jueves. 28.03.2024
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El tiempo pasa y las relaciones entre el PSOE y UP están en el mismo punto que hace un mes. Lo que significa que hay menos tiempo para lograr un acuerdo y que las posibilidades de llevar a cabo una negociación que impida la convocatoria de nuevas elecciones son menores. Los resultados del bloqueo negociador ya se vieron durante la fallida sesión de investidura a finales del pasado mes de julio y en los ruidos, furias y prisas de los días previos. Y los hemos vuelto a ver otra vez, tras la reciente propuesta de programa y cuatro modalidades de coalición gubernamental realizada por UP, en la inmediata respuesta del PSOE, considerando inviable cualquier fórmula de coalición gubernamental. Este último rifirrafe nos ha confirmado lo que todo el mundo sospechaba, no ha habido durante el mes de agosto ningún tipo de negociación ni contacto directo entre ambas partes. Se ha perdido el tiempo y semana a semana se acerca la fecha límite, esta vez definitiva, del próximo 23 de septiembre.

Tras el resultado de las elecciones generales que cerraron el paso a las tres derechas, la mayoría social sigue teniendo los mismos problemas, sin que ningún gobierno pueda atender sus demandas ni ofrecer soluciones. En la ciudadanía progresista, tanto en la parte que ha seguido los avatares de la no negociación entre los calores del verano como en la que ya desconectó hace semanas, se instala la frustración al comprobar que los votos que depositaron el 28A pueden acabar en la basura. Provoca estupor comprobar cómo nos acercamos al precipicio de unas nuevas elecciones que, si acaban en parecidos resultados a las anteriores, nos devolverían a la casilla de partida o, peor aún, podrían suponer la victoria de unas derechas envalentonadas y sin complejos en la defensa de un programa reaccionario. Vean, como ejemplos de lo que supondría esa victoria electoral de las derechas, los acuerdos, nombramientos y políticas que han acordado las tres derechas en la Comunidad de Madrid y, si tienen un estómago duro, prueben a leer la avalancha de insultos contra Open Arms y contra los inmigrantes de una extrema derecha que responde enfurecida a cada uno de los mensajes en los que la ONG daba cuenta en las redes sociales de la situación a bordo del buque de rescate durante los 19 días en los que Salvini se atrincheró en sus posiciones xenófobas y de rechazo a la inmigración y las quiso convertir en ley, ante el silencio de las instituciones europeas y una tardía y manifiestamente mejorable actuación del Gobierno español en funciones.

El hartazgo invade a buena parte de la ciudadanía, que va interiorizando día a día que las posibilidades de conseguir el Gobierno progresista por el que votaron se van evaporando

Las pretensiones de Sánchez a lo largo del mes de agosto han quedado más que claras respecto a lo que quiere de UP y dónde lo quiere. Y están cargadas de razones. Pasada la oportunidad de plasmar en una apresurada coalición gubernamental las coincidencias con UP, el PSOE ha vuelto a su posición inicial: forzar a Podemos para que acepte un gobierno en solitario del PSOE, al que incorporaría probablemente a algunas personas de reconocido prestigio vinculadas al espacio del cambio, tras negociar algunas políticas sociales comunes de carácter progresista. Al retrasar el momento de la negociación con diversos movimientos dilatorios, Sánchez pretende ablandar a Podemos, poner en cuestión el liderazgo de Iglesias y atizar las diferencias internas en UP y en el complejo espacio político que en el pasado intentaron arrebatar al PSOE la hegemonía en el campo progresista y de izquierdas. Las pretensiones de Sánchez y sus asesores no acaban en UP, van más allá. La prolongación del bloqueo político también va destinada a debilitar a Rivera y a cortar los lazos de Cs con los sectores sociales progresistas que no han visto con buenos ojos su derechización. El PSOE no va a dejar pasar la oportunidad de reunificar y volver a representar electoralmente al mayoritario espacio de centro-izquierda que estalló con la crisis de representación política que animó el 15M y que puede volver a dar al PSOE una mayoría electoral suficiente. Esa es hoy la vía por la que camina el PSOE, con una creciente unificación interna en torno a la comprensión de los problemas que supondría una coalición gubernamental con UP y a la minusvaloración intencionada de los riesgos que implica la convocatoria de nuevas elecciones. Aunque no cabe descartar ningún escenario, es muy dudoso que el vértigo creciente que producirá la proximidad a la fecha límite del 23 de septiembre modifique la última voluntad de Sánchez y le lleve a aceptar la demanda de UP de coalición gubernamental. Las tres derechas se están relamiendo.

Las pretensiones de Iglesias también están claras. Y también están sostenidas en mil razones. No va a votar gratis la investidura de Sánchez. Se reafirma con sus declaraciones y gestos que sin coalición con UP no habrá Gobierno Sánchez y plantea una coalición de contornos y sustancia parecidos a los que se demostró que eran aceptables por el PSOE los días previos a la fracasada investidura (es decir, sin Iglesias, pero con una vicepresidencia y tres ministerios de bajo nivel que no gestionarían las políticas de Estado). Es un nuevo paso atrás de Iglesias y su equipo que pretenden convertir en dos pasos adelante a costa de Sánchez y el PSOE. Por eso es bastante improbable que estala reciente propuesta de UP sirva para desbloquear la situación o como base de negociación. Si lograra conseguir sus objetivos, Iglesias obtendría un doble triunfo: interno, porque reforzaría su liderazgo en el espacio del cambio, supondría un inédito logro histórico y conseguiría parcelas de poder institucional desde las que proyectar una nueva imagen de responsabilidad y eficacia de Podemos; y externo, porque sería la demostración de su capacidad para torcer el brazo a Sánchez. Por eso es doblemente improbable que el PSOE acabe aceptando esa propuesta u otra similar como puntos de arranque de la negociación pendiente. Aunque no cabe descartar ningún escenario, es más que dudoso que Iglesias y Podemos renuncien al objetivo de coalición gubernamental. Las tres derechas se están relamiendo.

El hartazgo invade a buena parte de la ciudadanía, que va interiorizando día a día que las posibilidades de conseguir el Gobierno progresista por el que votaron se van evaporando. Paulatinamente, se van asumiendo los irresponsables mensajes que afirman, como justificación de las pésimas estrategias negociadoras seguidas y de sus pésimos resultados, que quizás no sea tan mala la convocatoria de nuevas elecciones, porque los riesgos que conllevan son asumibles o menores que los que supondría un inestable Gobierno de coalición o un apoyo al PSOE para que gobierne en solitario. La operación avestruz para que la ciudadanía esconda la cabeza en un agujero se ha puesto en marcha y cada vez tienen menos peso las consideraciones sobre las amenazas reales y graves que supondría una nueva convocatoria electoral. Tamaña irresponsabilidad resultaba difícil de imaginar hace un par de meses, pero ahí está.

La única derrota que hay que temer es la de profundizar la confrontación entre el PSOE y UP, porque ambas partes son componentes insustituibles del cambio posible que hoy exige no dar opciones a las tres derechas para ganar unas próximas elecciones generales

Se han desperdiciado muchas semanas, pero todavía queda tiempo, cada vez menos, para impulsar un método de negociación diferente en el que no se juegue al todo o nada. Una estrategia negociadora que busque dar el peso debido a los contenidos de un programa progresista compartido (un puñado de iniciativas políticas que puedan desarrollarse en la próxima legislatura, no ciento y pico páginas de propuestas) y, en paralelo, identifique los grandes disensos políticos existentes, para acotarlos y acordar fórmulas aceptables por ambas partes para su gestión, con sus correspondientes límites en la expresión de las diferencias en los términos convenidos. Negociaciones que contarían con la ventaja de las muchas coincidencias programáticas que ya existen, por lo que el poco tiempo disponible podría dedicarse, además de a seleccionar y concretar las propuestas más relevantes, a estudiar la secuencia de su aplicación y los obstáculos a salvar; en paralelo, habría que generar la imprescindible complicidad para su aplicación. Sólo después de sopesar la importancia o la levedad de los acuerdos alcanzados, cabría estudiar, como última etapa, las fórmulas de cooperación, su mejor expresión gubernamental y, en su caso, el reparto de competencias ministeriales. No alcanzar todos los objetivos y pretensiones no supone una derrota. La única derrota que hay que temer es la de profundizar la confrontación entre el PSOE y UP, porque ambas partes son componentes insustituibles del cambio posible que hoy exige no dar opciones a las tres derechas para ganar unas próximas elecciones generales.

En las relaciones mercantiles, la confianza deriva de una relación contractual, cuyo cumplimiento y las correspondientes sanciones en caso de incumplimiento están regulados y protegidos por el ordenamiento legal y las instituciones competentes encargadas de proteger los derechos de las partes y de que se cumplan las obligaciones acordadas. En política, las cosas no funcionan así. Es la compleja generación de confianzas y complicidades en torno a objetivos compartidos y políticas comunes la que permite alcanzar acuerdos, contratos o programas políticos y proyectos de país comunes, según sea la profundidad de lo acordado, y las correspondientes modalidades de cooperación para conseguir llevarlos a cabo. Sólo los representantes políticos elegidos y, en última instancia, los votantes tienen capacidad para sancionar los incumplimientos de lo acordado.

Tras haber despilfarrado el tiempo a manos llenas en los últimos cuatro meses, no se percibe que las direcciones de Podemos y PSOE tengan la capacidad, la perspicacia o las ganas de reducir sus pretensiones o rectificar sus estrategias negociadoras en el poco tiempo que queda. Las dos partes parecen confiar en que la proximidad al abismo de las nuevas elecciones y el vértigo de un escenario muy desfavorable hagan mover las posiciones de la otra parte. Puede que tengan razón y que al final lleguen a algún tipo de mal acuerdo o que no la tengan y se convoquen nuevas elecciones. En todo caso, las heridas producidas, los recelos mutuos y las desconfianzas que han generado en la mayoría social progresista el claro predominio de sus intereses particulares y los errores cometidos tardarán mucho tiempo en curar y tendrán consecuencias; también de carácter electoral, si no llegan a un punto de encuentro aceptable por ambas partes. Buena parte de sus votantes y la ciudadanía que necesita de un Gobierno y unas políticas progresistas comprometidas con el bienestar y la solución de los problemas de la mayoría social se lo reprocharán y encontrarán la mejor manera de cobrarse la sanción correspondiente sin darles más opciones de las que ya tienen a las tres derechas.

La negociación entre el PSOE y UP sigue en vía muerta
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