jueves. 28.03.2024
casado

Como bien escribió M. Rajoy en El Faro de Vigo siguiendo los asertos de su admirado ministro franquista Gonzalo Fernández de la Mora, los hombres somos por naturaleza desiguales y cualquier intento por romper esa norma ontológica por la envidia -que es el pecado que mueve a los defensores del igualitarismo- deriva en situaciones totalitarias que aturden a la razón y dañan el buen funcionamiento de la sociedades: “Pero si importantes son todas y cada una de estas ideas, individualmente consideradas, a todas ellas trasciende el mensaje, o la pretensión final del autor sobre la que entiendo todos los ciudadanos y particularmente los que asumen mayores responsabilidades en la sociedad, debemos reflexionar. Demostrada de forma indiscutible que la naturaleza, que es jerárquica, engendra a todos los hombres desiguales, no tratemos de explotar la envidia y el resentimiento para asentar sobre tan negativas pulsiones la dictadura igualitaria... Al revés de lo que propugnaban Rousseau y Marx la gran tarea del humanismo moderno es que la persona sea libre por ella misma y que el Estado no la obligue a ser un plagio. Y no es bueno cultivar el odio sino el respeto al mejor, no el rebajamiento de los superiores, sino la autorrealización propia. La igualdad implica siempre despotismo y la desigualdad es el fruto de la libertad...”.

Rajoy resumía a su manera lo expuesto por Fernández de la Mora en el libro La envidia igualitaria, en el que esbozaba una teoría sobre las estirpes, el arriba y abajo, la tradición, la libertad y el totalitarismo, todo ello escrito por un ministro de Francisco Franco que creía que el máximo de libertad que podía conseguir un país era el que había gozado España durante la dictadura. El libro de Fernández es una castaña, pero leído con tranquilidad y ganas de disfrutar ofrece muchas risas y un repaso superficial a todas las ideologías reaccionarias anteriores a la Revolución Francesa y a las que surgieron después contra ella de la mano de Maurràs, Maurice Pujo, Henri Vaugeois, Lèon Daudet, Jules LeMaître o Georges Valois, todos ellos miembros del partido ultraderechista Action Française y defensores del régimen de Vichy del mariscal Petain, colaboradores imprescindibles de los nazis durante la ocupación. Pues bien, esas ideas de los ultras franceses fueron muy bien recibidas por sus homónimos españoles Eugenio D'Ors, Víctor Pradera, José María Salaverría y, entre otros, Antonio Goicoechea, contribuyendo de modo fehaciente a completar el ideario nacional-católico del fascismo español.

M. Rajoy y Gonzalo Fernández de la Mora, recogiendo el legado de la tradición ultramontana hispana, arremetían en sus escritos contra las políticas redistributivas, la progresividad de los impuestos, los impuestos mismos y las estrategias económicas y sociales tendentes a aminorar las desigualdades, otorgando a los individuos y las estirpes más ricas una superioridad intelectual, moral y de mando indiscutibles que sólo era puesta en cuestión por quienes no pudiendo controlar un sentimiento de envidia inconmensurable, pretendían igualar a todos por abajo. Algo muy parecido en otro campo a lo escrito por Antonio Vallejo Nájera sobre el gen rojo y la eugenesia de la Hispanidad: Sólo los miembros de las estirpes más poderosas están capacitados para dirigir, los demás deben resignarse y obedecer o desaparecer.

Las raíces de la ideología de Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado no andan en montañas lejanas, beben de las fuentes de que hemos hablado sucintamente. Son unos cuantos conceptos carpetovetónicos llenos de telarañas y mugre a los que se han añadido nociones neoliberales que van mucho más allá de las ideas elaboradas por Adam Smith. Para desmontarlas basta sólo con comparar la riqueza, el éxito y la capacidad de mando de Donald Trump con la pobreza, la inteligencia y la sencillez en la que murieron genios como Benito Pérez Galdós, Edgar Allan Poe, Kafka, Vincent Van Gogh, Antonio Machado o Miguel Hernández. Pero todo eso a los dirigentes del Partido Popular les tiene sin cuidado, al fin y al cabo Trump es un hombre hecho a sí mismo gracias a la libertad y los otros, personas que, movidas por la envidia, fueron incapaces de crear riqueza.

Isabel Díaz Ayuso acaba de anunciar una rebaja de impuestos ridícula que apenas afectará a quienes menos ganan, lo que no tendría nada de extraño siendo quien es si al mismo tiempo no estuviese reclamando al Gobierno central traspasos de dinero del Estado y de los Fondos de resiliencia de la Unión Europea. Es decir, Ayuso pide dinero a quienes pagan más impuestos para que ella los gaste en privatizar servicios públicos y enriquecer a quienes ya eran ricos o estaban en espera de serlo. Por su parte, Pablo Casado prometió hace unos días que de llegar al poder rebajaría la carga impositiva de los españoles en más de treinta mil millones de euros, que según él tienen que estar en el bolsillo de los ciudadanos porque el Estado los dilapida. No habla Casado de los miles de millones robados a los españoles por los corruptos que han utilizado al Estado para enriquecerse, crear redes clientelares y empobrecer a la inmensa mayoría porque eso quizá no sea dilapidar, malgastar, despilfarrar o derrochar, sino la justa retribución que merecen quienes carecen de envidia y todo lo hacen por amor a la patria.

Pablo Casado quiere la España contraria al derecho democrático y amiga del privilegio

Casado habla de recortes que suponen la mitad de lo que nos aportarán los fondos europeos, lo cual podría invitar a los europeos a pensar que vamos sobrados y que si el Partido Popular va por ese camino, mejor reducir ya los fondos y a otra cosa. Sin embargo, la realidad de España no sólo necesita esos fondos sino muchos más porque la atención primaria está al borde del colapso por falta de financiación, porque no existe un sistema de transporte de cercanías que invite a los ciudadanos a dejar el coche en casa, porque los cascos antiguos de nuestras ciudades más hermosas están deshabitados mientras cada vez son más las personas que no tienen vivienda, porque no tenemos los medios necesarios para crear un sistema educativo que forme a ciudadanos conscientes, críticos y solidarios de los que surjan investigadores que no vean cómo su trabajo de años se pierde en la nada y políticos que conciban la política como un servicio público y no como un instrumento de medro personal o de clase, porque vemos como cada año desaparecen miles y miles de hectáreas de bosques valiosísimos que tenemos que recuperar y proteger para hacer frente al cambio climático que nos acosa más que a ningún otro país de nuestro entorno, porque los ciudadanos españoles no merecen ser gobernados por quienes los desprecian con añagazas como suprimir el impuesto de sucesiones que sólo pagan una minoría de los que más tienen, porque no podemos consentir por más tiempo que sean los trabajadores quienes mantienen los gastos de todos mientras quienes más ganan y tienen, quienes se llenan la boca de España, himnos y banderas, envían sus dineros a paraísos fiscales para destrozar el futuro del país.

Casado quiere la España de que hablaban M. Rajoy y Gonzalo Fernández de la Mora, la España contraria al Derecho democrático y amiga del privilegio. Podrán conquistar la voluntad de muchos mediante consignas fiscales, patrióticas y demagógicas en tiempos de crisis y descreimiento, pero ya saben la trayectoria de las dos personas que han nombrado para formar parte del Tribunal Constitucional, también que en su España reaccionaria no caben más de la mitad de los españoles, por mucho que el desencanto haya obrado.

¿Qué quiere el Sr. Casado?