jueves. 28.03.2024
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El Presidente de los Estados Unidos le agrega un trofeo a su legado. Cierra un conflicto de más de medio siglo sin disparar una bala

El Air Force One abandona el espacio aéreo norteamericano y aterriza en el Aeropuerto José Martí. Barack Obama desciende de la aeronave, pisa suelo cubano y en ese preciso instante hace historia. El último resabio de la Guerra Fría en el hemisferio occidental comienza a evaporarse. La oxidada cortina de hierro caribeña se desmorona.

La disolución de la Unión Soviética en 1991 transformó al enfrentamiento entre estas dos naciones en una cuestión anacrónica, en un conflicto falto de fundamentos, en una anécdota dentro del sistema internacional. Antes de aquella fecha las cosas eran diferentes. La Habana fue durante décadas un enclave geoestratégico de Moscú en el corazón mismo del área de influencia directa de Washington. Una bandera roja clavada en el centro de gravedad del patio trasero norteamericano. La Crisis de los Misiles de 1962 trasformó a las 90 millas que separan a Cuba de Key West (punto más austral de los Estados Unidos) en el escenario de mayor tensión del planeta. Fue allí donde se materializó la presión máxima ejercida por dos superpotencias rectoras de un sistema de poder bipolar en delicado equilibrio. Los bloques ideológicos del socialismo real y el mundo libre se vieron las caras sin necesidad de binoculares. La destrucción mutua asegurada estuvo a un ápice de concretarse.

Pero todo esto es historia hace ya 25 años. Un cuarto de siglo ha pasado desde que el Kremlin se retirara de la isla, dejándole a Fidel Castro mucho menos que el 0,01% de la relevancia geopolítica que supiera tener. Desde entonces a esta parte solo persistió la retórica y el simbolismo, alimentados por el mero efecto de la inercia. Dirigentes en La Habana y en Washington parecían no haber comprendido que las fuerzas profundas del sistema político internacional ya no empujaban a estos dos países al conflicto. Los tiempos de la política pueden ser irracionalmente largos, pero finalmente la lógica acaba por imponerse. Raúl Castro, con una visión más pragmática que la de su hermano y Barack Obama, con una estrategia diferente a la de sus antecesores, finalmente se dan la mano. Se necesitaban dos para el Tango.

El Presidente de los Estados Unidos le agrega así un trofeo a su legado. Cierra un conflicto de más de medio siglo sin disparar una bala. Sin una nueva guerra por la teórica "libertad" que suelen augurar las intervenciones norteamericanas. Algo similar a lo sucedido con la resolución pacífica del conflicto con Irán. El acuerdo nuclear alcanzado con Teherán se enmarca dentro de la misma lógica. Cerrar frentes abiertos por la vía diplomática. Obama lo consigue al menos en estos dos casos.

Luego de Cuba el Air Force One viajará a Buenos Aires, donde Washington intenta cumplir una misión algo más contemporánea. Volver a acercarse a América Latina tras más de una década de gobiernos de retórica anti-norteamericana. Con el Kirchnerismo fuera del poder la Argentina se transforma en un aliado fundamental para reconstruir relaciones con Sudamérica. La decisión de la Casa Blanca de desclasificar archivos vinculados a pasadas injerencias de Washington en la Argentina muestran un aggiornamento en la estrategia de aproximación. Se intenta, al igual que en el caso cubano, dejar atrás los temas pendientes de la extinta Guerra Fría. 

Barack Obama hace historia