martes. 19.03.2024
PP
Ana Pastor, Pablo Casado, Teodoro García Egea y Cayetana álvarez de Toledo en los pasillos del Congreso de los Diputados.

Y alguna izquierda debe huir en la llamada nueva normalidad, de aquella sensación apuntada por el filósofo francés del renacimiento, Montaigne, cuando advirtió “Sé muy bien de lo que estoy escapando, pero no qué es lo que estoy buscando”


Las derechas españolas, al menos el partido que hasta ahora agrupaba a ambas, el PP, ha querido en los últimos días sugerir un cambio de ritmo en su discurso político, quizás empujada por las elecciones autonómicas gallegas, principalmente, y vascas, para dirigirse a la sociedad con un mensaje de moderación: “estamos dispuestos a comprometernos, al menos parcialmente, en el Pacto por la Reconstrucción Social y Económica de España”. Pero las primeras conclusiones se han aprobado sin su voto y ahora habrá que esperar a ver si su portavoz en esa especie de corrillo parlamentario, la cada vez más desconcertante (o no) Ana Pastor, y con ella, el PP, hacen mutis por el foro como pide el sector más conservador del partido, o se presta a algún compromiso, que yo ya no sé quien lo pide dentro del PP, cuando el 22 de julio se vote el documento definitivo.

Lo que es incontrovertible es que su contrato con la salud y la superación de la crisis del coronavirus, desde que el 14 de marzo, fuimos confinados para combatir la pandemia, no lo firmó porque prefirió darse a la fuga, y dejar en su huida un catálogo de insultos, mentiras, calumnias y difamaciones, que se me antojan intolerables, no ya por el momento elegido para su difusión, sino por el lugar en el que muchas de esas imputaciones se pronunciaron: el Congreso de los Diputados. Y lo hicieron con el aplauso de los medios de comunicación afines y con la falaz técnica de la equidistancia (ahora, ya menos, pero no me atrevo a dar la situación por definitiva, tras los cambios recientes operados en el mayor grupo de comunicación de nuestro país) de ciertos medios e informadores emboscados en el burladero del periodismo independiente, al otro lado de la barricada de la información honesta.

Que nadie se llame a engaño, el voto favorable que emitió el Partido Popular en alguno de los plenos del Congreso con motivo de la renovación de las prórrogas del Estado de Alarma, la herramienta más poderosa y eficaz para reducir la pandemia, no respondió a su vocación de compromiso social; constituyó una mera formalidad, a la que difícilmente podía negarse, dadas las evidencias científicas y sanitarias, que acompañó a su verdadero objetivo: atacar al Ejecutivo, enfangar su reputación, quebrar la mayoría parlamentaria que le daba apoyo, y en la medida de sus posibilidades, provocar su caída. Todo esto en un país sacudido por la más grave crisis sanitaria, social y económica desde la guerra provocada por el golpe militar de 1936, lo que explica la verdadera estatura moral de las derechas españolas. Por eso, cabe reiterar que el PP y VOX, con algunas compañías inesperadas (o no tanto) del independentismo y asimilados, no hicieron sino romper la unidad que la inmensa mayoría de las ciudadanas/os exigía a sus representantes políticos, para vencer al COVID19, robustecer el sistema sanitario público, hacer frente a la desigualdad social y reconstruir la economía, muy maltrecha tras la obligada paralización que causó el confinamiento.

En esta atmósfera de fuerte tensión política, con una derecha desbocada, que daba la razón a Montesquieu, cuando advertía que los intereses particulares hacen olvidar fácilmente los públicos”, debemos destacar la pauta de responsabilidad y colaboración exhibida por los sindicatos y las organizaciones empresariales, con la capacidad, pericia y voluntad de la ministra de Trabajo (una buena noticia), para lanzar un aviso a las fuerzas políticas y una señal de esperanza a la sociedad española: lo que necesita el país es diálogo, cordura y voluntad de acuerdo de sus representantes políticos y sociales.

Iglesias, Echenique: sosiego

En anteriores artículos, precisaba que cuando un gobierno de progreso ha de enfrentarse a una derecha que, con frecuencia, se pelea con la democracia, no cabe medir por el mismo rasero a quien se equivoca y a quien difama. Pero tampoco conviene distraerse con el error.

En las últimas semanas veo excesivamente alterados a algunos dirigentes de Podemos. Me refiero a su secretario general, Pablo Iglesias, y al portavoz del Grupo Parlamentario de Unidas Podemos, Pablo Echenique. A veces participan de la estrategia de la tensión que activan las derechas. Seguramente, el recurso al argumento estridente forma parte también (o sobre todo) de la necesidad de marcar territorio. Pero se equivocan Iglesias y Echenique si creen que para marcar territorio hay que trocearlo. El éxito de las izquierdas que hoy gobiernan juntas no es enzarzarse en peleas doctrinarias, que casi siempre derivan en conflictos sectarios; sino en ensanchar el territorio progresista para que sus confines vayan más allá de las actuales banderas. El afán de Iglesias por desmarcarse del PSOE, mostrando mayor sensibilidad hacia ERC, Bildu y los independentistas en prisión para los que pide su libertad, que hacia Ciudadanos, no deja de ser una errática puesta en escena, hacia un hipotético sector de la ciudadanía de izquierdas que, salvo alguna excepción, es irrelevante fuera de sus demarcaciones. De qué sirve proclamar un pacto con el independentismo de ERC frente a Ciudadanos, si los primeros nunca apoyan al Gobierno (a veces, pocas, se abstienen), y los segundos lo han hecho con frecuencia en los últimos meses. ¿No sería mejor, en tiempos excepcionales como estos, cultivar el apoyo de quien quiera comprometerse con el futuro del país, como hacen patronal y sindicatos? La complicidad  de Podemos con el derecho a decidir -constitucionalmente una entelequia-, o su querencia por la propaganda como remedo de la política, por ejemplo cuando exige dogmáticamente junto a Bildu la “derogación íntegra” de la reforma laboral -esta se derogará esencialmente, porque así consta en el programa de coalición-  guarda estrecha relación con la cita a Montaigne en la entradilla de este artículo, cuando se alude a que Iglesias y Echenique pretenden escapar de algo, pero no saben bien lo que están buscando.

Vayamos al grano: la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, es una de las personas mejor valoradas del Gobierno. Su vínculo con la izquierda nadie lo pone en cuestión. La buena gestión de su área ministerial es una realidad. El impulso al diálogo social y los acuerdos alcanzados entre Gobierno, organizaciones empresariales y sindicatos expresan una forma de trabajar y entender la política, que merecen el aplauso de casi todas/os. Entonces, ¿por qué Iglesias y Echenique se empeñan en librar batallas en las cloacas y arremeter contra periodistas, brocha gorda en mano, sin distinguir el fuero del huevo? Y conste que en democracia, los y las profesionales de la información deben acostumbrarse a que sus opiniones, de manera singular cuando afectan a personas y hechos concretos, sean cuestionadas o rebatidas por las mismas personas a las que el periodista cita.

Insisto, por esta razón, en la necesidad de que Iglesias y Echenique, frecuenten lo menos posible (o nunca) los bajos fondos que con ahínco abrazan las derechas y centren sus esfuerzos en ampliar y engrandecer la política de las izquierdas y la gestión del Gobierno progresista.

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