viernes. 19.04.2024

He dudado en si poner progresista, pero he preferido utilizar el término consagrado desde la Revolución Francesa para designar al colectivo con que algunos tendemos a simpatizar por variopintos motivos.

Si ganan las elecciones asistimos a un designio de la providencia y, en caso de perderlas, es que habrán hecho trampas

Como toda definición deja fuera muchos matices, lo que no deja de ser una característica del pensamiento no conservador. Hay un mayor dinamismo entre sus filas porque la crítica más feroz comienza con quienes pretenden ser tus representantes y lo ideal es que también por uno mismo. Por descontado esto complica mucho las cosas y genera disensiones, pero sólo se puede avanzar dialécticamente pagando ese precio.

Desde luego resulta mucho más cómodo funcionar con eslóganes para fascinar a los partidarios con mensajes vanos y sin sustancia. El fenómeno populista triunfa urbi et orbe. Si ganan las elecciones asistimos a un designio de la providencia y, en caso de perderlas, es que habrán hecho trampas. En ese caso basta con arengar a las huestes para que asalten el Capitolio, como hizo Trump, o urdir una trama para que intervenga el ejercito, tal como ha pretendido Bolsonaro. Dos expresidentes de vastas naciones que han pretendido derrocar el orden establecido al verse derrotados en las urnas.

Luego están los aprendices que no se atreven a tanto, aunque sigan los pasos de sus maestros. Vox quiere abolir las autonomías y decide hacerlo formando parte de gobiernos autonómicos o condicionando sus políticas. Cuánto humo se ven obligados a expandir todos los días para camuflar su auténtica vocación, cual es la de lucrarse con el dinero público directa o mediatamente. Salvados les dedicó un programa con unos testimonios demoledores de personas que habían tenido enormes responsabilidades en su seno. Ni siquiera se molestan en brindar su propia versión de los hechos.

Al menos Zaplana reconocía haberse metido en política para forrarse, aunque ahora lo desmienta. Los chanchullos económicos cercan al Partido Popular desde tiempos inmemoriales. En los planos del metro madrileño desapareció la estación de Simancas y al candidato socialista de igual nombre le robaron unas elecciones con el Tamayazo. Las operaciones inmobiliarias en ciernes permitían recurrir a cifras persuasorias para cambiar el sentido de una votación. Luego vinieron las ranas de Aguirre y los charcos estructurales. El problema no eran sobresueldos o financiaciones irregulares del partido, sino el sideral e ilegítimo incremento de ciertos patrimonios personales.

Lo del Rey emérito no debía ser una excepción, aunque su caso sea excepcional por una incompresible inmunidad que le permitía obrar impúdicamente y recibir despreocupadamente dinero a espuertas predicando con el ejemplo a no seguir por la ciudadanía de bien. Algunos de los asistentes a la boda del Escorial y buena parte del gabinete que integró el primer gobierno de Aznar están rindiendo cuentas ante la justicia. Rajoy tuvo que irse tras un escandalo de corrupción. En el entorno del Partido Popular suelen proliferar los comisionistas y las contrataciones irregulares. La cantinela es que se trata de una conspiración en su contra, pero las grabaciones hechas a sus dirigentes apuntan en otra dirección.

El actual gobierno es deslegitimado por tener malas compañías y ocupar indebidamente La Moncloa. Sus acuerdos para legislar o aprobar los presupuestos les hace separatistas e incluso filo-etarras. Las descalificaciones vienen a suplir la falta de argumentos y propuestas. Los pactos relativos a las grandes cuestiones de Estado quedan aplazados por nuevas excusas, incluso cuando contradicen a las precedentes. Al socio de gobierno en la Comunidad madrileña le despacharon en cuanto Ayuso se vio con fuerza electoral y Abascal se prefigura como el nuevo aliado imprescindible.

Todo esto era un preámbulo para delinear mejor las opciones electorales que le quedan a quien puede coincidir con lo apuntado, aparte de abstenerse. Yolanda Díaz ha sabido aprovechar su paso por una vicepresidencia que le ha permitido mostrar sus habilidades políticas. Ocupar puestos de tanta responsabilidad pueden acabar con tu carrera o iniciarla. En ese cargo hemos presenciado ambas cosas. El haber sido designada como sucesora por Pablo Iglesias le ha permitido plantear una nueva fórmula y es muy positivo que no se deje tutelar por quien acertó al contar con ella. Pedro Sánchez dejó su escaño y la secretaria general del PSOE para volver con el apoyo de los militantes. Parecen condenados a entenderse desde sus respectivas resiliencias.

En el proyecto de Yolanda Díaz lo primero era presentar unas líneas programáticas y eso no se ha hecho mal. Se ha contado con mucha gente de muy diversa procedencia para dar ideas y discutirlas. La sopa de siglas no arreglaría nada. Eso se ha ensayado muchas veces y la palabra Unida siempre ha mostrado lo contrario. Izquierda Unida, Unidas Podemos… Cuantas más escisiones había, tocaba simular lo contrario, como si esa pantomima sirviese de algo. Sumar suena mejor. Sin embargo, tal como se convocan las urnas también cuentan los nombres de quienes acaben integrando sus listas. Aquí está el punto más delicado.

Asignar cuotas a las distintas formaciones políticas es lo peor que cabe hacer. Se vería como más de lo mismo. Hay que combinar nombres conocidos con gente capaz más desconocida y cuyo merito sea el de adquirir un compromiso para gestionar lo público durante un período transitorio, con animo de retornar luego a su quehacer habitual, quizás a ese mismo que le ha significado para figurar en una lista electoral, porque la política debería ser un servicio muy sacrificado y no un modo de ganarse la vida. Los candidatos importan mucho, como ha demostrado Mónica García en la Comunidad madrileña. Una médica de paso por la política es algo muy apreciable, máxime cuando Ayuso interpreta la situación del profesional sanitario como un ataque a su persona.

Ya es hora de que la clase política no acapare los focos mediáticos y den el protagonismo a los problemas de la ciudanía que supuestamente representan. Ese tipo de perfil podría ser un buen criterio para confeccionar las listas electorales. Conviene desear mucha suerte a Yolanda Díaz con su proyecto. El desafío de convencer a la gente para votar una nueva candidatura de izquierdas es monumental, pero por eso mismo merece la pena intentarlo, sobre todo con un PSOE que ciertamente no podrá gobernar en solitario. Podemos tuvo su papel en la escena política, pero ahora es un lastre que resta, lejos de sumar y toca dar un paso atrás o hacer mutis por el foro.

La oposición convoca una manifestación contra el gobierno, porque supondría un peligro para España, si bien Europa parecen ver las cosas de otro modo. Sánchez lidera la internacional socialista y acaba de firmar el Tratado de Barcelona para sellar una relación especial con Francia. El presidente de la Generalitat se despide a la francesa reclamando apoyo del PSC para sus presupuestos y declaraba la pervivencia del conflicto, mientras Junqueras es abucheado como traidor, mientras Macrón ve cómo un millón de personas protesta por retrasar la jubilación.

Buscar pobres debajo de un atril para decretar su inexistencia es una burla que debería inhabilitar para seguir ejerciendo un cargo público y parapetarse detrás de unas reivindicaciones maximalistas que no son universalmente compartidas, o pretender ganar elecciones desacreditando a quien demuestra tener más fuerza en las urnas, no sirve para resolver ningún problema, sino para generar otros ficticios. Pero de sabios es rectificar, y algunas leyes del actual gobierno se han realizado con una precipitación digna de mejor causa, como la de malversación o algunas del Ministerio de Igualdad. Lo suyo sería revisarlas y no ver como una debilidad el enmendarse a sí mismo.

¿A quién votar si eres de izquierdas?