jueves. 25.04.2024
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Pedro Sánchez en la sesión de control en el Congreso.

El Congreso de los Diputados y el Senado del Reino de España son - o mejor: deberían ser - los templos donde algunos elegidos trabajan, hablan y construyen el país en representación de todos aquellos que decidimos elegirles a ellos para esta importante labor. Muchas veces parecen olvidar que ellos no son nada y que somos los ciudadanos los que ocupamos esos escaños para que se haga aquello que entendemos que es mejor para TODOS. Votar a un partido o a un candidato sólo significa eso, nada menos que eso.

En esos templos, la palabra debería ser algo sacrosanto, la esencia de toda su existencia y sin embargo, de un tiempo -largo ya desde Martínez Pujalte y otros que siguieron su destructiva senda - a esta parte parece que sus señorías se han olvidado de las bases fundacionales de su labor y de su obligación. El Congreso se llama, también, Parlamento en honor a esa función de parlamentar, negociar, construir. Como siempre, el diccionario de la RAE puede iluminarnos al dejar clara la significación del verbo parlamentar: Discutir sobre un asunto o sobre un problema con la intención de llegar a un acuerdo o de encontrar una solución.

Es muy probable que muchos de los actuales diputados y senadores no sepan, ni remotamente, el significado del verbo ni la razón primordial de su presencia en tan solemnes instituciones, así que optan por comportarse y hablar de una manera que traiciona de una manera vergonzosa la razón de ser de todo el proceso democrático cuya última expresión es su función y su trabajo en nombre y representación de sus electores.

Me gustaría mucho que todos y cada uno de los señores diputados que habitan el hemiciclo tuvieran en cuenta, antes de hacer ninguna otra cosa, la enorme responsabilidad que debería pesar sobre ellos a la hora de representar dignamente a todos y cada uno de sus electores. Si de vez en cuando se acordaran más de los electores, los suyos y los del adversario político, es muy posible que ese respeto hacia lo que los demás representan y lo que a ellos mismos les obliga en cuanto a respetarse a sí mismos y a su función, contribuyera a elevar el nivel de los debates, la cooperación entre los partidos y facilitara la consecución de objetivos comunes.

Por desgracia, esa dinámica de respetar y de respetarse se ha arrumbado en favor de la chabacanería, el desprecio y la grosería. Sus Señorías deberían tener en cuenta que ese ser humano que tienen delante y al que lanzan sus diatribas más zafias y groseras, no es nada por sí mismo: lo es porque en su figura se encarnan miles y miles de votantes que, sin duda, merecen el respeto de los que a ellos se dirigen. Hoy, el Parlamento y el Senado se han convertido en albañales de zafiedad y, acaso peor, de falta de imaginación e ingenio para rebatir de forma elegante los argumentos -que no la persona - con la que debaten y parlamentan.

Hoy, día 15 de diciembre, el líder de la oposición - figura legal que le obliga a una responsabilidad añadida derivada de una representación institucional reconocida legalmente - se ha rebajado al preguntarle al Presidente de Gobierno ¿Qué coño tiene que pasar en España para que usted asuma alguna responsabilidad? El tono y la forma en la que se ha lanzado esa impresentable invectiva dice mucho más del que la lanza que del que la recibe, por supuesto, pero es que, además, ofende la raíz de todo lo que la democracia, el parlamentarismo y la buena educación exigen y son. Y lo malo, lo peor que podría haber pasado, es que esa misma frase la pronunció el hoy agredido interpelando a Mariano Rajoy en marzo de 2015. De esta forma, paso  a paso, se consolida la degeneración, la indolencia, la falta de respeto hacia y con y una falta de recursos parlamentarios muy preocupante.

Puedo entender que la tensión política sea grande y que las debilidades pueden llevarnos, a todos, a cierto bloqueo, pero para eso deberían apoyarse en y revestirse de la pompa y ceremonia que emana tanto del cargo como del lugar. Pero para eso, haría falta que sus Señorías entraran al hemiciclo investidos de respeto, humildad y buena educación para saber hacer llegar su mensaje a los electores que habitan los escaños a los que lanzan invectivas y demuestran desprecio.

El hemiciclo debería volver a ser un lugar en el que se celebre la liturgia de la palabra y cada uno de sus miembros debería ser consciente de que, al hablar, son oficiantes de esa liturgia, sacerdotes que consagran la convivencia pacífica de todos. El ejemplo de hoy no debe tomarse nada más que como ejemplo y como detonante de este escrito, que el defecto es común y se haya bastante generalizado en ambas instituciones, por desgracia.

Señores representantes: estoy en mi derecho de pedirles que se respeten a Vds. primero y que, fruto de ese respeto, sean capaces de respetar a todos cuantos hemos elegido a unos y a otros para que sean ejemplares y ejerzan sus funciones de acuerdo a la responsabilidad y trascendencia que tienen sus cargos.

Además de ser el justo retorno a nuestra elección, hay que recordarles que les pagamos para ello, así que hagan el favor de rectificar y ponerse las pilas para hacerlo bien, que hace mucha falta.

Respetar y respetarse