jueves. 25.04.2024
cospedal casado
María Dolores de Cospedal y Pablo Casado en una imagen de archivo.

Hablamos mucho de posverdad para denotar aquellas informaciones o afirmaciones donde los datos objetivos tienen menos importancia para el público que las opiniones y emociones que suscita, cuando en realidad se trata de mentiras formuladas para manipular a la opinión pública. En realidad, sería mucho más apropiado utilizar el término paraverdades, cuyo prefijo significaría en este caso “al margen” o “en contra de” la verdad. Las engañifas de toda la vida. Si hubiera un concurso que premiara este uso de la superchería, Cospedal y Casado podrían rivalizar por el primer puesto de tan singular podio.

“Despedir en diferido” fue una ocurrencia en medio de una rueda de prensa. Cosas del directo. Es lo que pasa cuando uno intenta dar un rodeo para explicar cuanto es inexplicable, salvo que se reconozca sin más. Pero declarar en una sede judicial que has ordenado “pagos por cortesía” y encima para compensar informaciones ya conocidas no es fruto de la improvisación. Dolores de Cospedal e Ignacio López del Hierro no contaban con que les grabara su sicario, tras encomendar a Revilla que se hiciera con la información atesorada por Bárcenas y están bastante descolocados de no poder arreglar sus problemas con un telefonazo.

El panorama no puede ser más desolador, como ha dicho el propio magistrado a cargo de la causa. Utilizar fondos reservados para neutralizar al ex-tesorero del partido e invalidar sus declaraciones relativas a una financiación ilegal con la que se lucraban sus máximos dirigentes resulta particularmente grave. Mientras ocurre todo esto, Pablo Casado nos da lecciones de moral y reclama elecciones por si puede rentabilizar el efecto Ayuso. Parece olvidar que, si ostenta la presidencia del partido, es por el apoyo que le prestó Cospedal en su momento y esa circunstancia le vincula indirectamente con esas imputaciones, de las que no le cabe desentenderse.

Muchas veces tendemos a pensar que todas las formaciones políticas acaban pareciéndose y que por eso es preferible abstenerse. Cada vez es más fácil caer en esa tentación y no discriminar entre unos u otros, porque resulta más fácil descalificarlos en bloque. Sin embargo, suele ser útil comparar su labor en la oposición con los grandes temas de Estado. El partido socialista por ejemplo nunca regatea su apoyo al gobierno de signo contrario en situaciones muy delicadas. Por eso Zapatero le planteó a Aznar el pacto antiterrorista. La lealtad institucional se muestra en circunstancias así y revela el talante de una formación política.

Sánchez renegaba de los indultos y ahora ha cambiado de parecer. De sabios es rectificar, porque los necios no pueden y están condenados a porfiar eternamente. Ha sabido explicar sus motivos y sabe que puede socavar sus apoyos electorales, pero ha decidido intentar contribuir a que se restablezca una imprescindible convivencia entre toda la ciudadanía, gracias al diálogo con quienes en algunos temas piensan de un modo radicalmente distinto. Como él mismo ha recordado, la pandemia nos ha hecho ver que nos necesitamos unos a otros, porque nos caracteriza la interdependencia que reclama nuestra fragilidad y la cooperación resulta siempre mucho más rentable.

En lugar de argumentos, Casado recita una retahíla de paraverdades, revelándose un buen discípulo de su mentora en el partido. Las constantes invocaciones de Venezuela y Cuba o la colaboración con quienes respaldaban el terrorismo etarra le dejan a uno tan petrificado como las ocurrencias de Cospedal, aunque sean mucho menos ingeniosas. Es comprensible su desesperación. El tablero político está cambiando y no sabe qué casilla le corresponde ocupar. Quienes lideran la oposición tienen una magnífica plataforma para revelarse como alternativa de gobierno. Basta con hacer críticas constructivas. Desgastar al adversario sin más puede acabar teniendo un inesperado efecto boomerang.

Casado se ha superado a sí mismo con su caricatura de la Guerra Civil española. Plantearla como un enfrentamiento entre quienes preferían “democracia sin ley” o “ley sin democracia” es algo que sencillamente le invalida como líder político europeo. Comparar un gobierno legítimo con una dictadura fascista que accedió al poder mediante la guerra iniciada por su rebelión militar es otra paraverdad, por mucho que se inscriba en cierto revisionismo histórico. De algún modo delata una nostalgia del franquismo que tiende a ennoblecer todo cuanto se relaciona con el Caudillo.

Esa España que iba bien de Aznar, merced al milagro económico del intachable Rodrigo Rato, también era la España en que todo valía, por utilizar la expresión de Bárcenas. Algunos jerarcas políticos parecen haberse acostumbrado a poder decir o hacer cualquier cosa, porque así se lo permitía su enclave dentro del poder. Entonan sus verdades paralelas aunque se vean desmentidas por las evidencias más clamorosas. En las ruedas de prensa vale todo. Incluso presentar las primeras paginas de unos presuntos trabajos universitarios. Pero creer que ciertas actitudes no pasan factura es algo bastante pueril. Cospedal ya debe rendir cuentas ante los tribunales y Casado lo hará en esas urnas que ahora reclama con tanta vehemencia.

Hablando de rendir cuentas, el Tribunal de Cuentas demostró su absoluta independencia y plena objetividad, al aprobar que la exalcaldesa madrileña Ana Botella vendiese masivamente a fondos buitre pisos de protección pública. Es obvio que su actual composición carece de cualquier sesgo ideológico y que priman los criterios técnicos por encima de cualquier otra consideración. ¿Quién puede dudarlo?

Las paraverdades de Cospedal y Casado