miércoles. 24.04.2024
 

Si alguien cree que a continuación de este título se va a encontrar con la respuesta a la pregunta, pierda toda esperanza. Yo, como infinidad de gente que habla sobre el asunto de la COVID, no tengo ni idea. Por eso pregunto. Obviamente, hablo de la COVID. Por mi edad, ya no me preocupo por cosas como el sarampión, la tosferina o la rubeola.

En estos casos, lo primero que hago es ir al diccionario, el oficial, el de la RAE. Eso sirve para homologar lo que queremos decir cuando hablamos de vacunar. Según el diccionario, y transcribo, vacunar es “Inocular una vacuna a una persona o a un animal  para provocar en ellos una respuesta de defensa y preservarlos de una enfermedad determinada. U.t.c.prnl. U.t. en sent. fig. Estoy vacunado CONTRA los excesos demagógicos”. Fin de la cita, como dicen los finos. Eso de la demagogia no es mío, lo pone como ejemplo, no sé si casualmente, el diccionario.

En primer lugar, observo que vacunar no sirve, lingüísticamente hablando, para evitar que puedas contagiarte de un virus ni que, una vez contagiado, puedas transmitirlo a otras personas. Como todavía no hemos entrado en terrenos clínicos y solo estamos en el lingüístico, no quiero negar que se puedan producir esas circunstancias pero, en principio, no es eso, no es eso. También puede servir para estar un par de días de baja por algún efecto secundario, pero eso tampoco es lo esencial. Vacunar, parece que sirve para lo que sirve.

Por cierto, esto de los efectos secundarios temporales es algo que a mucha gente le sirve para renegar de la vacuna, porque no está dispuesta a pasar un mal rato a cambio de un presunto beneficio si se contagia. También hay gente que ha leído algún artículo, o simplemente un meme, que le induce a pensar en que esos efectos secundarios pueden, no solo ser permanentes, si no graves. Y claro, ¿quién quiere que le salga un tercer brazo como si fuera una ameba?.

Con eso de los estudios especializados pasamos al ámbito científico. Aquí se complica la cosa. Y mucho. Como hasta en las ciencias más exactas hay opiniones distintas, en algo como la inmunología o la epidemiología la dispersión de criterios puede dar para debates tan duraderos como la propia pandemia. Y más allá, naturalmente. Casi cualquier opinión puede tener soporte en algún estudio especializado si se emplea algún tiempo en buscarlo o se espera pacientemente a que las redes sociales se lo hagan llegar.

Recomiendo la lectura de “Mas grandes que el amor”, de Dominique Lapierre. Trata de la historia de la aparición del SIDA y de los esfuerzos científicos, ciertamente dispersos y contradictorios, que se hicieron para combatirlo. Cuando aparece un nuevo virus en escena parece no haber, de entrada, un pensamiento único con el que afrontar el problema. Y, producto de la condición humana, cuando se inicia un camino para la investigación, puede ser difícil abandonarlo y se emplean grandes esfuerzos para justificar ese camino. Hay que tener en cuenta que la investigación precisa de importantes inversiones y, cuando un laboratorio ha encontrado dinero para financiarse , le cuesta renunciar a la fuente de financiación solo por el hecho de que se dé cuenta de que no va bien la cosa. Esto de la economía es algo sustancial a la hora de tomar decisiones tanto por parte de los investigadores como, sobre todo, de las empresas que les financian, lo que influye en la pureza de los análisis.

Las redes sociales, algo que no existía en los años 80, cuando el SIDA, colaboran extraordinariamente a la difusión de esos criterios. De todos los criterios. Y los ponen, como antes hacia el NODO, al alcance de todos los españoles. Aunque, como todo el mundo sabe, los más profundos estudios están en inglés, siempre hay quien acerca el ascua a su opinión traduciendo convenientemente el informe en cuestión.

Y, luego, viene el meme, excremento natural del proceso. Un meme bien hecho, y los hay porque la memelogía ya es materia universitaria, vale más que cien informes y es capaz de fijar una idea con más fuerza que si se grabara sobre piedra. Por tanto, discernir entre el alud de información a la que se tiene normalmente acceso no es fácil para el gran público, o sea gente como yo.

Al final solo nos queda el camino de la fé. ¿En qué creer?. Bueno, tampoco aquí quiero hacer apostolado. Cada cual cree en lo que quiere creer, es decir en aquello que le proporciona la comodidad intelectual suficiente para acabar el día sin dolor de cabeza. Tampoco soy sociólogo, pero en algún sitio he leído y, por cierto, creo, que la ideología general de una persona tiene que ver con su posición respecto a la vacuna contra la COVID. Como estoy hablando de España, tiene mucho que ver con el asunto el que el gobierno, o sea Sánchez, haya recomendado hasta la saciedad el que hay que vacunarse. Como digo, creo que es así y podría especular con la idea de que habría quien pasara del negacionismo al convencimiento si Sánchez hubiera dicho otra cosa. Pero no lo haré, ya que la hemeroteca podría dejarme mal al comprobar que, si en algún momento ha dicho cosas dispares, la oposición siempre se ha opuesto, como su propio nombre indica, dijera lo que dijera.

Bueno, y por si a alguien le interesa mi opinión personal, a mí la vacuna me sirve para pensar que estoy haciendo todo lo posible para evitar que la COVID se me lleve por delante antes de lo que, en otras circunstancias, me correspondería. Junto con la mascarilla, la distancia social y la higiene de manos, creo en los criterios más extendidos, es decir los que recomiendan los organismos nacionales e internacionales, y estoy dispuesto a vacunarme cuantas veces me digan para mejorar esos llamados anticuerpos que, como dice el diccionario, me preserven de alguna enfermedad derivada de ese virus en cualquiera de sus variantes.

Aunque creo que el empeño oficial en que la gente se vacune tiene que ver con tratar, no solo de aumentar mis posibilidades de supervivencia al virus, cosa que es lo que a mí me preocupa, si no de reducir los casos hospitalizables por una extensión de la infección entre la población.

Por una, u otra cosa, por motivos personales y/o sociales, prefiero seguir las normas. Aquellas en las que creo, con más entusiasmo.    


            Jesús Espelosín

¿Para qué sirve una vacuna?