sábado. 20.04.2024
images

Shakespeare dice, por boca de Gloucester: “Los locos guían a los ciegos. Es el mal de estos tiempos”. Y de todos, habría que añadir al parlamento de Lear King. Son derivas del lenguaje literario: llamar locos a los que rigen el mundo es una metonimia reductiva, pero “haberlos hailos”, y muchos. Lo de los ciegos es de una precisión entomológica, y más con todo lo relativo a la peste. ¡Malos tiempos! Y  no sólo para la lírica. Ahora bien, es imposible que un fenómeno tan poliédrico como éste no conlleve algún lado bueno. Nunca, vamos a decir en este siglo, había oído a tanta gente de conocimiento saltar a las ondas, a las pantallas, como con la pandemia. De hecho, estas reflexiones parten de un artículo que publicó en El País (25-03-2020) Muñoz Molina y que tituló así, “El regreso del conocimiento”. El autor de uno de los pocos premios Planeta -junto con Filomeno a mi pesar y pocos más- que se pueden leer, El jinete polaco, pergeñaba el paradigma que había venido a romper la llegada de “personas que saben y de profesionales cualificados”. Hablaba allí de lo que, quizá hasta entonces, copaba la información de “charlistas que opinan de todo y a todas horas, de gurús, que diseñan estrategias de comunicación y, en fin, lo que aquí ya también se empieza a llamar “spin doctors”, engañabobos, vendedores de humo”. Valga como ejemplo –y no es de los peores- el formato de “debate” de los sábados en la Sexta Noche. Allí tenemos a Iñaki, el bigardo vasco, clamando porque se calmen las furias dialécticas de los púgiles enfrentados. Así los sitúa en el ring. A la derecha del espectador, Marhuenda, María Claver e Inda, nada menos, y a la izquierda, los de la izquierda (sic): Antonio Miguel Carmona, Sardá y cualquier otro que también se faje. Ambos hacen saltar chispas de sus floretes de esgrima, habida cuenta de que cuanto más griten más sube el “share”. Ha quedado ya como antigualla aquello que nos contaba don Gustavo Bueno. Y es que en alguno de sus debates en televisión –y éste sí que tenía conocimiento- llegó el descanso publicitario, se le acercó el moderador y le espetó: “Don Gustavo, que me comunican que está bajando la audiencia, que hoy está usted muy comedido”. Muñoz Molina viene de los tiempos del “cine-fórum”, no del de la series, y de programas como “A Fondo” y “La Clave”. Para este último, José Luis Balbín sólo llamaba a especialitas que llevaran años investigando sobre el tema que se tratara; a doctores en el objeto de debate, diferentes cada semana, y a escritores que hubiesen trabajado el tema que se derivara de la película. Le habían dado duro al yunque del estudio, se habían fajado en silencio (“escucho con mis ojos a los muertos”) para paliar un poco la ignorancia congénita del ser humano y aquel día les tocaba ser “famosos por un minuto”, que es lo que previó Andy Warhol; en fin, que ya ve usted qué estrella. 

    Ahora bien, el panorama, paradigma lo hemos llamado más arriba, viene de lejos. No se adoba de la noche a la mañana. Al principio, hasta hace unas décadas, el periodista era el “correveidile” que valía para todo. En unas pocas horas podía entrevistar a un médico, a un torero y al escritor famoso (no tratamos ahora del gran periodismo de investigación que ha existido siempre). Hoy, las especialidades que se pueden estudiar en la Facultad de periodismo seguro que superan la decena: desde la deportiva a la turística, desde la cultural a la científica. ¿Esto es malo, está mal? No, por supuesto. Ha mejorado magníficamente al “correveidile”, que queda como un bachiller con respecto a un catedrático, pero, obviamente, como ocurre con todo, conlleva sus peligros. No hay avance humano que no acarree inconvenientes. Así ocurre que esos tantos periodistas especializados, que no investigadores ni doctores cualificados en materia alguna, se han convertido en los árboles que no dejan ver el bosque. El bosque completo no lo ve nadie pero, al menos, los que consumen su vida entre matraces y microscopios nos pueden decir hasta dónde llega su ignorancia humana, qué torpemente avanza la ciencia, a base de tanteos, acierto-error, y con qué humildad hay que sentarse cada día en el laboratorio para avanzar un pequeño paso. Esa mirada, por encima de los árboles al menos, se nos hurta sistemáticamente, porque no es espectáculo, no interesa al show de los telediarios y el circo de los debates. ¿Cómo puede ser, se pregunta uno, municipal y espeso, que hablen todos con semejante desparpajo, a tal velocidad, y con tanta seguridad como el caballo de El Cid? ¿Pero es que puede haber gente tan lista en el mundo? El científico vacila, dice lo suyo con moderación, con algún silencio intercalado. Estos otros lanzallamas, que disparan como rifles de repetición, ¿dónde han aprendido tanto? Pues bien, muchos de ellos son periodistas que ya salieron especializados, que copan los medios –el medio es el mensaje- y que, desgraciadamente, no nos dejan ver el bosque. El robledal y el hayedo están llenos de incertidumbre, de acechanzas, de vislumbres  en la oscuridad. Por referirme sólo mediante un chispazo a qué es el hombre en el cosmos, citaré uno, un solo libro de divulgación científica, Un universo de la Nada, Lawrence M. Krauss. ¿No estaría bien, entonces, como dice Muñoz Molina, que nos asomáramos un poco siquiera al conocimiento?

Ese periodismo especializado ha tramado una cortina espesa, opaca, que quizá distraiga pero que, a todas luces, no deja pasar la luz. Y ocurre algún otro fenómeno colateral, y es que por efecto gremial, se apoyan unos a otros, se promocionan mutuamente y se “colocan” como buenos compadres. Veamos un ejemplo. Las grandes editoriales quieren vender, ¿verdad? Bueno, pues he aquí que algunos, más bien algunas, periodistas especializadas y de las otras, por aquello de que trabajan con el lenguaje, se dan a escribir libros; es decir, dan, de la noche a la mañana, en escritoras e, inmediatamente, se acerca Penguin Random House y similares y les coloca el premio “más grande que haiga”, como dijo el gitano. Enumeraré una manita para no cansar: Marta Robles, Sandra Berneda, Sonsoles Ónega, Carme Chaparro, Mónica Carrillo. Cuenta a propósito Angels Barceló, que también a ella la vienen a tentar y ella les arguye que no es escritora; “no importa” –le ruegan enseguida- “nosotros te ponemos “el negro” (SER, 15-01-2020). En fin, lo de los premios ya se sabe. Baste recordar que en 2018, coincidiendo con la eclosión del “Me Too”, todos los premios importantes fueron para mujeres; repasen, desde Almudena Grandes a Francisca Aguirre. ¿A dónde vamos a parar?  Pues a que ese periodismo especializado también se ha especializado en copar el espacio, en empoderarse hasta no dejar ver el bosque. ¿Es que el paso del “correiveidile” al especializado es malo? Ya hemos dicho que no: nadie puede “sostenello, mas se puede enmendallo”. Los periodistas tienen que acercarnos a los que saben, a los que buscan con humildad el conocimiento. Ellos son los transmisores, los que seleccionan bien las preguntas, no los que se la hacen y las contestan. En fin, si el paradigma no fuera el de la cortina opaca y espesa, que decíamos, no habría escrito Muñoz Molina el artículo que ha motivado estas reflexiones. No es que este “escri-vano” quiera atacar a los periodistas: “¡Vade Retro!”; es que deben dejar pasar la luz, darle la palabra al que sabe, no olvidar a aquel “correveidile”, para ver si, tras esta vuelta forzada al conocimiento nos queda algo de él y no volvemos a toda prisa al “tertuleo” y al circo del Sábado-Noche, con los mismos vociferando a ver quien es más listo. Con lo difícil que es saber un poco de algo, en esta vida al menos: Un Universo de la Nada.

¿Nos quedará algo de conocimiento?