jueves. 28.03.2024
carlos bardem
Carlos Bardem.

La moralidad de la izquierda, incluso su superioridad frente a las concepciones conservadoras se ha convertido en un lugar común tan visitado que genera argumentarios reversibles, produce un arsenal ideológico para la defensa de la superioridad tanto como para lo contrario, que dicha superioridad no es más que el correlato de una lectura sesgada de la historia.

No todos los implicados lo viven y expresan así, como una cuestión de debate conceptual. Las más de la veces lo presentan como una competición entre quienes son buenos y honestos y quienes unos tercos patanes. Por aquí no se va ningún lado. Hace unos días escuché a mi muy admirado Carlos Bardem proclamando que su vinculación a las ideas de progreso le convertían en un ser superior desde el punto de vista moral respecto de la caterva de zopencos que habitan en el confuso mundo de las derechas. Supongo que por falta de tiempo, quizás por negligencia conmiserativa, no se tomó la molestia de armar la superioridad moral de la gente que defiende el progreso y sobrepasa la estrechez de miras del conservadurismo. Porque haberlas las hay.

Si me das tu permiso Carlos, querría acotar la cosa. Los movimientos de la izquierda europea nacen, se organizan y actúan en la reconfiguración de los estados que ahora forman Europa conectados intelectualmente con los pensadores ilustrados franceses, los filósofos moralistas alemanes y el pragmatismo británico. Las reflexiones y los debates que ocupan a estos hombres tienen que ver con la vida desgraciada que sufre la mayoría de las personas del mundo que conocen, y encuentran que en la disposición de lo dado se halla el núcleo del mal que amenaza a la humanidad. Diderot, Voltaire, Rousseau, Kant, Fichte, Spencer, Hume, Smith y tantos otros sufren una especie de angustia ante la visión desoladora que el mundo jerarquizado en castas y posiciones ganadas por la fuerza inflige en los desfavorecidos. La solidaridad humana y el republicanismo emergen como las fuerzas redentoras capaces de modificar la nefanda organización del mundo visto por ojos de la aristocracia y del clero.

Las actitudes morales de esos pensadores, ahora convertidos en padres de la civilización occidental, derivan en un posicionamiento político que tiene que ver con las formas revolucionarias burguesas en Francia, las socialdemócratas en Alemania y las liberales en Inglaterra, fenómenos que van a extenderse según diversos patrones por el continente. Pero en su origen no son posiciones políticas, sino posiciones morales, lo que empuja a los pensadores del XVIII no son convicciones políticas, son posiciones personales frente al mal. Les resulta inaceptable contemplar la degradación de la vida de los seres humanos por la mera distribución desigual de riquezas, recursos e ideas. El republicanismo, la educación y las libertades económicas forman el haz de las reivindicaciones que abanderan al progreso frente las restricciones del mundo conservador. 

De modo que quienes siguen dando la pelea por la república, la educación y la libertad sí que pueden sentirse moralmente superiores, pues los fundamentos de su filiación se encuentran en la articulación de principios que aporten a todo ser humano las bondades reservadas para quienes poseen y para quienes ordenan. Su visión de la vida y de sus posibilidades tiene una componente moral desde el inicio de la subversión frente al poder instituido. Carlos Bardem y millones de personas que comparten su visión se encuentran en una posición moral de orden superior, pues está orientada por la búsqueda del bien y de la felicidad de todos, no estrictamente de los elegidos. 

Si se desea ahondar un tanto más en la componente moral del pensamiento y acción de las fuerzas de progreso y las del conservadurismo, también podemos extraer algunas lecciones de utilidad moral. La primera y aún más la segunda guerra mundial fue la respuesta del mundo conservador a las limitaciones que su opción retrograda se había autoimpuesto. El jerarquismo obsoleto del siglo XVIII encontró en el colonialismo del XIX su prórroga. Finalizada en caos la fórmula de expoliación de territorios más allá de las fronteras, los señores del campo y de la industria se convierten en señores de la guerra, simplemente cambiando su atuendo, su frac se trasformó en su casaca con escaso coste intelectual o moral. El mundo había olvidado quién y por qué se encarga de los asuntos públicos y ello requería de una corrección en forma de asalto a territorios económicamente hostiles en la primera guerra y la segregación racial en la segunda.

En ambos casos, la apelación al señorío y al derecho de conquista, justificó la alteración del rumbo histórico de la justicia y el reconocimiento de la igualdad entre los hombres y las naciones. La carnicería de millones de hombres en los frentes y de mujeres y niños en retaguardia se justificó como un daño colateral debido al necesario reajuste de la situación que las hordas progresistas habían llevado al corazón de las sociedades europeas. Las bombas salieron y cayeron de un lado y del otro, cierto, pero ambas guerras fueron originadas por la misma arcaica y antiprogresista mentalidad, la del herren alemán o sus lacayos nazis, fascistas y nacional católicos (recordad que los pelayistas reivindican el germanismo godo).

La izquierda, el progreso, como es lógico se opuso a la masacre, pues nada tienen que ganar los desheredados, en nada iba a mejorar su vida una guerra, cualquier guerra, tampoco la de Iraq. Así es que sí Carlos, somos moralmente superiores, pues nos opusimos y nos oponemos a las guerras y a sus justificaciones.

La izquierda no es moralmente superior, es que es una fuerza moral