“La mentira es la forma más cobarde y simple de autodefensa;
nunca vive para llegar a vieja”.
Sófocles
¿Alerta estás? ¡Alerta estoy!, era una locución de atención con la que se instaba a los soldados a ponerse en guardia ante un posible ataque. Y alerta hay que estar porque nos la quieren pegar con queso. Cuando alguien trata de engañar a quien apreciamos le solemos alertar diciendo: “que no te la den con queso”, expresión utilizada en situaciones posibles de engaño; proviene de cuando los antiguos bodegueros recibían la visita de algunos compradores de vino que iban a comprar “al por mayor”; antes de la compra, el astuto bodeguero ofrecía una cata para probar la calidad de sus caldos; para que no percibiera la baja calidad de alguna añada de menor calidad y adquiriera todo el “lote”, la cata era servida con una ración de queso; el sabor y olor fuerte del queso enmascaraban la baja calidad de alguna barricas y el comprador se hacía con todos los barriles: incluidos los de deficiente calidad. Ante el creciente engaño que sufre la ciudadanía por parte de algunas instituciones, políticos y otros ciudadanos con “prestancia”, podríamos estar utilizando esta expresión para alertar a la mayor parte de las personas con las que nos relacionamos a diario.
Colorear la mentira es el arma primera del poder político sibilino y maquiavélico
Las personas sensatas, profundas y honestas (con empática inteligencia) en las que hemos confiado siempre, nos han enseñado, que en política y en la vida, las cosas no siempre son tan evidentes como creemos, como parecen o como se nos intentan mostrar. La realidad es siempre más compleja. Para entender la realidad, sin dejarnos llevar por espejismos, falsas verdades ni seducciones fanáticas, es necesario saber descifrar las palabras con las que los políticos esconden lo que prometen o se comprometen. Acudir a relatos o escenarios ficticios solo sirve para engañar a los necios; aunque ya nos alerta el sagrado libro que “el número de los necios es infinito”. Colorear la mentira es el arma primera del poder político sibilino y maquiavélico. Es conveniente seguir el consejo de Edmundo Husserl, el filósofo y matemático alemán, fundador del movimiento fenomenológico, uno de los movimientos filosóficos más influyentes del siglo XX y lleno aún de vitalidad en el siglo XXI, con el que intentó renovar la ética como ciencia estricta y empresa colectiva; sostenía que, como método, hay que escapar del tiempo impetuoso y acelerado de la vida y analizar la realidad con calma; es lo que también aconsejaba Ortega: hay que convertirse en observadores o espectadores de lo que sucede. Estamos acostumbrados a que, cuando los hechos trascienden a los medios de comunicación e impactan en la sociedad, las noticias sobre ellos se repiten hasta la saciedad; una vez que desaparecen de la pantalla, aquéllos entran en el olvido. Nuestra visión del mundo en que vivimos, físico y psicológico, además de pequeño es muy limitado, apenas alcanzamos a ver lo que nos roza. Nuestra mirada no es de telescopio, sino de microscopio.
Sin embargo, contemplar un cielo repleto de estrellas nos parece enorme; pero lo que vemos no es más que nuestro “universo” más próximo. En las mejores noches más claras, hasta podemos ver 2.500 estrellas (en exclusiva, una cienmillonésima parte de las estrellas de nuestra galaxia, aproximadamente), y casi todas ellas están a menos de 1.000 años luz de nosotros (un 1% del diámetro de la Vía Láctea). Cuando en la admiración uno se enfrenta al tema de las estrellas y las galaxias hay una pregunta que inquieta siempre a los humanos curiosos: “¿Existe vida, inteligente o no, en ese universo inalcanzable? Es “la paradoja de Fermi”, para la cual no tenemos por ahora respuesta. Este largo proceso o etapa de desarrollo cósmico es extremadamente improbable o imposible por ahora de que la inteligencia pueda dar dicha respuesta. Esa etapa es el llamado “Gran Filtro”, descrito por el economista Robin Hanson.
¿A dónde quiero llegar con esta “mística elevación” intentando traspasar el “Gran Filtro” de Hanson? Aterrizo y creo que tiene sentido. Si ya es complicado traspasar el Cosmos físico más allá de lo posible, no es menos complicado traspasar la mente de aquellos que, desde la mentira y el engaño, quieren explicarnos la realidad, cuando lo que quieren es “dárnosla con queso”. No piensan ni ven el mundo real; confunden su ombligo con el Universo. ¡Qué pereza da escucharlos! Está sucediendo con la nueva Oficina del Español creada por Isabel Díaz Ayuso, política de escasa experiencia y relación con la gestión, lejana de la inteligencia y el conocimiento reflexivos y cuya ambición es mayor que su ego; le sucede lo mismo a su pupilo Cantó, convertido en lo que él mismo ha declarado: “Yo solito soy el chiringuito de Ayuso”. “Me pide ser la marioneta de sus caprichos y yo me he prestado: son 75.000 euros anuales”. “Para lo que soy, un tránsfuga, una veleta, una mierda… nadie me va a dar más”. Y como el alcalde de Valladolid, Óscar Puente, utilizo el substantivo que ellos mismos, los actores, o los que se creen actores, se desean: “¡mucha mierda!”.
Pensar en nuestra España actual está casi vetado, se ha impuesto la respuesta instantánea y rápida
Sabemos que, desde el apasionamiento y sin la debida distancia de los hechos, la certera reflexión sobre ellos, además de excesivamente subjetiva, se hace casi imposible; así nos lo advierte Peter Sloterdijk, filósofo alemán, que lleva años animando a interpretar el mundo sin mistagogias ni misterios dogmáticos: “La vida actual no invita a pensar”. Pensar en nuestra España actual está casi vetado; se ha impuesto la respuesta instantánea y rápida, el pragmatismo útil en el que el único medio de juzgar la verdad de una gestión o de una doctrina política, moral, social, religiosa o científica…, consiste en considerar sus efectos prácticos: sólo es verdadero aquello que funciona; los pragmáticos, en su acepción filosófica, sitúan el criterio de verdad en la eficacia y valor del pensamiento útiles para la vida; no existe un orden de verdades absolutas y totalmente objetivas; no incluyen la dimensión ética en la conducta política; al contrario, permiten justificar un uso indebido de la política primando los resultados: es el relativismo del “todo depende”, si me beneficia.
En su obra “La función política de la mentira moderna”, se pregunta Alexandre Koyré cómo identificar a los políticos mendaces, mediocres y falsos, inmersos en ese magma que es la acción política para, a continuación, dibujar un exacto retrato de su perfil; es importante -escribe- saber ubicarlos y observar sus conductas. Su táctica es la mentira y su estrategia, trajinar en aquellos escenarios donde existe falta de información y razón y exceso de ignorancia y emoción. Se dirigen a aquellos ciudadanos e ingenuos votantes que pueden servirles como trampolín para conseguir el poder y sus oscuros intereses; mas, una vez conseguidos, es cuando los ingenuos votantes llegan a percibir la farsa y la burda mentira; por desgracia, una vez elegidos, ya no hay tiempo de corregir el error cometido; aunque siempre existe la oportunidad, como medida de futuro, de enmendar el error en las siguientes elecciones. Mientras, tenemos que soportarles toda la legislatura, a no ser que se imponga la cordura y haya una sensata moción de censura, a cualquier nivel: municipal, autonómico o nacional.
Política y mentira suelen ser inevitables compañeras. La mentira política ha existido siempre. Las reglas y técnica de lo que antaño se llamaba demagogia, hoy se llama “manipulación o propaganda”, han sido sistematizadas y codificadas desde hace miles de años. Nos hemos acostumbrado a escuchar mentiras, falacias o verdades manipuladas con descarada palabrería, hasta llegar, incluso, a negar lo evidente. Instrumentar y manipular la verdad, retorcer los argumentos a conveniencia para conseguir los propios fines sin importar lo que piense el ciudadano, supone la perversión del sistema democrático. Existe el riesgo de que, si llegamos a acostumbramos a escuchar mentiras y a vivir con ellas sin inmutarnos, acabemos aceptándolas como verdades. Pero el juego sucio y los engaños a la larga no salen rentables a quienes las utilizan. ¿Por qué?, porque minan la confianza del ciudadano y, sin confianza, la política noble y constructora de futuro se hace imposible.
Mentir en política consiste en deformar, en propia conveniencia, la verdad que interesa a la sociedad
El concepto de “mentira” presupone su opuesto y negación: la “verdad”; al igual que el concepto “falsedad” se opone a “veracidad”. Sin profundizar en conceptos filosóficos o morales, una mentira es una afirmación que no coincide con la opinión de la persona que la pronuncia pretendiendo engañar a otros en beneficio personal; mentir en política, pues, consiste en deformar, en propia conveniencia, la verdad que interesa a la sociedad, o manipular por interés partidista la realidad que importa a los ciudadanos; es decir, el criterio de verdad no remite a su valor universal sino a su conformidad con cierta utilidad de interés político, económico o social y en el que la distinción entre verdad y mentira se justifica, simplemente, porque conviene al que la utiliza. Es la primacía del relativismo ético. Como aconsejaba Maquiavelo con cinismo, “ya que optas por mentir, hazlo con contundencia”; es decir, sin pudor ético.
Razón tenía Prospero Merimée al afirmar que “toda mentira de importancia necesita algo de verdad circunstancial para ser creída”, ya que la mentira requiere de alguna pequeña verdad que la haga verosímil. El propio Martín Lutero sostenía que “una mentira necesita otras siete para poder parecerse a la verdad o tener su aspecto”. Si la primera víctima de la guerra es la verdad, por analogía se puede afirmar que el peor enemigo de la democracia es la mentira. De ahí que en democracia sea higiénico desconfiar de aquellos políticos que asumen que sus opiniones y acciones, cualesquiera que sean, pueden reemplazar, hasta anular, la deliberación y opinión de los ciudadanos a quienes toman por ignorantes y que utilizan la mentira como sistema para defender sus intereses ante ellos.
La vida de los artistas y actores está llena de sabrosas anécdotas, unas para admirar y otras, para avergonzar. Una noche el compositor francés Théodore Dubois había prometido asistir a una audición de un pianista aficionado, desprovisto de todo virtuosismo, pero provisto de una considerable fortuna. Dubois llegó cuando el concierto se había iniciado y no le permitieron entrar en la sala. – “¿Pueden dejarme pasar?”, preguntó; “no haré ruido”. Pero el portero, muy serio, contestó: “Piense, señor, que si abro la puerta querrán irse todos los que están dentro”. Esta puede ser la suerte de este pseudoactor, metido a ¡académico de la lengua castellana! Podrá dedicarle el tiempo que quiera a su nueva mamandurria, trabajar para mejorar el español y coordinar para crear riqueza y empleo” como dice Ayuso; pero haga lo que haga - ha afirmado “estar ya en proceso de preparar actos para la Festividad del 12 de octubre o seguir potenciando que Madrid sea ¡¡¡el centro mundial del turismo educativo en español!!!” -, analizando con seriedad este “innovador chiringuito”, caprichoso capricho de la Presidenta de Madrid, imagino que la RAE, la Fundéu y el Instituto Cervantes algo tendrán que decirles no sólo a Ayuso y a Cantó, sino a cuantos, por fidelidad o sumisión ideológica a la derecha (medios de comunicación afines y los Francisco Maruhenda, los Eduardo Inda, las María Claver, los Carlos Cuesta… y “tanti quanti”) apoyan este chiringuito; un innecesario organismo financiado con presupuesto público, sin utilidad y transparencia alguna y cuya finalidad ha sido colocar a quien, como una “sirena celosa y desnortada” tanto “canto cantó” para ocultar sus múltiples traiciones y deslealtades. Una vez más este ¿“actor”? o este ¿“político”? se ha expuesto frente al espejo de sus muchas contradicciones e incongruencias, al sufrir alguna de sus muchas metamorfosis políticas haciendo campaña contra los chiringuitos en general y los lingüísticos en particular. Si Díaz Ayuso, con su dudosa humildad de los soberbios y Toni Cantó, con la indigencia política y la indecencia moral que le caracteriza, y ambos, con una adicción desmedida al poder, deberían tener en cuenta ese principio de economía, conocida frase de un inteligente filósofo, llamada “la navaja de Guillermo de Occam”: “Entia non sunt multiplicanda sine necessitate”: “No hay que multiplicar las cosas que no son necesarias”. Y esta oficina del español es una de ellas.
Con Rosa Díez como modelo y maestra, a quién le puede extrañar la indigencia política y la indecencia moral de Toni Cantó
El científico francés Jean Baptiste de Lamarck, con su teoría de la evolución, expuesta en el libro “Filosofía Zoológica”, afirmaba que los órganos se adquieren o se pierden como consecuencia del uso o desuso y que los caracteres adquiridos por un ser vivo son heredados por sus descendientes: la función crea el órgano y la necesidad crea la función, argumentó Lamarck. Esta forma de hacer política no deja de ser herencia de quien han sido sus maestros, Aznar y Aguirre de Ayuso y Rosa Díez de Cantó. Con Rosa Díez como modelo y maestra, a quién le puede extrañar la indigencia política y la indecencia moral de Toni Cantó cuando hace días afirmaba: “Yo no necesito la política para vivir. Hago esto porque creo en ello y porque creo en ello y porque quiero devolver a la Comunidad de Madrid una pequeña parte de lo que me ha dado y porque creo que la Comunidad de Madrid es importante que esté bajo un Gobierno de centro derecha liderado por Ayuso, una líder que me inspira”. ¡Pelota! Cuando a los pueblos no se les puede ofrecer pan, se les da retórica y la retórica no alimenta, pero empacha. El problema es la indigencia moral de esta persona, que es igual que la de su mentora, Rosa Díaz; son personas que los problemas y el dolor de los demás les importa un rábano. Como dice el refrán: “Yendo yo caliente, ríase la gente”.
Y como siempre, para finalizar estas reflexiones, intentando serenar el ánimo en estos tiempos que estamos viviendo de mediocridad, de interés por lo inmediato, tiempos en los que triunfa lo frívolo, el oportunismo, la incoherencia, la deslealtad, la banalidad de lo accesorio, tiempos en los que los políticos discuten y proponen lo que a ellos les interesa y conviene y no lo que los ciudadanos reivindican, me permito acabar con las sabias palabras de un buen filósofo, que pudiendo tenerlo todo, se dedicó a enseñar ética a su hijo y a los reyes macedónicos, Aristóteles: “Ningún ciudadano debería votar a un político ni a un partido que no le conste fehacientemente que es honesto, leal, sincero y coherente. La dignidad no consiste en tener honores, sino en merecerlos”. Y, en mi opinión, ni Ayuso ni Cantó los merecen, advirtiendo, a quien me lea, que no permitamos que “nos la den con queso”.