miércoles. 24.04.2024

Aunque el título sea una paráfrasis de la célebre obra de teatro de Darío FO, no es sino un recurso literario para expresar la dura realidad de la muerte de un viejo madrileño: Calixto Valladolid, conocido por Tanguí. Quizás a Usted que lee este artículo no le suene de nada, pero seguro que muchas personas en Madrid se acordarán de aquel hombre que salió durante muchos años al centro del ruedo de Las Ventas portando un enorme cartelón en el que se indicaba nombre, ganadería y peso del toro que se lidiaría a continuación. Ese era Tanguí. Hijo del hambre y de la pena, que se alistó a la Legión por la quinta, como él decía: “por la quinta semana que llevaba sin coger la cuchara”. Trabajador del transporte que conocía España como la palma de su mano, que atendió a centenares de vecinos de Arganda y localidades limítrofes en sus necesidades de movilidad con autobuses y taxis.

Foto Tangui para NT-1Se preguntarán los que no le conocieron si este hombre hizo algo extraordinario. La respuesta es sí.  Porque fue un trabajador normal, en una sociedad anormal, en la que los poderosos imponían el silencio y la humillación a la inmensa mayoría. Porque supo construir una vida y mantener una familia contra vientos adversos. Porque supo resistir en una etapa oscura de nuestra reciente historia sin doblar nunca la cerviz. Porque tomó partido por las ideas en las que siempre pensó que estaba el futuro digno de la humanidad. Porque supo perdonar sin olvidar, clave de la memoria que esta España democrática, a pesar de algunos, necesita.

Ha muerto accidentalmente y era socialista. Y es inevitable recordar ahora otra muerte que los que mandaban al acabar la Guerra Civil, calificaron de “accidental” aunque no lo era.

Sucedió en Arganda, al poco de ser derrotada la República por los sublevados y de implantarse el nuevo poder en todo el territorio español. Los tribunales militares de los rebeldes, que ya habían ejecutado miles de penas de muerte por “auxilio a la rebelión” en las zonas que habían ido ocupando, tenían mucho trabajo por aquel entonces. Todos los días se dictaban sentencias a la última pena que el Generalísimo firmaba, como es bien sabido, a la hora del café. No daban abasto en su tarea represiva y por ello había grupos de “voluntarios” dedicados a ayudarles.

Los militares, con una eficacia burocrática aprendida de sus patrocinadores nazis, cubrían la masacre con una pátina de legalidad dentro de la ilegalidad general del sistema, pero la ayuda de los grupos fascistas civiles seguía siendo crucial para dar lo que consideraban “su merecido” a todos los desafectos a su Régimen. Así fue como al padre de Tanguí, le llamaron para “hacer una declaración”. Nada que no fuera habitual. Lo colgaron boca abajo de una viga, algo también generalizado en aquellas “declaraciones” y lo molieron a palos, con tan “mala fortuna” que uno de aquellos golpes desnucó al desgraciado “declarante”. No parece que se inquietaran mucho por ello los autores.

Tanguí, once años, aquel día andaba por la Plaza, precisamente para ver si se enteraba de algo relativo a su padre y se topó con el alcalde recién nombrado por los vencedores, camisa azul, correaje que sostenía un pistolón en la cintura, que le paró y le dijo: - “Oye chaval, que tu padre se ha “esnucao”. Así que busca por ahí algunas tablas o unos cartones y haz una caja para llevarlo al cementerio y enterrarlo”.

Tanguí lo contaba sin odio alguno hacia aquellos asesinos, pero no olvidó nunca. Aquel crimen, como todos, quedó impune. Reducido a un cajón que contuvo el cuerpo torturado de un hombre sencillo, que quizás había votado al Frente Popular o que hasta era posible que tuviera ideas de izquierdas.

Hace unos días murió también aquel niño que tuvo que pedir unas tablas al propietario de la tienda de tabacos de la Calle de los Silos para confeccionar un ataúd, lo más digno posible, para su padre. Una muerte accidental real, no aquella otra provocada por criminales con patente de corso de aquel Estado que, no olvidamos, se edificó sobre el dolor y la sangre de millones de españoles.

Muerte accidental de un socialista