que nos hace diferentes y condensa ese mestizaje no buscado. Es la lucha entre la desmemoria impuesta por el poder que avasalló y aquellos que lo resistieron entonces y perdieron. Es la lucha contra el abandono y la necesidad de tener una memoria del pasado y del presente propio.

Como diría Gabriel García Márquez: “La historia de América Latina es la suma de esfuerzos desmesurados e inútiles y de dramas condenados al olvido”.

Desde su nacimiento como entidad territorial, América Latina padece un terrible proceso de alienación. En ese contexto se construyen ideas en el continente en nombre del progreso. Así los reflejos identitarios están en culturas foráneas que atentan contra su esencia. No es raro que en medio de tanto trasegar por el mundo, después de atravesar el Atlántico muchos nos encontramos a sí mismos en Madrid o en París en un exilio o emigración forzada.

Por eso el reencuentro que propone García Márquez a los latinoamericanos consigo mismos es revolucionario en esa búsqueda de las raíces mestizas. Por eso nos ha dicho que no esperásemos nada del siglo XXI sino que es él el que espera de nosotros. Un siglo que viene para que los latinoamericanos lo forjemos, y que sólo será pacífico y nuestro si lo deseamos y somos capaces de comenzar a imaginarlo. Para ventura de algunos pueblos de América ya sueñan y lo hacen realidad. Sólo la querida Colombia de Gabo sigue sin construir ese sueño colectivo.

Nuestro Nobel nos pone en su obra un espejo en que mirarnos, concibe el papel del escritor como un desafío para alimentar ese compromiso y encontrar nuestra identidad propia. Su narrativa va más allá de la acción lingüística. No es sólo expresión estética, es más una manera de reflexión que usa formas de expresión para seducirnos logrando incorporar magia y realismo como referente de esa nueva América Latina.

Gabo fue un convencido de un socialismo diferente inventado por América Latina sin copiar modelos. Uno que conjugase las aspiraciones y la idiosincrasia de la región. “Mi convicción es que tenemos que inventar soluciones nuestras, en las cuales se aprovechen hasta donde sea posible las que otros continentes han logrado a través de una historia larga y accidentada, pero sin tratar de copiarlas de un modo mecánico, que es lo que hemos hecho hasta ahora, al final, sin remedio, esa será una forma propia de socialismo”.

Esa reafirmación de la utopía latinoamericana para lograr una propuesta propia de unidad política y de visión del mundo que nos llevase a la felicidad con una base de equidad y justicia social es la postura ideológica de Gabriel García Márquez.

No tiene una definición convencional del socialismo, él lo que propone es una reconstrucción de la historia latinoamericana mediante la conciencia mítica, desde la ficción, mostrando la realidad paralela que corre a la vez con la historia oficial donde es posible mostrar a los actores sociales periféricos olvidados, y migrantes que deambulan como metáforas de la conversión humana más allá del poder.

Su obra es una reconstrucción de la utopía latinoamericana a través del imaginario social. Un ejercicio particular de la memoria. Dentro de los imaginarios garciamarquianos hay una recurrencia a caricaturizar los caudillos decrépitos y viejos, que se resisten al cambio de la historia, aplicando su poder y avasallando la voluntad de esos seres indefensos y olvidados, aunque se sumerjan en la soledad y la congoja.

Sustituye el patriarcado por el matriarcado, dándoles a las mujeres un rol protagónico como a Úrsula Iguarán en Cien años de soledad. En el cuento Los funerales de la Mamá Grande, la visión ideológica del escritor es el soporte de la realidad evocada dentro de esa historia textual. La Mamá Grande simboliza la oligarquía criolla que recibe toda la solidaridad de las demás instituciones del poder. Así queda demostrado con el viaje del Papa a Macondo para asistir a las exequias de la difunta con gran poder económico reuniendo a los demás poderes, mostrando el anacronismo feudal que aún pervive.

La muerte es el esplendor y realización de los más fervientes deseos de grandeza de Mamá Grande en la formación de su imperio que se acaba con su muerte, la historia pronostica que “vendrán tiempos mejores”,  invocando el desdoblamiento de la metáfora latinoamericana. Los herederos de los terratenientes se multiplicaron en el poder, modernizaron sistemas productivos y se ubicaron en el capitalismo de las ciudades que se conformaron con sus grandes centros industriales.

Pero mientras Mamá Grande muere y se realizan sus funerales, el pueblo se divierte en la feria y come fritanga, un mundo alternativo vive la mayoría. Es la cultura emergente que surge desde la periferia y amenaza los centros estatuidos por el poder.  Es el contraste absurdo y grotesco que pone en entredicho la institucionalidad. En la obra literaria de Gabriel García Márquez, hay una cultura contestataria que cuestiona el ejercicio del poder en Latinoamérica;  desacraliza la institucionalidad burguesa y procura soñar en la utopía latinoamericana reescribir la cultura como factor de esperanza.

El socialismo está asociado a la utopía, justicia, bondad y equidad. Y pretende sustituir las hegemonías políticas y económicas por sistemas basados en lo comunitario y en el reparto de los beneficios sociales, políticos, económicos y culturales. Se trata de no estar en el olvido. Lo expone la pluma de Gabo permanente: la  lucha contra el olvido en América Latina.

Así, el recordar –volver a pasar por el corazón-  para los latinoamericanos es una forma de resistencia que teje nuestra memoria y sensibilidad a fin de mirar nuestros aciertos y desaciertos auténticamente latinoamericanos. Algo que plasmó con emoción en su discurso como premio nobel en 1982 al declarar: “Con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la Tierra”.

Su tierra natal Aracataca, conocida internacionalmente como cuna del ingenio de la literatura universal y del colombiano más importante del siglo XX, que muere lejos de ella, es una tierra empobrecida. La localidad carece de agua potable de forma permanente, los distintos proyectos para renovar el viejo acueducto no llegan. No es sólo Aracataca, son miles de pueblos que aun viven cien años de soledad.


Yolanda Villavicencio M. | Presidencia AESCO.

Cien años de soledad que aún perviven