miércoles. 24.04.2024
Imagen cedida por la farmacéutica alemana BioNTech en la que se muestra la BNT162b2, candidata a vacuna contra la covid-19, en Mainz, Alemania. EFE/BioNTech SE

Por Ignacio Apestegui | 

La fatiga pandémica a la que estamos sujetos como sociedad nos está llevando a un punto crítico, que creo de no retorno, como sociedad de derecho.

Estamos viendo en diferentes estados de la Unión Europea, incluso en Comunidades Autónomas, normas dirigidas a la obligatoriedad de la vacunación del Covid-19. Estas normas, la gallega en concreto, ya han sido declaradas inconstitucionales por nuestro Alto Tribunal porque "supone una intervención corporal coactiva".

No hace ni unos meses que se aprobó al fin la “Ley de la Eutanasia”. Una ley que entrega la libertad sobre su cuerpo a enfermos terminales. Una ley discutida, como lo fue la del aborto, la del matrimonio de personas del mismo sexo o muchas otras, pero lograron llevar, negro sobre blanco, el sentir de la sociedad a los libros de Derecho.

Estas leyes requirieron de un consenso. De largas sesiones plenarias. Con oposición de los grupos más retrógrados, pero, al final, la sociedad se abrió paso a pesar de esos políticos que tantas veces van en un camino diferente al que se dirige el pueblo.

Con esto en mente no podemos dejarnos llevar por el miedo, ni por políticas irresponsables. No podemos sentar precedentes tan peligrosos como la vacunación forzosa y obligatoria. No podemos entregar nuestra libertad, ni siquiera en pro de un bien mayor. No podemos permitir como sociedad que cercenen nuestros derechos imbuidos por un miedo aumentado, magnificado, por la repetición y la reiteración.

Permitir perder el derecho a elegir sobre nuestro propio cuerpo es muy peligroso. Los derechos perdidos no se recuperan cuando uno quiere. Se recuperan sólo sí aquél que lo posee desea devolverlo y es bastante probable que no lo haga.

Personalmente creo que vacunarse es necesario. Que socialmente aquellos que quieran se les debe facilitar la posibilidad de hacerlo. Pero como en muchas otras cosas, como la defensa con armas de España, no se puede obligar.

Hace ya mucho, desde el 2001, que el servicio militar no es obligatorio. Ya antes incluso existía la objeción de conciencia. Todo el mundo entiende que no te pueden obligar a coger un arma para defender, ni siquiera, a España.

La vacuna es un arma contra una enfermedad

La vacuna no es la panacea. Tampoco es la solución final. No asegura que la gente no enferme o no muera. Es más, puedes morir como efecto secundario. Entonces, ¿para qué entregar nuestros derechos? El derecho sobre nuestro propio cuerpo por algo que ni siquiera asegura una victoria contra nuestro enemigo.

Por el contrario, la principal causa de muerte en España en los jóvenes es suicidio. ¿Por qué no están los informativos repitiéndolo una y otra vez? ¿Acaso la vida de nuestros jóvenes no es importante para nuestra sociedad?

¿No es acaso prioritario para el sostenimiento del sistema de pensiones que haya gente joven trabajando? Digo esto porque parece que el sufrimiento que hay detrás de las enfermedades mentales, traumas y dolor puro que les lleva a esa terrible decisión no es de suficiente relevancia para iniciar un Plan Nacional contra el Suicidio y las Enfermedades Mentales. A lo mejor sí hablamos de pensiones y pesetas les parece de importancia mediática.

Los gobiernos de diferentes colores nos quieren arrancar los derechos, incluso sobre nuestro cuerpo. Parece que lo único que nos van a dejar es el derecho sobre la propia vida. O tal vez hasta ese nos quieran volver a arrebatar.

Una peligrosa línea roja