La hipertensión arterial es conocida en los países occidentales como la epidemia silenciosa, ya que muchos de quienes la padecen no están diagnosticados ni medicados. La megalomanía podría considerarse su equivalente en el campo de la psique. Para algunos líderes políticos y sus seguidores acérrimos, es su estado basal. Su delirio de grandeza tiene los pies de barro, pues el deterioro de la calidad intelectual es alarmante. Bien es cierto que no les hace falta, ya que a ellos y a sus votantes les vale con su universo virtual de fantasía, esa Disneylandia en la que la realidad ha sido abolida, y basta con desear algo para que mágicamente se materialice. Allí se vive en un My space perpetuo donde solo los avatares y no las personas cuentan, donde se toma por dinero contante y sonante los billetes de Monopoly.
Peones y capataces habitan un sueño sin solución de continuidad. Sueñan un sueño de lo más opiáceo, su contacto con la realidad es puramente circunstancial. Tan acostumbrados están a drogarse con mentiras, supercherías e inventos que la verdad les resulta una píldora amarga e indigesta. A quién le importan los hechos pudiendo vivir de las calumnias, los vituperios y los insultos. Solo este entrenamiento en el trato cotidiano con la falsedad y la hipocresía puede explicar el éxito de público y crítica de ciertas formas de deformar lo real hasta transformarlo en un adefesio irreconocible.
Es difícil encontrar una ideología más incoherente, absurda y dañina que la que aspira a oficiar de Celestina en el emparejamiento entre el neoliberalismo feroz y la antiglobalización. Y lamentablemente ahí radica el crecimiento de las nuevas viejas extremas derechas. Si sus admiradores tuvieran algún intervalo de lucidez, si se despertaran un momento del coma, deberían entender que tal contubernio es un sinsentido. El modo de producción capitalista está construido de manera tal que, al superar determinado umbral de desarrollo de las fuerzas productivas, la tendencia al monopolio se hace irresistible.
El Capital nunca puede parar, pues detenerse equivale a disminuir
Lo que significa esto en la práctica es una actividad predatoria volcada en acaparar el máximo del capital disponible, así como eliminar toda competencia. Controlar los flujos de financiación, elaboración y distribución otorga el poder de fijar precios y condiciones. Este proceso requiere expandirse allende las fronteras. El auge de empresas multinacionales y transcontinentales es consecuencia inevitable de las necesidades de la acumulación. Para completar el dispositivo, es preceptiva una globalización que permita a sus amos acudir de inmediato donde les sea más útil y provechoso. El Capital nunca puede parar, pues detenerse equivale a disminuir. Y en lo que toca a las grandes cuentas de resultados y a los balances de beneficios, small no es beautiful.
Quienes piensen que los nacionalpopulistas agresivos van a ponerle trabas a esta maquinaria más allá de algún ejercicio de retórica barata están en la inopia. Ellos son el sueño que sueñan los que son soñados por los verdaderos soñadores, los fabricantes de sueños.
Silencio, duermen los niños, los granjeros, los pescadores, los tenderos y los jubilados, el remendón, el maestro, el cartero, el tabernero y el dueño de la funeraria, la mujer fácil, el borracho, la modista, el reverendo, el policía, las vendedoras de berberechos […] y las pulcras esposas. Las muchachas reposan blandas en el lecho […] los muchachos sueñan fechorías […]. Y en los prados dormitan las estatuas de caballos de antracita, las vacas se adormilan en los establos y en los patios de hocico húmedo los perros se recogen en su sueño (Dylan Thomas: Bajo el bosque lácteo).
Si Trump y sus fraudes mil veces repetidos marcan la pauta a nivel mundial, sus imitadores castizos no tienen nada que envidiarle en cuanto a nulo respeto a la verdad. La inauguración de un pseudohospital sin pacientes, sanitarios ni quirófanos, con una sala de camas de aspecto cuartelero y sus tres cuartas partes sin construir, se presentó como un milagro que lleva el pasmo a Europa, hasta el infinito y más allá.
La orfandad que deben de sentir las neuronas de algunos cerebros es digna de lástima
La orfandad que deben de sentir las neuronas de algunos cerebros es digna de lástima. A fuerza de protagonizar un persistente simulacro, acaban por creerse a pies juntillas sus propias falacias. Un cursillo bien pagado de unas horitas un fin de semana en Aravaca se les hace un Máster en Harvard, de suerte que se pretenden laureados con honores por la Ivy League al completo. De ahí a sostener que es factible mejorar los servicios públicos disminuyendo a niveles irrisorios los impuestos a los más pudientes, hay apenas un pasito.
Es desoladora la abundancia de políticos incapaces de funcionar sin apoyarse en los argumentarios que sus asesores mercenarios les preparan cada mañana. Pero qué podemos decir de sus hooligans, que no detectan la nulidad de sus pastores aun viéndolos quedarse en blanco ante la menor pregunta mínimamente imprevista. Afortunadamente para ellos, lo que menos esperan o desean sus prosélitos es competencia intelectual, o siquiera técnica. Los seguirán dócilmente a las urnas cada vez que se los llame a filas. Será suficiente con azuzar un poco su crónico resentimiento y su bien cultivado, regado y fertilizado rencor.