viernes. 19.04.2024
aznar casado

No hay tertulia ni comentario politológico que se precie que no nos lance una sentencia que suena a epitafio: necesitamos un partido de derechas, básicamente un PP, centrado, civilizado, homologable con otros partidos de derechas europeos. La primera vez que oí sentenciar de este modo me quedé un rato largo en blanco, meditabundo, y ahí sigo porque yo no alcanzó a ver para qué puede ser útil disponer de una formación política enclaustrada en el pensamiento conservador, pero que resulta que por razones que se me escapan se ha centrado.

Qué gaitas significará esto que supone el desear disponer en nuestra organización política de un partido de derechas homologable. Intuyo que se refieren a aspirar a que un partido atrabiliario desconectado de la realidad se avenga a reconocer que el mundo ha dejado de ser lo que ellos siempre creyeron que era, y hemos de agradecer el que hagan tan costosa contorsión y así se incorporen al lógico discurrir de los acontecimientos por el bien de… ¿de quién?

La derecha española, y en esto si es homologable a una parte sustancial de las derechas europeas, ha perdido el norte. Bueno, el norte les ha perdido a ellos. Están en claro fuera de juego. El movimiento conservador se ha estructurado en torno a una serie de fenómenos que se han desvanecido y por tanto ya no forman parte de la agenda de los temas públicos que ordenan los actos políticos. Su predilección por la monarquía o por otras formas jerárquicas de organización social (sin despreciar las dictaduras) está en la base de la filosofía conservadora según la cual no todos somos iguales. Y aunque Rajoy dejó dicho que los hijos de los jerarcas suelen disfrutar de mejor vida porque sus padres les ceden genes de alta gama que les permite diferenciarse de la plebe, y aunque Ayuso en sede popular nos recordó que por supuesto que el rey (cualquier rey) era diferente de cada uno de los tristes mortales, lo cierto es que en lo único que los favorecidos se distinguen es en que disponen de mayores oportunidades para medrar y para delinquir. Y hay que ver que bien lo aprovechan.

Su conversión al mercantilismo modernizador es patética, rezuma amiguismo y protección en lugar de iniciativa y tesón. Se abrazaron al capitalismo una vez se instalaron en los centros de poder económico. El conservadurismo español no sintió simpatías por el mercantilismo hasta que no ocuparon los consejos de administración de las grandes corporaciones. España es un caso de libro para estudiar cómo se produjo la infiltración conservadora agrofranquista en los despachos ejecutivos, dejando siempre una puerta abierta bien engrasada para que gire y acoja a los nuevos acólitos, un marques despistado o un capital rezagado en su regularización, así como otras formas solidarias de clase (Aznar, González pj). 

La ciencia, el medioambiente, el combate ante la desigualdad y otras batallas de la esfera moral como las cuestiones de género le caen como el traje de comunión al hermano benjamín de una saga de siete, hay buena intención en presentarse vistoso, pero no hay convicción ni hechuras, componen los pobres una escena pavorosa, de la que desean huir y desvestirte lo antes posible ¿Qué interés puede tener un conservador en cultivar políticas que tienen como objetivo provocar un cambio en la dirección social si son los beneficiarios del sentido de la dirección previa? Lo suyo lógicamente es conservarla, mantener fuera de uso todo fenómeno con potencial transformador.

Bloquear y combatir el progreso es su misión, sea cual sea la fórmula con la que se presentan en sociedad. Para neutralizar el percutor social de cambio, las derechas han adoptado distintas formas de oposición. Vencidas aquellas que suponían la ocupación violenta del poder, adoptaron otras más sofisticas como partidos conectados con la democracia. Para demostrarlo algunos de sus gobiernos se comprometieron con la ciencia y el medioambiente, pero de modo declarativo, su ejecutoria fue otra, a garrotazos con los practicantes de la ciencia o defensores medioambientales. La fobia a las mujeres no han podido disimularla nunca, es parte de la herencia garbancera de las huestes conservadoras. En educación, el pilar de las sociedades modernas, son muy combativos, les horroriza la utilización de las instituciones educativas para la indoctrinación. De esto saben un huevo, llevan siglos haciendo creer a cohortes de infantes que sus respectivas posiciones de privilegio o postergación son decisiones indescifrables de un señor con barbas blancas.

De modo que esa expresión de deseo contenido de que ojala que la derecha acabe organizándose como un partido homologable me resulta tan indescifrable como los designios divinos. Intuyo que muchos de los comentaristas aludidos lo que secretamente esconden es miedo a la barbarie ultra y lo que desean por tanto es otorgar a la derecha abstracta una potestad que ni tiene ni desea: dominar la frustración conservadora. O sea diluir su incapacidad para abordar el tiempo que está por venir.  

¿Qué partido de derechas anhelas, tertuliano? La foto de Colón no es un error inducido por la confrontación electoral del momento, es la actitud natural de quien se siente en peligro de futilidad, acorzarse porque nos están desbordando. Y a todo esto Trump convertido en un muñeco de feria.

¿De verdad necesitamos un partido de derechas homologable?