viernes. 19.04.2024

Vivimos tiempos de incertidumbre colectiva y por ende individual. No  sabemos hacia donde vamos, o hacia donde nos llevan,  y tampoco  hemos decidido hacia donde queremos ir. Nos sentimos inmersos en una situación cada vez más caótica, sin que veamos la luz de un orden nuevo al final del túnel

La amenaza cotidiana del desorden

Y es que si cualquier pandemia altera el orden de las cosas. La irrupción mundial del Covid19 llueve sobre el mojado de las irresueltas  crisis económica y ecológica, sobre el desorden en el que se impone la revolución digital y además, en Catalunya,  sobre la degradación del “procès” independentista . Una conjunción de incertidumbres que, inevitablemente, son percibidas  como fuente de inseguridad  vivencial por cada vez más sectores  de la sociedad,  y aún más por  la juventud amenazada por la precariedad permanente. Además, el ascensor social  ya sólo funciona en sentido descendente y eso afecta especialmente a esas capas medias que ven como se les arrebata la continuidad generacional del bienestar económico. Con lo que en esos sectores surge la rabia del que se ve desprovisto de lo que creía tener por seguro y  se alimenta la tentación de responder al desorden generalizado con sus mismas armas. Una táctica  que  la historia enseña que  siempre acaba fortaleciendo al enemigo que se pretende castigar. Las sociedades, como sistema, tienden a rechazar el desorden y, aunque sea injusto, actúan primero sobre las alteraciones más fáciles de erradicar. A menos de que haya una alternativa de orden nuevo que gane la batalla hegemónica, que no trate de disputar el terreno del desorden sino el de la capacidad de crear un orden más justo, igualitario y libre.

El desorden siempre será suyo, el orden puede ser nuestro

"La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa". Esta frase de Carlos Marx con la que iniciaba el 18 Brumario sigue siendo muy actual y útil para aproximarnos a  fenómenos sociales y políticos que vienen a ser una triste caricatura de otros anteriores. Así, las algaradas que han seguido al encarcelamiento de Pablo Hasel aparecen como una parodia del 15 M. Especialmente cuando se le ha querido revestir, CUP mediante, como la protesta de una juventud sin futuro. Con todas sus insuficiencias, aquella movilización que comenzó siendo una manifestación de indignación, o sea de rechazo, evolucionó en el sentido de convertirse en una fuerza de transformación. Nació como respuesta a un  desorden, el  evidenciado por la crisis del 2008, pero se orientó hacia la búsqueda de un nuevo orden. No lo consiguió pero lo intentó y por ello alcanzó una importante repercusión en nuestra sociedad, porque sus propuestas buscaban dar respuestas a problemas de la mayoría social , y así fue asumido.. Una de las características definitorias del 15 M fue su insistencia en ganar la batalla de las ideas, de la hegemonía  dentro de la sociedad. Por ello, conscientes de la repercusión mediática del uso de la violencia, apostaron por la fuerza de la movilización no violenta. Todo lo contrario de lo vivido en estos días pasados en los que el protagonismo narrativo de la acción de la protesta ha sido ocupado  por   la algarada, al enfrentamiento con la policía, la destrucción de mobiliario urbano  y hasta al saqueo.  Y todo ello convertido en espectáculo, en imágenes que transmiten un relato de desorden, que con la repetición cada vez más se muestra vacío  de cualquier  cosa que no sea la rabia y/o  el desahogo de la impotencia. De modo que el mensaje que se ha emitido para nada se relaciona con el objetivo de crear  un nuevo orden sino más bien con la reivindicación de tener y disfrutar de su parte alícuota del desorden general.

Regenerar la política

Por ello las izquierdas sociales y políticas tienen una doble  obligación: la de condenar con claridad la violencia estéril y esterilizante de la algarada y al mismo tiempo denunciar el desorden general que padecemos.Hay que señalar señalar sus causas y ofrecer alternativas, también en el terreno del orden público. Desde el campo progresista es necesario asumir propuestas y acciones que neutralicen la inseguridad, la incertidumbre de las clases populares y refuercen la autoridad moral de las instituciones democráticas Lo que significa renovar y fortalecer el estado social de derecho con una perspectiva a largo y medio plazo. Es decir abandonar el cortoplacismo dominante en las dos almas del gobierno progresista, Avanzar hacia un orden más justo exige cambios profundos  en la forma de concebir y ejercer la política.

Se ha de dejar de considerar a la sociedad como mero caladero de votos y potenciar los aspectos deliberativos y participativos de la democracia. Se ha de conseguir que  la mayoría social, asuma y ejerza su corresponsabilidad política, y para ello hay que promover y fortalecer las organizaciones sociales. La política ha de ganar mucha más autonomía y, con ello, credibilidad  en su relación con el poder económico., Hemos de pasar del “es la economía ¡estúpido!” al “es la política ¡prepotente!.” De la degradante imagen del político correa de transmisión de oligárquicos intereses particulares se ha de pasar a la pugna continua por controlar y limitar el abuso de poder en el ámbito de la economía. Un ámbito en el que se producen y distribuyen los bienes y servicios sobre los que construimos nuestra vida. Porque en la decisión de que bienes y servicios se crean, de como se  crean y como se reparten, reside el origen tanto del actual desorden como dela posibilidad de contenerlo y avanzar hacia un orden nuevo, avanzar hacia un socialismo democrático.

Más democracia o más caos