Analistas económicos internacionales ya hablan del colapso financiero que se avecina, mientras que los inversores internacionales abandonan el país
Mientras la agenda de los medios de comunicación que blindan al presidente Mauricio Macri continúa girando en torno a los cuadernos de la corrupción “kirchnerista”, el riesgo país (prima de riesgo) llegó a los 704 puntos y el dólar ya roza los 30 pesos.
El número que mide la diferencia entre las tasas que abonan los títulos del Tesoro estadounidense y las que pagan los mercados en desarrollo, tuvo su máximo histórico en agosto de 2002, cuando llegó a 7.222 puntos mientras la economía aún sufría los coletazos de la crisis del año previo. El mínimo se registró cinco años después, en enero de 2007, con apenas 185 puntos.
El cerco mediático hace su juego para que la atención de la opinión pública esté puesta en el circo, mientras que el pan escasea y la pobreza se incrementa a cifras alarmantes.
Desde el retorno de la democracia, en diciembre de 1983, ningún gobierno constitucional había gozado de la protección de la que goza el de Macri. El ejército de periodistas a sueldo ocupa las 24 horas en continuas maniobras de distracción, con el fin de que el desastre económico no se instale en el debate cotidiano de los argentinos, que día a día ven licuarse su salario mientras escuchan el discurso de un presidente cada día más alejado de la realidad.
Analistas económicos internacionales ya hablan del colapso financiero que se avecina, mientras que los inversores internacionales abandonan el país. De momento la estrategia oficial continúa siendo endilgar esta hecatombe a la “tormenta” a la que Macri hace referencia, y que –según pretende instalar- “tiene su fundamento en desórdenes financieros externos”. Sin embargo no hace falta ser un iluminado de la economía para comprobar que no existe otro responsable que el plan económico impulsado por la gestión Cambiemos, que ha confiado de manera irresponsable en la apertura discriminada, produciendo un enorme daño a nivel interno.
Discursivamente, Macri sostuvo hasta el cansancio que la baja de la inflación era su principal objetivo. Sin embargo quedó claramente demostrado que su prioridad era garantizar y aumentar las tasas de ganancias de los grandes capitales que operan en Argentina. En octubre de 2017 liberó el mercado de combustibles, y como consecuencia de esto, se produjo una seguidilla de incrementos en el precio de las naftas que aún no se ha detenido. En diciembre dejó correr la disparada del tipo de cambio, evitando detenerla hasta el mes de marzo, a pesar de contar con reservas para dicho fin. De este modo garantizó una mayor rentabilidad para los grandes monopolios agroexportadores. En enero volvieron los tarifazos como parte de la política de modificación de precios relativos y recomposición de las ganancias de las empresas de servicios públicos privatizados. Al mismo tiempo se continuó con la política de liberalización y ausencia de controles de sectores oligopólicos y monopólicos que siguieron manejando a su antojo la cadena de precios.
Más allá de los números en rojo de la macroeconomía, está el creciente número de pobres, el desempleo, la quiebra de miles de pequeñas y medianas empresas, la abrupta caída de la actividad industrial, los miles de despedidos, y –no está demás mencionarlo- la corrupción macrista de la que no hablan los medios. Un cóctel que hace presagiar el peor final.