jueves. 25.04.2024

Manuel y Felipe salieron de su pueblo a pie y casi con lo puesto, un morral con un poco de comida, una muda y poco más. Tenían 12 y 14 años respectivamente y muchas ganas de ganarse el futuro. Huían de la pobreza y la falta de expectativas que ofrecía su pueblo, Andújar, en 1920. Tardaron varios meses hasta llegar a su destino, Madrid, manteniéndose gracias a trabajos ocasionales en fincas y cortijos. Cuando llegaron a la capital encontraron trabajo de peones, poniendo hileras de ladrillo en la Plaza de Toros de las Ventas. Se afiliaron a la UGT y aprendieron a leer, a escribir y cuentas. El sindicato fue su madre, su padre y su escuela.

Manuel y Felipe fueron dos menores no acompañados de los años 20. Conozco esta historia porque Manuel era mi abuelo, un luchador antifascista hasta el último aliento de su vida. Mi abuelo sabía muy bien quién era y de dónde venía. Nunca lo olvidó.

Cuando vi el cartel de los fascistas del partido verde vómito señalando a los niños y niñas migrantes sentí una indignación de tripas revueltas y en mi cabeza se alojó mi abuelo Manuel. Volví a ver sus ojos risueños de niño dentro de su rostro de anciano cuando relataba esa peripecia vital, que le trajo a establecerse en Madrid. En este lugar que tanto trabajó con sus manos, que tanto le dio y que tanto amó. Relacioné su experiencia con la de todos esos niños que llegan buscado presente y futuro, que vienen a trabajar en paz y a hacer grande esta ciudad con sus manos, igual que mi abuelo y millones de personas que han venido aquí, precisamente aquí, donde pierde el sentido lo de ser de aquí, porque en Madrid siempre todo el mundo que ha llegado es de aquí. No podemos permitir que nos roben la decencia de ser la capital de la solidaridad. Me dije a mí misma que ese cartel, que ponía a niños en la diana, había rebasado todos los límites que se pueden soportar en una democracia.

Pablo Iglesias señaló ese cartel como una atrocidad, que mancha y amenaza la democracia, desde el minuto uno de esta campaña. Pablo Iglesias nunca me falla. Y Unidas Podemos tampoco. La coalición lo denunció, pero tenemos jueces en España que consideran el fascismo galopante una opinión política válida en democracia, en lugar de un delito de odio, que es lo que es, tal como demuestra la historia y nos enseña la memoria europea. Esta denuncia colocó la situación de la campaña en Madrid justo en el sitio dramático en el que vivimos.

Cuando Pablo Iglesias y Unidas Podemos denunciaron ese cartel situaron las cosas en sus justos términos, y se colocaron en el lado correcto de la historia, que no es otro que el del respeto por los derechos humanos como mandato número uno de la democracia, así como del reconocimiento de la labor y el trabajo para construir mundo, país y ciudad de todos los migrantes de la Historia, sean menores, mayores o de mediana edad.

Y es que ha quedado rematadamente claro que en las elecciones de Madrid nos jugamos la democracia. Pablo Iglesias lo aseguró con firmeza y actuó en consecuencia en el episodio del debate de la SER, en el que Monasterio desplegó todo su odio fascista sin maquillar, a lo bestia. Pablo Iglesias tuvo la dignidad humana de echar el freno de mano en medio de la campaña y puso pie en pared al fascismo. Yo sentí que lo hizo por mí, por mi hija, por todas nosotras, porque donde el odio fascista se desenvuelve pudre la democracia. Tuvo la capacidad de ver que la evidencia sangraba ya a borbotones y que era necesario aplicar un torniquete bien contundente. El gesto firme de Pablo abrió los ojos de golpe de la otra candidata y el otro candidato de la izquierda, que se han tenido que sumar al cordón sanitario extendido por Unidas Podemos, poniendo más palabras y más manos a ese torniquete para contener la hemorragia entre todas.

Por fin ha quedado bien claro, que con el fascismo no caben medias tintas, ni equidistancia, ni se debate con él. Al fascismo se le combate y se le excluye. El fascismo no es una opinión política válida en una democracia, porque trabaja para fulminarla.

Pablo Iglesias lo intuyó hace ya dos años, lanzando esa alerta antifascista tras las elecciones andaluzas. Desde entonces, bien alimentado en medios y tertulias mediáticas que lo han ido blanqueando, el bicho ha ido creciendo y engordando hasta hacerse el ogro que amenaza la democracia en esta campaña electoral madrileña.

Como Iglesias vio el peligro y trabajó sin denuedo para formar un bloque de progreso tejido con habilidad política incalculable, que cristalizó en el primer gobierno de izquierdas en 80 años, que se dice pronto, se convirtió en diana de la ultraderecha mediática de inmediato, provocando que él y su familia hayan sufrido un acoso atroz e impensable en una democracia por parte de un fascismo que enseña los dientes del pasado salvaje con orgullo.

Y es que Madrid es el lugar, es el campo de batalla actual de una lucha de clases cruenta. 26 años de políticas ultraliberales de esquilmación, apropiación y privatización de lo público, lo que es de todas y de todos, ha hecho de esta Comunidad la más desigual y la que soporta cotas de pobreza más grande.

En Madrid hay un capitalismo rentista retrógrado, corrupto y enquistado, imbricado con poderes mediáticos que no quieren oír hablar de ningún reparto de la riqueza, por pequeño que sea, a través de la redistribución de la renta. Este capitalismo a la madrileña, que quiere seguir especulando con la vivienda y  la vida, y terminar de comerse lo que queda de los servicios públicos, no tiene ningún empacho en usar el fascismo -y lo está haciendo de libro- para mantener sus privilegios, tal como ya sucedió en la Europa de los años treinta. Ayuso y Monasterio son sus capitanas, con un Bal convertido en el escudero que recoge los escupitajos, llevando al partido naranja a los márgenes de la irrelevancia.

Los amigos empresarios de Ayuso y Monasterio lo quieren todo, se lo quieren seguir llevando todo crudo, por eso se privatizan hospitales, escuelas, residencias de mayores, servicios públicos y se vacuna en estadios, en lugar de en los centros de salud. Madrid es la región más rica y también la que tiene más pobreza y más desigualdad. Los fondos covid que repartió en Estado y que a Madrid le tocó un buen pellizco, en lugar de ir a paliar los efectos causados por la pandemia, reforzando la educación o la sanidad, o amparando a las mujeres víctimas de violencia (no se ha invertido ni un solo euro en lucha y prevención de la violencia de género del fondeo previsto para ello), o aliviando la situación de munchas personas empobrecidas a través de dotaciones necesarias a los servicios sociales, sabemos que se están yendo a las sacas de los amigos empresarios de Ayuso y Monasterio. Hemos visto actuaciones inhumanas durante la pandemia, como negar asistencia hospitalaria a los y las ancianas de residencias, que han fallecido a miles sin la atención necesaria, o como gastar en comida basura para los niños y niñas empobrecidos con el objetivo de enchufar fondos públicos en las arcas de cadenas de comida basura sin importar la salud de menores que estuvieron a dieta diaria de pizza, en lugar de organizar un buen sistema de atención para las familias necesitadas controlado por los servicios públicos. La pandemia en Madrid ha sido brutal.

Como dice una conocida canción, “Y así pensaban seguir/ganando el ciento por ciento/ con casas de apartamentos/ y echar el pueblo a sufrir”.

Menos mal que Pablo Iglesias, como digo, lo vio claro: o se frena esta hemorragia, o la democracia morirá desangrada por esta herida abierta que es Madrid. Se ha colocado donde es más necesario, aquí, en Madrid.

Según ha ido avanzando la campaña Ayuso y Monasterio se han ido repartiendo los papeles a la perfección, elevando el tono de los insultos y los señalamientos. Mientras Monasterio se encargaba de señalar niños y niñas migrantes, personas lgtbi y mujeres, Ayuso hacía un alarde de aporofobia poniendo el foco de todos los desprecios sobre las personas que necesitan una cesta de comida y sobre las despensas de barrio que se han organizado para paliar el hambre en la región más rica de España, lo vuelvo a remarcar.

La aparición de las amenazas de muerte en la campaña electoral con cartas con balas a Pablo Iglesias (dos veces y con él a su familia), a Marlasca, Gámez, Ayuso y Zapatero; y con una navaja ensangrentada a Reyes Maroto certifican que los señalamientos, los insultos deshumanizantes (a Pablo Iglesias se hartan de llamarle ‘rata’), que emplea la extrema derecha con la democracia y sus representantes, generan un clima propicio para que aparezcan este tipo de acciones delictivas que nos amenaza a todas. Amenazan nuestra forma de convivencia.

Ayuso y Monasterio van a lo suyo, estirando su guión, continúan abusando del insulto cosificador e incluso, minusvalorando una, y negando la otra las amenazas.

El hecho diferenciador en la política española y en estas elecciones en la Comunidad de Madrid se llama Pablo Iglesias y toda la gente de Unidas Podemos, garantía de control democrático, respeto a los derechos humanos y a las propuestas políticas enfocadas a elaborar programas de gobierno que piensen en la mayoría. Porque la democracia se construye así, con derechos y políticas públicas de redistribución para todas las personas.

Ayuso y Monasterio ofrecen la “libertad” para ir a los toros, a misa, y a los bares, como si no supiéramos que eso en España se llamó franquismo.

Pablo Iglesias y Unidas Podemos ofrecen un programa político para la decencia, para salvar mayorías sociales en forma de derecho, con reparto de la riqueza a través del salario social que proporcionan los servicios públicos de calidad a todos y a todas. Lo han demostrado y lo demuestran de sobra con su trabajo en el Gobierno de España, son la garantía necesaria para extender derechos y que los programas de progreso se cumplan. Porque como escribió Miguel Hernández, Para la libertad/sangro lucho pervivo/ para la libertad/ siento más corazones/que arenas en mi pecho. Como dejó escrito el poeta la libertad será del colectivo o no será.

Por todo lo expuesto formo parte de la candidatura de Unidas Podemos y pido con orgullo y alegría democrática el voto para Pablo Iglesias como presidente a la Comunidad de Madrid. Por los ‘menas’ de la historia, por las mujeres insultadas y señaladas, por las personas lgtbi insultadas y señaladas, por los y las trabajadoras a los que no les llega para dar de comer a sus pollitos, por mi hija, por mis padres, por mis vecinas, por mi misma como mujer reivindicativa y feminista pido el voto en defensa de la democracia. Estas elecciones van de eso, de entender bien que todas estamos señaladas por los fascistas.

El 4 de mayo nuestra mejor defensa y nuestra mejor herramienta son los votos contra esta indecencia llamada fascismo, que representan Ayuso y Monasterio.

El 4 de mayo #QueHableLaMayoría.

Porque estas elecciones van de eso ¡Vota democracia!