viernes. 29.03.2024

Una democracia es muy frágil o cuando menos enferma, cuando no podemos hablar libremente de política, siendo una actividad fundamental en una sociedad. Si la política determina, en gran parte, nuestras condiciones sociales, culturales y nuestros derechos civiles y políticos, en definitiva nuestras vidas, ¿por qué nos da miedo hablar de política? Mas, está la realidad incuestionable. Circunstancia gravísima en una democracia. Hoy en España no podemos comentar con libertad una decisión del Gobierno o una propuesta de la oposición, ni manifestar a qué partido hemos votado o pensamos votar, ni qué periódico leemos ni en qué cadena de radio o televisión nos informamos. De hacerlo podemos vernos sometidos a insultos, malas caras, o incluso, a perder una supuesta amistad o dejar de hablarnos con un familiar. Recientemente en una terraza de una cafetería de la calle Bretón, en el centro de Zaragoza, tuve la osadía de estar leyendo el periódico La Vanguardia, y un ciudadano me escupió a la cara de una manera destemplada las siguientes palabras: ¿Por qué yo leía ese periódico? No supe qué responder. Me quedé alucinado. Tales hechos están pasando en Cataluña y también en el resto de España. Se nos llena la boca con nuestra exigencia de la libertad de expresión, pero la queremos para poder expresar nuestra opinión y para aquel que piensa igual que nosotros. Pero se la negamos a quienes piensan diferente. Ya lo dijo Azaña, gran conocedor de la esencia de lo español: “El enemigo de un español es siempre otro español. Al español le gusta tener libertad de decir y pensar lo que se le antoja, pero tolera difícilmente que otro español goce de la misma libertad, y piense y diga lo contrario de lo que él. El blanco de su impaciencia, de su cólera y enemistad es otro español. Otro español quien le hace tascar el freno, contra quien busca el desquite. ¿El desquite de qué ofensa? La ofensa de pensar contrariamente”. Tristemente se repite la historia. No cambiamos. Y si esta es la situación, si no se puede hablar libremente de política, ¿disfrutamos en España de una democracia plena?

Bastantes amigos y compañeros de viejas batallas contra la dictadura franquista, incluso ubicados en la izquierda, han renunciado ya hablar conmigo de política, acusándome de que “ya vale” de política. Esa renuncia no solo es conmigo. Me han dicho que quieren dedicar su tiempo libre a tocar un instrumento musical, pasear al perro, cuidar a los nietos, leer, pasear con su esposa… Pero que de política no quieren saber nada. Quiero pensar que tras esta actitud lo que hay es un desencanto por la política actual y que siguen muy interesados por la política. Lamentaría que esa renuncia se deba a ciertas reminiscencias nocivas del franquismo. “No te metas en política”. “No te signifiques”. “No te des a notar”. Muchos de nuestros abuelos por haberse significado políticamente fueron represaliados brutalmente ellos y miembros de su familia. Y esto ha dejado una huella, que costará mucho borrar. Tales prejuicios heredados sobre la política, según Aurelio Arteta, conducen a que una actividad se considera execrable, porque se ha politizado y no hay que politizar las cosas. Tal actitud es profundamente perversa. No escasean en esta España nuestra aquellos que dicen “yo soy apolítico”.  A estos Juan Domingo Perón les hubiera replicado “es como si dijeran soy un cretino”. Y yo les replico que votantes de izquierdas no son.

Una democracia fuerte necesita de una ciudadanía comprometida con los asuntos públicos

Una democracia fuerte necesita de una ciudadanía comprometida con los asuntos públicos, si ante una injusticia o ante un escándalo de corrupción, la gente reacciona con un indiferente encogerse de hombros, si en lugar de indignarse con el menoscabo de su libertad adopta una actitud de pasotismo, es imposible una democracia. Sin unos ciudadanos comprometidos con la res publica no habrá buenos dirigentes. Algunos justifican ese pasotismo: “Da igual que gobiernen unos u otros”. “Son todos iguales”. No, no. No todos los políticos son iguales. Eso es lo que quieren que nos creamos, los que quieren que nos despreocupemos de la política. Pasemos de política. Vale. Pero, deberíamos tener claro, que otros la harán por nosotros. Vaya que sí la harán. No. No. Todos los políticos no son iguales. No es lo mismo dedicar el dinero a rescatar a los bancos que a implementar un Ingreso Mínimo Vital. No es lo mismo poner en marcha reformas laborales para facilitar el despido, que quien toma medidas para evitarlos. Son muy distintos quienes miden su patriotismo en metros de bandera, que aquellos que ansían una España sin desahucios y toman medidas para el acceso a la vivienda. No. No son los mismos. Y quien no vea tales diferencias o está ofuscado o está aquejado de gravísimos prejuicios políticos.

Hay que hablar de política y por supuesto implicarse de lleno en ella. Por muchas razones. Dejando la vida privada al margen, debemos politizar todo aquello que nos afecta como miembros de la polis. ¿No debe someterse al debate público, de todos los ciudadanos, por ejemplo, nuestras pensiones, nuestra sanidad, nuestra educación, nuestro sistema energético, el sistema fiscal o una solución pactada al problema ya viejo de vertebración territorial? Cuando se quieren eliminar estos y otros temas del debate político, es que detrás debe haber algún interés bastardo. Somos seres tanto más libres cuanto más politizados. Por ello, la izquierda debería politizar frente a una derecha que no le interesa el tratamiento político de los temas. La derecha promueve la despolitización y se mueve mejor con otros valores (eficacia, flexibilidad, competitividad, crecimiento, tecnocracia...).  Lo que la izquierda debería hacer es recuperar el protagonismo de la política. El auténtico combate que se dilucida hoy es entre los que aspiran a que el mundo tenga un formato político y a los que no les importa que la política se convierta en algo irrelevante. La defensa de la política es la gran tarea de la izquierda, de no hacerlo, esta se juega su propia supervivencia.

Quien hace una defensa a ultranza de la política, instando a los jóvenes a implicarse en ella es Antonio Machado. Sus palabras son de un profundo calado: “La política, señores, es una actividad importantísima. Yo no os aconsejaré nunca el apoliticismo, sino el desdeño de la política mala, que hacen trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancia y colocar parientes. Vosotros debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros, y, naturalmente, contra vosotros. Solo me atrevo a aconsejaros que la hagáis a cara descubierta… Y a quien os eche en cara vuestros pocos años bien podéis decirle que la política no ha de ser necesariamente cosa de viejos. Hay movimientos políticos que tienen su punto de arranque en una justificada rebelión de menores contra la inepcia de los sedicentes padres de la patria…Hasta las madres os pudieran aconsejar: “Toma el volante, niño, porque estoy viendo que tu papá nos va a estrellar a todos -de una vez- en la cuneta del camino”.

Los riesgos de hablar hoy de política