jueves. 18.04.2024
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Agitación. Sobre el mal de la impaciencia (Páginas de Espuma) es el libro que ha valido el IX Premio Málaga de Ensayo a su autor, el filósofo Jorge Freire (Madrid, 1985). Después de sus libros sobre Edith Wharton y Arthur Koestler, Freire vuelve a la carga con un ensayo de filosofía brillante y combativo que no deja indiferente a nadie. Hablamos con él en medio de este confinamiento, a lo largo del cual Agitación ha sido un éxito de ventas.


Rubén Martínez | Según Isaac Rosa, no sufrimos “síndrome de la cabaña” sino que no queremos volver a un trabajo precario dominado por la lógica neoliberal. ¿Crees que el confinamiento nos ha servido para descansar de ello, aunque haya tenido que ser obligatoriamente?

Jorge Freire | En absoluto. Con el teletrabajo, casi todo el mundo echa más horas que antes. Con el workaholic pasa lo mismo que con el alcohólico: en cualquier momento puede sobrevenirle un delirium tremens y ver alucinaciones. Una de ellas es pensar que encerrarse en casa y uncirse al yugo de una conexión telemática durante doce horas seguidas lo libera de algo. Respecto a los que escriben “diarios de confinamiento” en los que afirman haber descubierto las bondades del dolce far niente, no me creo nada. Cuando esto pase, volverán a agitarse con la misma vehemencia con la que el hámster corre la rueda. Toda transgresión reafirma el orden. Esto no es más que un paréntesis. El confinamiento se parece a aquello que Steiner denominó “un largo sábado”. El velo ha sido rasgado pero el domingo aún queda lejos y el Mesías aún no ha llegado. Y el confinamiento es como una capa de sopor que te tiene todo el día en una intranquila duermevela. Yo para hincar la pluma necesito una cierta tensión de espíritu y esto es como un letargo flácido, delicuescente. Al final he conseguido escribir unas veinte páginas del que será mi siguiente libro, pero me ha costado. Según Adam Zagajewski, ser escritor durante la pandemia, siempre que uno esté sano, es como estar en un bote salvavidas en medio del océano: el bote tiene escritorio y biblioteca y es muy cómodo, pero estás viendo cómo los demás se ahogan y no puedes hacer nada.

Quien camina in baculum, o sea, sin báculo, se agarra a la chepa del vecino y toma como propias opiniones que no ha pensado. El ingreso mínimo es de una necesidad perentoria

Rubén Martínez | Has dicho que Agitación se inspira en las conversaciones que mantuvo con sus amigos a lo largo de un verano. Uno se iba a hacer deporte extremo a un país del sudeste asiático y otro pensaba disfrazarse de un personaje de dibujos animados para descender un río. ¿Hasta qué punto son estos casos reales?

Jorge Freire | Hay un punto de verdad y otro punto de hipérbole, pero debo mucho a las conversaciones que he tenido con mis amigos. No sé si sabes que, al morir su mujer, el poeta Dante Gabriel Rossetti depositó en su féretro el manuscrito de sus obras, como prenda de amor. Pues quizá yo debería poner el manuscrito de Agitación a los pies de ellos, como prenda de amistad. Por cierto, que al final Rossetti mandó desenterrar a su mujer, porque no tenía otra copia del manuscrito. Así que, en fin, les debo mucho, pero no todo.

Rubén Martínez | En El siglo de las luces, Alejo Carpentier escribe que “nuestra época sucumbe por un exceso de palabras”, algo que tiene mucho que ver con tu crítica al “parloteo indiscriminado”. Y el filósofo Daniel Innerarity ha dicho recientemente que el filósofo debe ser el anticuñado, porque se lo replantea todo, y que los buenos tertulianos deben ayudar a que nos configuremos una opinión propia. ¿Qué opinas de la banalización de la opinión?

Jorge Freire | ¿Pero qué significa configurar una opinión? ¿No sería mejor decir formar una opinión? Es como los que hablan de articular un debate. ¿Es lo mismo que plantear un debate? Detesto la fraseología de los analistas políticos. Quien destroza la lengua no son las personas sin cultura, sino las personas deformadas por la cultura. En cuanto a lo que dice Innerarity sobre lo de replanteárselo todo, un intelectual debe discurrir mediante conjeturas y refutaciones, advertir de lo probable que es que tal hipótesis sea verdadera o falsa por medio de la observación empírica, o sea, ser popperiano, ser bayesiano. Pero esto no se aplica ni al político ni al periodista, que no tienen tanto un compromiso con la verdad como con los intereses que representan. Respecto al parloteo, creo que sencillamente lleva a que el lenguaje deje de ser significativo. Si nuestros todólogos han perdido el crédito no es porque se equivoquen en sus predicciones, porque no son arúspices, sino porque disparan a todo lo que se menea. Cuando uno saca a relucir demasiadas opiniones, es difícil que se haga cargo de todas ellas. Pones una tertulia y te sientes como el Mister Pinfold de Evelyn Waugh, asediado de repente por un sinfín de voces altisonantes y extemporáneas que no querías escuchar. Si es un debate sobre los tests serológicos, ¿por qué me hablan de lo malo que es el ser humano? Esto no quiere decir que solo los expertos deban opinar. Decía Mill que, quien solo conoce su asunto, poco conoce de él. Simplemente, que quien opina debe ser más honesto.

Mientras que las caceroladas son mero tribalismo, los escraches son escuadrismo puro y duro. Media poco trecho entre la agitación y la indignación. Por eso convendría evitar la falacia emotivista

Rubén Martínez | Eres muy crítico con algunas frases hechas, como la de que hay que ponerse las pilas o la de que hay que actualizarse. ¿Cómo podemos evitarlas?

Jorge Freire | “Ponerse las pilas” es uno de los mandamientos de nuestra época. Ningún escritor de distopías se habría imaginado una miríada de conejitos de Duracell que tocan incansablemente el tambor, motivados por un imperativo de autorrealización, por una hiperactividad solipsista, justificada sola fide, que se resume en rendir siempre y no rendirse nunca. Supongo que la única forma de evitar estas frases hechas es hacer lo que Orwell propone en La política y la lengua inglesa: mantenernos en guardia frente a ellas. De lo contrario, los tópicos colonizan nuestra mente y la anquilosan. Cuando alguien te habla con muletillas no te está hablando el individuo, sino la masa. Por eso la lucha contra el tópico es tan importante, porque se trata de elegir entre pensar por nosotros mismos o dejar que lo hagan otros.

Rubén Martínez | En Agitación criticas a los nostálgicos y hasta a los neorrurales y asumes que te va a caer el mote de cascarrabias por tus opiniones. ¿Te definirías como tal?

Jorge Freire | Ahora que estamos con la famosa “distancia social”, yo propongo recuperar aquello que Nietzsche llamó el pathos de la distancia, que consiste en hacer un gesto de alejamiento que nos permita dominarnos, en lugar de que nos dominen. No tenemos que reír todos los chistes ni que embestir todos los capotes que nos tienden. Si eso hace que nos motejen de cascarrabias o de aguafiestas, pues miel sobre hojuelas, porque así en lo sucesivo no habrá que dar explicaciones. Cosa bien distinta es la nostalgia, que es inocua salvo cuando lleva a engaño. Si tratas de volver a la Comala de tu infancia, que huele a leche y miel, a lo mejor te encuentras un barrizal deshabitado. Pero también hay gente camastrona que se sirve de este engaño a sabiendas. Miguel Ángel Hernández habla en El dolor de los demás de su infancia en la huerta murciana. El huronear en sus recuerdos, empiezan a salir muchas cosas negativas: las acequias apestosas, el aislamiento, la falta de iluminación, la sensación de ser cotilleado y fiscalizado por los vecinos. Entonces se hace una pregunta: ¿quiénes enarbolan la retórica de la autenticidad y la idealización del terruño? Pues los pijos que levantan un chalet con piscina y pasan allí los findes.

Rubén Martínez | Las protestas de Mineápolis tras la muerte de George Floyd se han extendido a varias ciudades europeas. En nuestro país, la derecha lleva semanas haciendo caceroladas y hasta protagonizó una serie de marchas en el barrio de Salamanca. Algunos han calificado el ingreso mínimo vital como “paguita” y un conocido empresario la ha calificado como “la renta esa que regalan”. ¿Dirías que esto también es agitación?

Jorge Freire | Por lo pronto, si llamas paguita al ingreso mínimo, eres imbécil. En sentido estricto, porque quien camina in baculum, o sea, sin báculo, se agarra a la chepa del vecino y toma como propias opiniones que no ha pensado. El ingreso mínimo es de una necesidad perentoria. Pero no caben triunfalismos, porque la medida tiene sus condiciones, y una serie de barreras burocráticas que no todo el mundo puede franquear. Espero que vayan retocando estas aristas, que se aplique bien y sobre todo que no quede en agua de borrajas. Respecto a las caceroladas, son junto con los escraches lo que más detesto de la política de los últimos años. Con una diferencia: mientras que las caceroladas son mero tribalismo, los escraches son escuadrismo puro y duro. Media poco trecho entre la agitación y la indignación. Por eso convendría evitar la falacia emotivista. Que uno esté muy enfadado, o que sienta una emoción determinada de manera intensa, no le da la razón.

"Si llamas paguita al ingreso mínimo vital, eres imbécil"
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