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Es tema de actualidad nuestra actuación pretérita en Hispanoamérica. Sufrimos en el 2019 ya la visceralidad de algunos personajes y medios españoles ante la solicitud del presidente de la República de México, Andrés Manuel López Obrador, de que España pidiera perdón. Este Invitó al Rey a participar, en nombre del Estado español, en un acto de desagravio conjunto y en una solicitud de perdón a los pueblos originarios que fueron invadidos, saqueados, diezmados y sometidos por los conquistadores de España y, posteriormente, por la república independiente mexicana. La carta del mandatario fue respondida, en cambio, mediante una nota del Ministerio de Asuntos Exteriores, no exenta de ciertas dosis de arrogancia.
AMLO fue ridiculizado por algunos políticos como José María Áznar. “Dice que España tiene que pedir perdón, ¿y usted cómo se llama? Yo me llamo Andrés Manuel López Obrador. Andrés por parte de los Aztecas. Manuel por parte de los Mayas. López es una mezcla de aztecas y mayas”.
A don José María Áznar le recuerdo algunos hechos muy significativos. Pedir perdón no es síntoma de debilidad, es un síntoma de nobleza. El papa Francisco se disculpó por los «pecados» de la Iglesia católica en México. En el 60 aniversario de la independencia de la República Democrática del Congo, el rey Felipe de Bélgica pidió perdón por los estragos del colonialismo. Alemania reconoció el «genocidio» en Namibia y pidió perdón por los hechos perpetrados entre 1904 y 1908, en los que murieron 75.000 personas. Ni los belgas ni los alemanes del 2021 son responsables de los actos de hace 100 años. Ni tampoco los españoles de hoy por hechos de hace 500 años. No obstante, la disculpa institucional puede servir para tender puentes entre países, que comparten muchas cosas en común. Y ahora la no invitación al Rey a la toma de posesión de la nueva presidente de la República de México, Claudia Sheinbaum, es consecuencia de esa no disculpa. Insisto, no requería gran esfuerzo haberla presentado.
En todas las tertulias y medios han salido en tromba contra Claudia Sheinbaum con todo tipo de argumentos
En todas las tertulias y medios han salido en tromba contra Claudia Sheinbaum con todo tipo de argumentos. Al respecto me parecen muy oportunas las reflexiones de Jairo Marcos, autor del libro Pensar desde las víctimas. La transformación pendiente. Señala que el mero hecho de pensar ya le parece subversivo. Y al mismo tiempo tiene la impresión de que nos podemos permitir muchas cosas, pero no el dejar de pensar. O pensamos o piensan por nosotros. A partir de ahí, hay que preguntarnos desde dónde pensar. Porque el pensamiento es situado. Pensamos desde una geografía, desde una clase, desde un cuerpo y un género, desde un contexto que nos condiciona. No es lo mismo juzgar la decisión de Claudia Sheinbaum desde México que desde España. Como tampoco es lo mismo juzgar el Procés en Cataluña desde Barcelona que desde Madrid. Las visiones tienen que ser muy diferentes, debido a como señala Jairo Marcos, que todo pensamiento está ubicado en un contexto determinado. Y esta reflexión cargada de sentido común, por lo menos así yo lo creo, observo que es irrelevante en los medios españoles a la hora de juzgar el hecho que estamos comentando. En ninguna tertulia española he podido escuchar a un sociólogo o historiador mejicano.
Mas, es difícil disculparse en España, y sobre todo, por el Rey, cuando se ha impuesto desde hace años en nuestro país una determinada visión de la Historia, como la expresada en 1947 en el libro Hernán Cortés de Manuel Trillo:
«Conviene recordar la calumniosa exageración en que, sobre todo a propósito de nuestra obra en América, se ha incurrido por extranjeros malignos y hasta por españoles ofuscados, pintando a España como opresora madrastra de aquellos países… Precisamente nuestra obra allá, nuestro divino obrón de redenciones, nuestro desdoblamiento abnegado y hasta la locura, es la página mayor, ¿qué digo de los anales de España?, de los anales del mundo, después del advenimiento del Redentor».
Es la misma visión de Aznar, Ayuso y Cantó. Y de muchos españoles. ¿No conocen el sermón de 1511 de Antonio Montesinos, la obra de Bartolomé de las Casas o la Controversia de Valladolid?
Durante el franquismo el avance español en América se enseñó como hazañas majestuosas, como señala el historiador británico experto en España y el Imperio español, Henry Kamen. Esta visión caló en muchos españoles. Pizarro y Cortés los vimos como héroes. El mismo uso de la palabra conquistador, significaba una extraordinaria valentía, capaz de alcanzar cualquier cosa. Esa visión triunfalista se remonta a los inicios de la historiografía española sobre América en el siglo XIX, que coincide precisamente con las independencias de nuestras colonias en América. Tal visión triunfalista se explica, como compensación, porque los españoles se sintieron privados de un imperio que sentían que merecían.
A los pueblos «sin historia, sin memoria y sin sueños», los vencedores impusieron una historia, su historia
Esta visión de la historia se debe a que, durante casi cinco siglos, la historia de los pueblos de América quedó en manos de los historiadores europeos (españoles) o americanos con pensamiento europeo; en manos de los vencedores. A los pueblos «sin historia, sin memoria y sin sueños», los vencedores impusieron una historia, su historia. La historia contada es solo una parte de la historia. Para Enrique Dussel, las palabras construyen discursos que jerarquizan y priorizan mensajes e ideas que plasman una manera de organizar el mundo. Quien escribe la historia tiene la capacidad de negar hechos a la vez que entroniza otros o los convierte en protagonistas de la historia. La palabra «descubrimiento» supone una mirada europea como centro del mundo que descubre o quita el velo de un continente. «Hablar del descubrimiento es partir del «yo» europeo como constituyente del acontecimiento histórico: «yo descubro», «yo conquisto», «yo evangelizo». El «yo» europeo define al primitivo habitante (amerindio) des-cubierto como cosa que, entrando al mundo del europeo, cobra «sentido».
Por eso, Eduardo Galeano nos dice con gran ironía en Los hijos de los días: «En 1492, los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un Dios de otro cielo, y que ese Dios había inventado la culpa y el vestido y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja».
Es un sinsentido seguir manteniendo esa concepción del des-cubrimiento. ¿Quién descubrió a quién? ¿Los castellanos a los amerindios, o los amerindios a los castellanos? ¿No sería un descubrimiento mutuo? No obstante, esta concepción eurocéntrica sigue vigente. La podemos ver en el artículo del escritor español, Ricardo Bada, publicado en el diario El Espectador de Bogotá el 5 de abril de 2018, de título muy sugestivo: «A 525 años del descubrimiento de Europa»:
«Una vez más se ha ignorado la efeméride del descubrimiento de Europa por los indígenas americanos, un acontecimiento que hubiera debido recordarse el 15 de este mes. Hagamos memoria: el 15 de marzo de 1493, la carabela en que regresaba Colón de su viaje a las Indias por Occidente arribó de vuelta al puerto de Palos llevando a bordo seis indígenas, de manera que, por obra y gracias de ellos seis, y aunque a la trágala, se produjo el espantable descubrimiento de Europa por los americanos. Este año se han cumplido 525 desde semejante hecho histórico al que según parece nadie le quiere dar pelota. Y me indigna, porque el fatal 15 de marzo de 1493 es una fecha por lo menos tan digna de figurar en las crónicas como el casual 12 de octubre de 1492. O más».
España es el único país del mundo cuya Fiesta Nacional no se refiere a una gesta sino a una conquista imperial
El problema de España es que pasamos de ser un imperio a una nación débil, a medio hacer y eso no hemos sabido asumirlo. Nos cuesta reconocer nuestros clarososcuros históricos –reconocerlos no es ser antipatriota– pero también resolver nuestros problemas internos. De ahí nuestra excepcionalidad. Al mantener el 12 de octubre como Fiesta Nacional, España es el único país del mundo, cuya fiesta no se refiere a una gesta como un levantamiento por la libertad (Francia), una rebelión contra la opresión extranjera (Argelia), o a la consecución de su unidad nacional (Alemania), sino a una conquista imperial y colonial, que implicó el dominio y explotación sobre otros pueblos.
La Historia se usa frecuentemente para fomentar el nacionalismo de los pueblos, tanto en dictaduras como en democracias. Por ello, si la Historia se subordina a la consecución de tal objetivo, presentará una visión determinada del pasado, falsificándolo u ocultándolo en parte. Por ello, una cierta dosis de humildad en España, en lugar de tanto orgullo herido, vendría muy bien en estos momentos, para normalizar las relaciones con México. País al que los españoles de bien estamos muy agradecidos por la gran acogida que hizo a los compatriotas exiliados de la Guerra Civil gracias a la iniciativa de su presidente Lázaro Cárdenas. En su primer desembarco en Veracruz fueron recibidos por una población volcada en las calles con un júbilo desbordado. Quedan muchos testimonios de este momento, en que los veracruzanos comparten con ellos alegría y esperanza pero también alimentos y techo. Así lo recuerda Juan Rejano en su emotivo libro La esfinge mestiza: Señor, le dijeron en la calle, ¿es usted español?/Sí, le respondo./¿De los que acaban de llegar?/Sí, vuelvo a responder./¿Qué no me haría usted el favor de venir a comer/con nosotros a nuestra casa?