viernes. 29.03.2024
empleo

Es cierto que la redirección de la política laboral que se plantea el gobierno de coalición de las fuerzas de progreso no ha sido definida en ningún momento como contrarreforma, que es lo que a mí me parece. Puede que sea el recuerdo añejo y tradicionalista de la contrarreforma religiosa lo que inhiba el que los miembros del gobierno hablasen de ello en esos términos y de ese modo superar las aparentes diferencias semánticas que exhiben quienes por un lado defienden cuestiones de método, con Calviño al frente, y quienes defienden logros y objetivos, contando a Díaz como principal valedora.

Porque si, en clave de política versallesca, la acción del gobierno sobre la estructuración de las relaciones laborales ha llegado a una especie de pacto de no agresión entre los bandos contendientes, me parece que hubiera sido de mayor utilidad un compromiso blindado para desmontar una ley que, habiendo sido reformada por el gobierno de Rajoy, embocó la realidad del trabajo hacia una salida única, aquella en la que la patronal había colocado sus controles y peajes. Y la realidad del trabajo y su gestión es algo más complejo que hallar el consenso simple sobre las fórmulas de despido, el ratio de temporalidad o el ámbito de la negociación colectiva.

El trabajo es más, mucho más que esto, el trabajo es una rara habilidad de los hombres y de las mujeres por la que nos constituimos como seres humanos capacitados para acrecentar la felicidad personal y colectiva al generar nuevas formas de cubrir necesidades y satisfacer deseos patentes o latentes, actuales o en previsión futura. El trabajo así concebido, motor de humanidad, se aleja de la imagen de asunto administrativo que pueda resolverse mediante un articulado legal más o menos adecuado al ritmo de los tiempos, más o menos sintonizado con el pulso político del momento.

Es cierto que la violencia original ejercida por el capital sobre el trabajo, forzando el exilio de agricultores y ganaderos en éxodo hacia los burgos industriales, ha provocado un sinfín de injusticias y desigualdades que han favorecido el desarrollo de una estructura legal que se asemeja más al código penal que a las cartas magnas donde se recogen las aspiraciones humanas a una vida digna y en constante proceso de mejora. Es asimismo cierto que, ante el agotamiento de reservas de trabajadores agrícolas y exhaustas el resto, el capital han tendido a cubrir esas lagunas con cohortes de inmigrantes o con procesos de externalización de la producción que reproducen la violencia primera, cuyo objetivo es la extracción del máximo beneficio sin contemplar para nada los elementos sustanciales del trabajo. Los ganadores del ciclo histórico capitalista han conseguido que el trabajo sea una cuestión laboralista, más manejable desde una óptica legalista, poco susceptible de ser transformada, si no es para afinar conceptos de base jurídica. El trabajo reducido a una mera relación contractual.

La última pieza del mecano laboral que me reafirma en mi convicción de vicio de inicio en la estructuración de las relaciones laborales la encontramos en el diseño y despliegue de las Políticas Activas de Empleo. Y da mucha rabia porque los ideólogos de esta modalidad de intervención en la generación culta de fuerza de trabajo parece que tengan in mente principios básicos de la constitución de la humanidad vía trabajo. En el meollo  de las PAE se concibe y premia el ajustar las necesidades y expectativas de las personas con las necesidades colectivas que manifiestan los tejidos productivos de ámbitos geográficos determinados. Parece como que los teóricos de las iniciativas PAE tuvieran la mente más cerca de principios de organización social humanista y rechazasen la sofisticada adulteración que de los mercados de trabajo anuncian las escuelas de negocio y muchos think tank económicos. En la definición de las PAE, las personas ocuparían el centro gravitacional y sería en torno a esa centralidad como se organizarían los recursos analíticos, predictivos, cualificadores, educativos, tutoriales y facilitadores de todo tipo que la ingeniería social haya sido capaz de poner en marcha.  

Pero desafortunadamente si nos vamos a su realidad legal (i), vemos una vez más los esfuerzos reguladores administrativos concebidos como  una jerarquía de imposiciones de arriba hacia abajo con el despliegue de una cascada de líneas de actuación que sobreponen las estructuras de gestión del estado a la adaptación de éste al fenómeno humano que entendemos como mundo del trabajo. A ello habría que añadir la sobreactuación añadida de respeto a la estricta trasferencia de responsabilidades a la administración de las CCAA.

Así se diluye una oportunidad para devolver al trabajo su sentido original, aquello que nos constituye como seres humanos dignos y cultivados, algo que surge del impulso creador de las personas y que debería fluir de abajo arriba, disponiendo de todo entramado legal o administrativo para su mejor fin, no para su entorpecimiento buscado o involuntario.

Repensar las Políticas Activas de Empleo podría llevarnos a un escenario en el que el trabajo se encuentra más allá de lo que, reforma o contrarreforma laboral, se hayan planteado hasta el momento.    

(i) BOE Viernes 15 marzo 2019

Más allá de la reforma laboral