martes. 16.04.2024

Es obvio que debemos vacunarnos todos cuanto antes. Y en esas andábamos. Muy contentos por estar en una región geográfica donde hay vacunas accesibles. Los pocos que se adelantaron a su turno, sin pretenderlo, ayudaron a vencer el escepticismo inicial contra las vacunas en general.

La gente se vacunaba con ilusión y recibía con alborozo el que ya le tocase administrársela. Hasta que llegó el desastre informativo sobre Astrazeneca. Primero se negó lo que parecía bastante probable. Parece darse una mínima incidencia de complicaciones muy serias. Pero ese riesgo debe asumirse para evitar un mal mayor. Cualquier fármaco puede tener efectos adversos en casos muy raros.

El problema es que quienes deciden no se apliquen su propio argumento. Se había establecido una determinada edad con  esa vacuna, retrasando la prelación que proseguía con los más mayores, porque no se había probado masivamente con ese grupo.

Puede que nos encontremos ante una guerra comercial y haya muchos intereses económicos en juego. Pero eso no puede condicionar ninguna decisión en uno u otro sentido

Si hay que asumir el riesgo en términos globales, ¿por qué Francia decide no administrar una segunda dosis a quienes han recibido la primera? ¿Qué garantiza que habrá menos complicaciones entre los actuales destinatarios de Astrazeneca? ¿No es previsible que puedan darse incidencias parecidas? Cierto es que corren más riesgo por su edad, pero eso ya se sabía cuando se les relegó en la prelación.

Se comprende que, al tener que avivar el proceso de vacunación, sea poco factible tener en cuenta los datos clínicos de cada ciudadano, salvo en casos extremadamente graves. Que resulte más funcional proceder por edades y resulte muy complicado afinar los colectivos en función de datos estrictamente médicos. Pero desconcierta que haya tantas interpretaciones tan diversas de los mismos datos y que cada país aplique un criterio distinto.

Por supuesto es bueno que se cambien los criterios al haber nuevos datos y que nos hallemos ante un proceso dinámico. Sin embargo, causa perplejidad que no se logren consensuar pautas comunes al menos a nivel europeo. Ver que tus vecinos adoptan medidas diferentes para solventar el mismo problema no resulta muy comprensible, porque todos no pueden acertar al mismo tiempo tomando derroteros diferentes

En este contexto, resulta escalofriante que los dirigentes políticos vivan en una permanente campaña electoral e instrumentalicen algo tan delicado para echarse mutuamente los trastos a la cabeza. Deberían ceder sus responsabilidades a otros. Estamos en sus manos. Ellos deciden por nosotros y para ello se asesoran con los expertos. ¿Acaso estos no tienen una sola voz?

Los Estados Unidos de Norteamérica han revertido una situación deplorable y eso ha coincidido con el cambio de rumbo político, casual o causalmente. Se ha invocado una ley promulgada en la guerra de Corea, para conseguir tener cuanto antes todo lo que requería la nada sencilla logística de un proceso muy complejo. Ya no copan el podio de las defunciones. Tienen vacunas de sobra e incluso van a regalárselas a sus vecinos colindantes. Canadá y Mexico recibirán millonarias dosis de Astrazeneca. Biden no las ha utilizado, porque no le ha hecho falta y se ha dejado asesorar.

Del Trump que llegó a recomendar beber lejía para combatir él virus chino, los norteamericanos han pasado a verse tutelado por alguien que, sin grandes alharacas, parece dispuesto a resolver sus problemas. El trumpismo triunfó con su demagogia propagandística y sigue manteniendo que le robaron las elecciones. Biden gobierna pensando en sus conciudadanos. Un hombre tranquilo que hace tándem con una mujer igualmente discreta y eficaz.

Como decía Rousseau, somos lo que la política hace de nosotros. Nos corresponde confiar en quienes elegimos para gestionar la esfera pública. Pero es más fácil hacerlo, cuando no menudean los titubeos y las explicaciones incompletas. A ellos les corresponde asesorarse y procurar tomar ejemplo de quien lo está haciendo mejor.

Las precipitaciones no son buenas. Más vale tomarte un respiro antes de cambiar unos criterios que ni siquiera logran consensuarse con los homólogos más cercanos. Para inspirar confianza, hay que ser consecuente y procurar no incurrir en contradicciones. La población merece no ser tratada como si no pudieran tener criterio alguno.

Dejemos a un lado las  polarizaciones propias del  maniqueísmo y las teorías que todo lo explican por conspiraciones diversas. Puede que nos encontremos ante una guerra comercial y haya muchos intereses económicos en juego. Pero eso no puede condicionar ninguna decisión en uno u otro sentido. Lo único que cuenta para la vacunación son los datos clínicos. Estos deben ser analizados por los expertos y determinar las decisiones de nuestros gestores. Con calma. Sin apretar el acelerador en aras de cuestiones ajenas al problema sanitario que debemos resolver entre todos.

Tenemos que vacunarnos para evitar un riesgo mayor. Eso no tiene vuelta de hoja. Se trata de ver cómo y cuándo hacerlo. El factor psicológico es fundamental. No necesitamos añadir nuevas zozobras a cuantas ya tenemos encima. Para eludir el alarmismo y no sembrar la confusión, sería conveniente no incurrir en las precipitaciones y consensuar los criterios con quienes comparten el mismo problema. La proliferación de pautas diferentes logra despiste a los legos.

Vacunas y precipitaciones: Vísteme despacio que tengo prisa