viernes. 29.03.2024
Foto: EFE

"Pandemonium: Lugar en que hay mucho ruido y confusión".

Según el relato dominante, los gobiernos, la UE y los organismos internacionales como la OMS han ido siempre por detrás del virus. Además, han intentado salvar al mismo tiempo la salud y la economía y no lo han logrado con la nueva normalidad en el verano ni tampoco han salvado la navidad, pero para ello han flexibilizado las restricciones de actividades y han favorecido la segunda, la tercera y quién sabe si la cuarta ola de la pandemia.

También, se acusa indistintamente a nuestro gobierno, a los de las CCAA y a Comisión Europea de que van excesivamente lentos en la administración de las vacunas y con ello no cumplen ni sus compromisos de cobertura de vacunación entre los mayores de ochenta años ni el objetivo de la inmunidad de grupo previsto para el verano.

En definitiva, según este relato, estaríamos ante unos organismos internacionales y gobiernos nacionales que en la gestión de la pandemia casi siempre llegan tarde, lo hacen bastante mal y ni siquiera logran su objetivo de hacer compatible la contención de la transmisión de la enfermedad con la pretensión de salvar la economía.

Ha habido incluso gobiernos, partidos y movimientos sociales que se han apuntado al negacionismo y a las fake news en las redes sociales, con un fracaso dramático de sus tesis en términos de trasmisión, incidencia y sobremortalidad de la pandemia entre sus ciudadanos.

Frente a todos ellos habría un grupo de países virtuosos que con la estrategia cero covid han apostado por la erradicación del virus y han tenido los datos de mucha menor incidencia y mortalidad, lo que les ha permitido en general mantener la actividad económica con intensas pero breves alteraciones. Lo que no se dice es que han sido una minoría de países en el sudeste asiático, Oceanía y Africa y relacionados básicamente con unas condiciones geográficas, demográficas, de movilidad, sociales y culturales, además de la experiencia de recientes pandemias muy singulares, más allá de una estrategia de salud pública, o de un modelo sanitario o político concreto. Tampoco que la erradicación de un virus solo se ha logrado como excepción, primero con la viruela y con la polio más recientemente, y que hasta ahora siempre ha requerido de una vacuna, además de unas condiciones de estabilidad biológica y de cooperación social y política multilateral, que han tardado décadas en crearse en el pasado y que hoy por hoy éstas no se dan.

Por otra parte, aunque con distintos protagonistas, también hay un ranking de países virtuosos en cuanto a las vacunas. Según éste los EEUU, Israel y Chile han negociado mejor con las compañías farmacéuticas y de hecho van muy por delante en la vacunación y llegarán antes a la llamada inmunidad de rebaño (en caso de que exista), a la eliminación de las restricciones y la vuelta a la normalidad.

En contraste con este relato de denuncia de la impotencia de la política y las instituciones a lo largo de toda la pandemia, la población habría dado toda una lección de responsabilidad, admitiendo incluso recortes desmesurados a sus libertades por parte de los gobiernos, una actitud cívica solo empañada por algunos grupúsculos minoritarios, entre los que se señala a los jóvenes y su edonismo, como si todos fueran iguales.

Por otro lado, la ciencia, con las vacunas ya en marcha, será finalmente la que gane la batalla a la covid19 y no la salud pública, la política o los organismos internacionales. Otra cosa es que sin la previsión y el compromiso de éstos no hubiera sido posible primero la investigación, luego la compra masiva y finalmente la logística, la distribución y administración de las vacunas. Nada se dice tampoco del esfuerzo sostenido por los técnicos y profesionales de la salud pública y de la sanidad, tan científico como los anteriores.

Sin embargo, como todo relato, es una visión parcial que elude el análisis de la pandemia en toda su complejidad y corre el riesgo de hacer de ella un nuevo campo de agramante de la polarización y el pandemonium, dando alas al populismo pandémico.

Un relato maniqueo de buenos y malos en que los buenos serían los ciudadanos, la opinión pública y las ciencias duras de laboratorio, mientras los malos serían los gobiernos, los organismos internacionales y las ciencias blandas, como la epidemiología y la salud pública, con sus concausas, sus contradicciones sociales y sus medidas, dicen algunos que medievales, basadas en aislamientos, restricciones a la movilidad, los aforos y a las actividades.

Un pandemonium, donde la justa exigencia de medidas más estrictas por parte de los expertos y el legítimo enfado por las restricciones desde los sectores perjudicados, aunque sean incompatibles, parecen formar parte del mismo ruidoso relato antipolítico.

Porque es cierto que llegamos tarde y que pecamos de exceso de confianza en el inicio de la pandemia, pero también que entre sus causas se encuentra la desconfianza entre los gobiernos, la debilidad del multilateralismo y las carencias de la gobernanza de la salud pública tanto en el plano global, como en el regional y local, y en ese marco complejo, y no en uno ideal, es en el que se ha desarrollado la política internacional frente a las pandemias.

Porque, más allá del fiasco cantado del negacionismo y de sus trágicas secuelas, en los países donde se ha aplicado una estrategia activa anticovid, la salud absoluta tampoco existe, sino que se previene, se promueve, se pierde, se cuida y se recupera en unas condiciones económicas, sociales y culturales concretas que la condicionan o determinan, como la existencia y la calidad del trabajo, de la sanidad pública, de los servicios sociales, de la vivienda, el urbanismo, de la educación pública o de la cultura.

En este sentido, la evolución de la pandemia nos ha ido mostrando, a través de pruebas con aciertos y errores, las mejores evidencias sobre las medidas más efectivas en términos de salud pública y al mismo tiempo a hacerlas compatibles con unas condiciones mínimas de actividad económica, protección, estabilidad psicológica de los más frágiles y de relaciones sociales.

Porque además, ni la pandemia ni los confinamientos ni las restricciones han sido para todos iguales, sino que han afectado más a los grupos más vulnerables como las personas mayores y los aquejados por patologías crónicas y factores de riesgo, pero también, aunque se olvide fácilmente, a las clases sociales más modestas, a los marginados, los inmigrantes, los desempleados o los que cuentan con con los peores trabajos en la economía irregular, con la imposibilidad del teletrabajo, que se alojan en las viviendas y los barrios más densos y deteriorados, y que tienen un acceso más difícil a la sanidad y a los servicios públicos. Esta sindemia es la que más condiciona el resultado del rastreo y el aislamiento de contactos para evitar los brotes y las olas que sufrimos, hasta el punto de que la adherencia a estas medidas se ha visto reducida prácticamente a la mitad entre los colectivos más desfavorecidos.

Por eso también el relato simple de la tardanza de CCAA, gobierno y UE en la administración de las vacunas hay que sacarlo de la lógica de polarización nacionalista y acercarlo a la cooperativa de los bienes esenciales accesibles para toda la humanidad, sobre todo en condiciones de pandemia. En ese sentido la financiación primero y la compra conjunta después por parte de la Unión Europea, junto con la exportación de más de cuarenta millones de dosis a otros países incluidos los del programa covax, se acerca algo más al objetivo solidario de la vacuna que el unilateralismo y el acaparamiento por parte de otras potencias y países que ahora se ponen como ejemplo.

Lo ocurrido con Astra Zeneca debería servirnos de lección sobre lo que hubiera ocurrido de no haberse acordado la compra conjunta. El mismo pánico y efecto dominó ante unos casos de trombosis que interrumpió la vacunación y que ha alterado las prioridades de la estrategia de una vacuna con los ancianos, podría haber sido la tónica de la carrera por la vacunación entre los países europeos.

Es verdad que también se podría haber ido más lejos, tanto en las garantías de producción y distribución europea con las compañías farmacéuticas, incluso con la posibilidad de la suspensión de patentes, y todo ello probablemente sirva para avanzar en el próximo futuro. La misma UE que aplicó la austeridad y que ahora asume el fondo europeo de reconstrucción puede también evolucionar de la defensa cerrada de las patentes a la subordinación de los intereses económicos y geopolíticos de las vacunas y los medicamentos esenciales al interés de la humanidad en su conjunto. ¿Por qué no?

El pandemónium de las olas y las vacunas