jueves. 18.04.2024
facultad medicina

Nadie puede negar el esfuerzo hecho en las últimas décadas para dotar a todas las provincias de estudios universitarios. Sin ir más lejos, hace treinta años en Alicante o Albacete apenas se podían estudiar dos carreras de tipo medio, teniendo que desplazarse la mayoría de los estudiantes a otras capitales de provincia como Murcia, Valencia o Madrid. Hoy tanto Albacete como Alicante cuentan con dos campus universitarios maravillosos. Sin duda, estoy convencido de ello, el de Alicante se encuentra entre los cinco mejor diseñados de todo el país, siendo un modelo urbanístico que debieran copiar muchos Ayuntamientos todavía enfrascados en el edifica donde quieras y como quieras.

También es cierto que al crearse el distrito único se acabó con aquella tortura burocrática imprescindible para estudiar en lugar diferente al que a uno le correspondía. Sin embargo, hoy, amparadas bajo el paraguas de la excelencia educativa y la competitividad, muchas Facultades se han inventado un método legal para excluir a cientos de alumnos que deben dejar de estudiar o desplazarse a lugares lejanos para hacerlo siempre que sus padres puedan permitirse pagar un alquiler de varios cientos de euros, la manutención y los costes académicos. Nos centraremos en tres carreras que antes eran fuente inagotable de parados y, por tanto, de frustrados: Enfermería, Medicina y Magisterio, todas ellas con unos cortes de entrada superior al siete.

Para posibilitar el acceso a la Universidad del mayor número de personas que lo deseasen, se construyeron grandes Escuelas y Facultades que produjeron durante años miles de Licenciados y Diplomados en esas especialidades que el “mercado” no demandaba. No era difícil encontrar a un médico de conserje en un centro oficial u opositando a puestos para los que sólo se pedía el certificado de estudios primarios. Se empezó a hablar de excelencia educativa, de competitividad, y apareció la solución. Los colegios y los sindicatos presionaron a Decanos y Directores para que subieran la nota de admisión, habiéndose llegado a la paradoja de que hoy España necesita miles de maestros de educación primaria, miles de médicos –en algunas especialidades como Psiquiatría el déficit es ya alarmante- y miles de enfermeros sin que sus universidades sean capaces de “producirlos” adaptándose a la nueva realidad, es decir bajando la nota de corte de entrada para que muchos más alumnos puedan cursar una de esas carreras en el lugar más próximo a su domicilio, lo que además de solucionar un problema económico y social –se podrían cubrir en breve plazo las vacantes hoy existentes dando trabajo a muchas personas-, supondría un esfuerzo familiar mucho menor.

Cada vez son más las Facultades que se están sumando a la moda de imponer cortes altísimos para acceder a ellas

El disparate ha llegado a tal punto que el próximo curso, con una demanda creciente de médicos, cientos de aspirantes no podrán estudiar en la Facultad de su provincia y habrán de buscar en cualquier otra por todo el país; mientras que quienes hayan logrado superar el listón del ocho y pico cursarán sus estudios en enormes aulas vacías. Muchos futuros médicos, maestros y enfermeros no podrán serlo porque sus padres no tengan medios para que puedan desplazarse a otras ciudades, pero sobre todo porque quienes rigen, directa o indirectamente, esas Facultades y Escuelas, haciendo gala de un corporativismo medieval –no se es buen médico, enfermero o maestro porque se obtenga en selectividad una nota superior al siete o al ocho con tres, hay otros factores mucho más decisivos como son la vocación o la humanidad que no se miden con las notas de corte-, han decidido que la oferta sea menor que la demanda y de ese modo dar a esas carreras “el lustre y esplendor” de que en otro tiempo gozaron, lustre y esplendor que no está relacionado con la excelencia, pero que sí puede estarlo con otros motivos clasistas y pecuniarios tan en boga en nuestros días.

Cada vez son más las Facultades que se están sumando a la moda de imponer cortes altísimos para acceder a ellas, por ejemplo Farmacia, mientras otras –Historia, Derecho, Filología, Geografía- siguen siendo un saco sin fondo donde se meten los desplazados, aún a sabiendas de que les espera una vida profesional nula: Las Humanidades, en una sociedad de “Libre Mercado”, ya se sabe, son improductivas, una carga, un lastre. Pues bien, diga lo que diga el “mercado”, que como la Justicia es ciego, me parece una auténtica aberración que personas que quieran estudiar Medicina, Enfermería o Magisterio tengan que abandonar o desplazarse cientos de kilómetros para hacerlo habiendo sitio en las Facultades de sus provincias por una simple decisión administrativa movida casi exclusivamente por motivos corporativos: Además del dispendio económico, esa decisión supone un castigo inmerecido para los padres y sobre todo para muchos alumnos que podrían haber sido excelentes profesionales aunque su nota de selectividad no llegase al corte exigido. La Universidad no puede volver a ser un reducto para privilegiados.

Por otra parte, el desprecio burocrático, empresarial y social hacia las carreras humanísticas -que son las que de verdad forman seres humanos-, la consideración del Arte, la Literatura, la Historia, la Filosofía o la Geografía como conocimientos de poco provecho nos están conduciendo a pasos agigantados hacia la globalización de la estupidez, la insensibilidad y la idiocia, eso sí, con altos niveles tecnológicos.

Corporativismo, excelencia y exclusión