sábado. 20.04.2024
Mensaje_Navidad_20211224_04

Hace tiempo que no espero ya nada nuevo de los discursos reales de nochebuena, ni siquiera en los momentos fundamentales que pasamos en la vida española, sobre los que en vez de aprovechar la ocasión para hacer un relato que una al país y al tiempo para legitimar una jefatura del Estado últimamente en complicaciones, se ha pasado de puntillas sobre los hechos más importantes de la realidad, cuando no se ha mirado para otro lado.

Con esto no pretendo hacer una crítica a priori del tipo de las esperadas por parte de un republicano, que sigue considerando mejor una fórmula democrática que una hereditaria para la jefatura del Estado y por eso aprovecha cualquier carencia o error, para de forma oportunista presentar las virtudes de la republica como alternativa. De lo que sí trato es de hacer un análisis crítico desde los principios republicanos de la libertad, la igualdad, la austeridad y la lucha contra la corrupción, la sujeción de todos a la ley y también del derecho a la información y la participación ciudadana, todo ello en relación al papel positivo y propositivo que debieran jugar los discursos anuales del jefe del Estado.

El mensaje del rey en Navidad se ha configurado como un discurso protocolario, políticamente correcto y anclado en la inercia de la repetición de los lugares comunes

Sin embargo, casi desde un principio el mensaje del rey en Navidad se ha configurado como un discurso protocolario, políticamente correcto y anclado en la inercia de la repetición de los lugares comunes, y en mi opinión incapaz de conectar con los sentimientos, las necesidades y las aspiraciones de la inmensa mayoría, y ni siquiera de hacerlo con un lenguaje inteligible y con la mínima empatía, lo que hace difícil captar y aún menos mantener la atención del espectador medio durante unos minutos. Un mensaje pues previsible, vacío, monocorde y nada republicano.

Aunque no menos previsibles han venido siendo las valoraciones posteriores del mensaje real por parte de las fuerzas políticas y de los medios de comunicación, en las que habitualmente cada uno destaca presencias y ausencias puntuales en el discurso en función de su posición previa, en favor de la monarquía o de la república, o bien de su situación a la derecha o a la izquierda del espectro político. La derecha en una defensa cerrada de la institución y de la familia real independientemente de sus acciones, la izquierda republicana aprovechando la corrupción del emérito para impugnar el conjunto de la institución y el PSOE situado a medio camino, pidiendo explicaciones al emérito pero destacando la ejecutoria de Felipe VI y su voluntad modernizadora de la institución.
Un mensaje real que al menos debería haber cambiado, durante estos dos últimos años en que hemos pasado del miedo a la incertidumbre y el cansancio de la ya larga pandemia, y en el plano institucional en que hemos visto la crisis más grave vivida hasta hoy de la monarquía parlamentaria, debido al conocimiento público de los comportamientos irregulares, cuando no ilegales, de tráfico de influencias, comisionista, fraude fiscal y blanqueo de capitales del rey emérito descritos por la fiscalía y el escándalo consiguiente, amplificado por su precipitada salida del país y más adelante por las maniobras de obstrucción y las sucesivas regularizaciones fiscales a distancia al objeto de dilatar y evitar el inicio de un proceso penal por parte de la justicia en España y en Suiza, cosa que hasta ahora parece haber conseguido, aunque en los últimos días emerjan nuevos problemas y un posible caso judicial también en Gran Bretaña.

Así, el discurso del rey Felipe VI el año pasado pudo considerarse un primer acto fallido, del cual solo fue posible extraer como conclusión la voluntad explícita de la jefatura del Estado, por él encarnada, de la defensa de los intereses generales por encima sus propios lazos familiares, confirmada inicialmente con su desvinculación de los negocios y de la herencia de su padre y a continuación con la suspensión de la asignación al rey emérito. Algo que requiere compromisos adicionales para responder a los últimos acontecimientos, salvados hasta ahora en base a la inviolabilidad de la jefatura del Estado y a la prescripción de los posibles delitos.

De nuevo, con ocasión de esta navidad de 2021, el discurso del rey ha vuelto a tocar como siempre todo el temario: desde la coyuntura del volcán de La Palma, la pandemia, a la vigencia de la Constitución, la recuperación económica, la transición ecológica, el consenso político y los fondos europeos, hasta parecerse incluso a lo que conocemos como un programa de gobierno. Sin embargo, Felipe VI se ha dejado en el tintero lo fundamental, como es en particular todo aquello que afecta a la institución que encabeza: la explicación y reparación de las irregularidades fiscales que conciernen a su padre el rey emérito y como consecuencia a la casa real, y sobre todo la posición y las medidas a adoptar ante esta situación por parte del actual jefe del Estado, cuando es evidente que ésta vuelve a ser de nuevo la cuestión principal que afecta a la credibilidad y legitimidad de los discursos de la jefatura del Estado y por extensión de la propia monarquía española.

Para ello, no basta con repetir una vez más las llamadas retóricas al cumplimiento de la ley por parte de todos y ni siquiera a la integridad moral al frente de las instituciones, como alusiones indirectas a los escándalos del rey emérito y como guía de conducta de su reinado. Lo que resulta inaceptable es que sigamos en el terreno de la elusión y de los eufemismos sobre el rey emérito y las condiciones que se le exigen a una vuelta anunciada, y ante todo que a raíz de los últimos escándalos que afectan a la casa real no se sepa nada aún de las medidas de transparencia ni del reiteradamente comprometido Estatuto de la Corona que evite la repetición, tanto de la concepción extensiva de la inviolabilidad como una suerte de impunidad, como de la opacidad del patrimonio real y de los conflictos de interés de los miembros de la familia real, que hasta ahora han servido de caldo de cultivo para los casos más flagrantes de corrupción.

El mensaje del rey: de cómo recitar el temario sin responder a lo fundamental