jueves. 28.03.2024

Ya en los años 60 del siglo pasado, al principio del tratamiento en la insuficiencia renal avanzada mediante la hemodiálisis se establecían unos criterios de selección; quien no los cumplía, moría irremediablemente en pocos días o semanas y quien los cumplía podía seguir viviendo varios años.

Esto era debido a que existían pocos servicios especializados y estaban ubicados en las grandes ciudades, lo que impedía su acceso al medio rural alejado de ellas. Se tenía en cuenta, además de la ubicación de los pacientes, la edad de los candidatos, la capacidad de adaptación al tratamiento que se les ofrecía, la calidad de vida que previsiblemente llevarán en su nueva situación y la asociación de otras patologías. No valía lo de “aceptarlos por orden de llegada”, no se consideraba lo más ético.

Era asumido y no cabía ninguna otra opción: no habían recursos suficientes para todos.

Esto, hoy en día impensable en nuestro ámbito donde por ejemplo la edad por si misma desde hace muchos años ha dejado de ser un criterio de exclusión, por desgracia sigue ocurriendo en países llamados del Tercer Mundo.

En bien entrado el siglo XXI, nunca nos hubiésemos podido imaginar que volveríamos a encontrarnos en una situación similar o incluso más grave.

En plena pandemia a nivel mundial nos encontramos con lo mismo: una falta de recursos, no hay respiradores y es probable que en unos días o semanas (escribo esto el día 2 de Abril de 2020) no haya camas de UCI para todos; todos los países luchan por acaparar el mayor número de respiradores y, habituados a vivir en una sociedad donde se considera que el derecho a la salud (y ¿por qué no exigir el derecho a la inmortalidad?, ya puestos) es una obligación del Estado, no se entiende esto y hay quien se escandaliza porque a una persona de 80 años o más, con una calidad de vida limitada, dependiente y a veces con un pronóstico de vida corto por otras enfermedades, se le excluya de un recurso limitado para dar paso a una persona completamente sana, con un proyecto vital recién establecido y del que dependen otras personas, llegando incluso a acusar de asesinos a quienes excluyen a enfermos de esta medida terapéutica, cuando muchos de estos enfermos si se les diese la opción, cederían el respirador o la cama de la UCI que por orden de llegada les correspondería, para salvar a su hijo o a su nieto.

No, aquí tampoco vale lo del “orden de llegada”, tampoco sería lo más ético.

Es una pena, pero se trata de decidir entre lo malo y lo peor y, para ello, una vez más debemos acudir a soluciones utilitaristas, que rayan la eugenesia, no hay otra opción y, si alguien la tiene, que la divulgue.

Armando Azulay Tapiero | Médico especialista en Medicina Interna. Máster en Derecho y Bioética  por la Universidad de Valencia.

Recursos limitados y eugenesia