jueves. 25.04.2024
macri lagarde
Mauricio Macri y Christine Lagarde.

Como si se tratase de un déjà vu, Argentina vuelve a entregar su soberanía económica al organismo internacional de financiamiento, cuyas condiciones ya habían puesto de rodillas al país en anteriores experimentos neoliberales

El pasado 7 de mayo el presidente argentino Mauricio Macri anunció un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, "esto nos va a permitir fortalecer el programa de crecimiento y desarrollo, dándonos un mayor respaldo para enfrentar este nuevo escenario global y evitar crisis como las que hemos tenido en nuestra historia", dijo.

Como si se tratase de un déjà vu, Argentina volvía a entregar su soberanía económica al organismo internacional de financiamiento, cuyas condiciones ya habían puesto de rodillas al país en anteriores experimentos neoliberales. En un intento por frenar la escalada del dólar y la inflación -que según aseguraba el propio Macri durante su campaña electoral “eran las demostraciones de la incapacidad para gobernar”- el gobierno impulsaba este acuerdo como parte de la batería de medidas de la ortodoxia neoliberal que ha puesto en marcha.

Con esta decisión, Argentina volvía a financiarse con recursos del Fondo Monetario Internacional, quince años después de que el ex presidente Néstor Kirchner hubiera cancelado la deuda con ese organismo, que ascendía a u$s 9.500 millones.

Sin embargo, y habiendo obtenido el okey del FMI para el desembolso de 50 millones de dólares, la inflación continuó en alza, depreciándose el peso argentino y conduciendo a la economía directo a la recesión.

Mientras el precio de la moneda extranjera marcaba records históricos, provocando el caos tanto en la macro como en la microeconomía, el gobierno construía una realidad paralela en la que nada de esto sucedía. “No hay ninguna crisis”, aseguraba desde la presidencia Marcos Peña, Jefe de Gabinete y vocero presidencial. Los medios oficialistas, por su parte, se encargaban de difundir un relato en el que la materialización de las consecuencias del desastre económico, no tenían cabida. De modo que los incrementos escandalosos en los productos básicos, la caída del consumo, de la industria, la quiebra de pequeñas y medianas empresas, el crecimiento exponencial del número de pobres e indigentes; no eran parte de los títulos de los medios que celebraban el “gran acuerdo con el FMI”, proclamando al presidente como a una suerte de deidad de los mercados.

Pero el dólar seguía en alza, la inflación tocaba techos históricos y por primera vez en décadas los argentinos volvían a escuchar aquella olvidada definición inherente a las operaciones transnacionales: Riesgo país, 804 puntos. “La crisis que nadie vio llegar”, tituló entonces el principal medio del oficialismo, quizás considerando que los argentinos padecían de amnesia o eran todos idiotas incurables.

Esta semana Macri reconoció la crisis. Y entre las responsabilidades que por supuesto endilgó a factores ajenos y al gobierno anterior, confesó compungido que “estos fueron los peores cinco meses desde mi secuestro”. Apenas una hora después se filtraba el resumen de estos “difíciles” meses en los que el presidente, aún padeciendo la carga de la preocupación, pudo hacerse un safari por Sudáfrica, cumplir con su agenda de golf, jugar sus tradicionales partidos de paddle y ver por televisión los partidos de su equipo.

Ahora Macri pide un esfuerzo más, ya que el ajuste anunciado en el diagrama fiscal consiste en unos 6 mil millones de dólares, que son un sobreajuste sobre el que ya fracasó en el acuerdo inicial con el FMI. El panorama es desolador. La ola de despidos ya comenzó. Y mientras el Ministro de Hacienda le llora al Fondo, Argentina ya sufre las consecuencias del descalabro provocado por este nuevo y nefasto experimento neoliberal.

A llorar al Fondo