jueves. 28.03.2024
Plaza de Segovia. Navalcarnero

Siempre que dábamos a alguna de nuestras presidentas por amortizada, aparecía una nueva candidata para gobernarnos durante una legislatura más. A mis 22 años, aún no puedo comparar las luces y sombras de dos colores de gobierno distintos en mi región, pues desde un lado siempre se me dice que podemos conseguir mejores servicios públicos, pero desde el otro me aseguran que somos la comunidad más libre y la que mejor gestiona la economía.

La mayoría de los tertulianos en televisión hablan en nuestro nombre o nos intentan empujar a uno de los dos lados, como si conociesen las preocupaciones que tenemos los jóvenes de mi edad y supiesen qué partido nos los podría solucionar mejor.

También les gusta mucho acaparar el monotema madrileño en todos los debates, que para algo somos la capital de España. Sin embargo, a mis 22 años, y a pesar de lo que digan ellos, lo que sí que puedo afirmar es una cosa: que la política, tanto a mí, como a muchos de mis conciudadanos más jóvenes, nos genera una desilusión tremenda. Y eso le supone un problema terrible para algunos. Pablo Iglesias, Mónica García y Ángel Gabilondo pueden darse por aludidos con esta cuestión.

En 2015 las cosas parecían irle genial a sus partidos: tan solo un escaño de diferencia en la Asamblea (ganando incluso en número de votos totales a la derecha) y colocar a Manuela Carmena al frente del consistorio, rompiendo así con el legado de más de dos décadas de alcaldes populares. Sin embargo, 2019 resultó ser una vuelta al origen más castizo de Madrid, aunque con presagios aún peores para sus detractores. Manuela Carmena cayó y la diferencia en escaños frente a la derecha se amplió. Pero lo que ninguno de ellos pudo prever era el cinturón verde que comenzó a envolver el sur de la Comunidad de Madrid, tiñendo aún más zonas de la región en las elecciones generales de noviembre y colocando a VOX como el partido que más municipios conquista en Madrid.

El enorme cinturón verde

Ciudades del tradicional sur obrero de Madrid, del (aún) conocido como cinturón rojo, del bastión de la izquierda; como son Fuenlabrada, Pinto y Parla, han sido un caladero de votos para los de Abascal en las últimas generales. Suben hasta la segunda posición en todas ellas y quedan tan solo por detrás de los socialistas. Cuanto más nos alejamos de este cinturón rojo, más votos consiguen: ganan en Navalcarnero, en Griñón, en Arroyomolinos o en Chinchón, todos ellos municipios rurales y cercanos a Castilla‑La Mancha. Incluso consiguen la primera plaza en Valdemoro. Con todas estas victorias han logrado crear un enorme cinturón verde que amenaza al cinturón rojo tradicional de la izquierda. Sin embargo, aún se les resisten los núcleos poblacionales más grandes y joyas de la corona de este último: Getafe, Móstoles, Leganés y Alcorcón, donde la extrema derecha no consigue ni siquiera entrar en la competición por las dos primeras plazas.

La batalla por el relato

El problema que tiene la izquierda en un territorio tan hostil como Madrid, ya no es solo contra la abstención, sino con los votantes más jóvenes. Se sienten abandonados, descontentos y desesperanzados con la izquierda, al igual que sus padres. Pero las nuevas tecnologías les han llevado a beber de otro tipo de fuentes distintas a las de sus progenitores, con las que experimentan nuevas vertientes políticas. Llegan del instituto y cogen el móvil, abren Youtube, Twitter o Instagram y buscan a sus favoritos: Wall Street Wolverine, Roma Gallardo, Javier Negre, Alvise Pérez… Día sí, y día también, pues que son los únicos que parecen preocuparse por sus problemas. Con su contenido consiguen crear una figura con la que los jóvenes se pueden identificar más, una figura muchísimo más cercana que la de los líderes políticos. Les miman tanto que al final terminan dándole la espalda a la izquierda tradicional, cada vez más alejada de los barrios porque parece que ya han perdido sus raíces.

No se trata de las propuestas, sino de la manera que tienen de comunicarse y de tratar con el extrarradio.

Parece que nada cambia. Isabel Díaz Ayuso también sabe esto. Se mueve muy bien por el campo de la comunicación política, lo ha estudiado durante su formación académica. ¿Dar ayudas a los hosteleros? Claro que no. ¿Pedir abrir los bares para que los jóvenes puedan olvidar que ya han vivido dos crisis económicas terribles y que tienen un futuro aún más negro que sus padres? Hasta que salga el sol. Ahí sí que nos soluciona a los jóvenes un problema a muy corto plazo.

Si ya lo decía Samantha Hudson hace tan solo unas semanas con su metáfora del pimentero eléctrico. Sí, podemos estar súper explotados, trabajar 40 horas, no tener ni un minuto libre, oler la precariedad en cualquier oferta de empleo, y como no sabemos gestionar todas esas emociones y esos problemas del día a día, buscamos un problema exterior que sea más fácil de solucionar para tener la sensación de que sí que podemos tomar las riendas de nuestra vida. En el caso de Samantha, ese problema (que realmente nunca había estado ahí) se soluciona comprando un pimentero eléctrico. En el caso de Ayuso, ese problema (que siempre ha estado ahí) se soluciona con una terraza abierta. Pero a Isabel también le gusta jugar con la mentalidad política.

¿Algunos hosteleros de un barrio que le es tan predilecto como el de Ponzano colocan carteles de «Ayuso somos todos»? ¡Ya hemos ganado el voto de todos los hosteleros de Madrid! ¿Un par de coches pitando a la presidenta mientras hace una entrevista en un distrito que le es tan predilecto como el de Salamanca? ¡Ya se huele nuestra mayoría absoluta en Madrid! Sabe muy bien cómo desmotivar al rival. Los obreros llevan mal ese sentimiento de impotencia y de derrota inminente, y los líderes de la izquierda que luchan contra la abstención electoral, lo llevan todavía peor. Unas encuestas a la contra no les ayudan demasiado. Mudarte a un chalet a más de 50 kilómetros de Vallecas, tampoco.

Si algo puede salir mal, saldrá mal

Podríamos coger por ejemplo los municipios de Parla, con alrededor de 80.000 votantes inscritos y con mayoría absoluta para la izquierda, y de Pozuelo de Alarcón, con alrededor de 60.000 y con mayoría absoluta de la derecha. A primera vista, Parla añadiría más votos al cesto de la izquierda de lo que Pozuelo añadiría al de la derecha. La cosa parece fácil. Pero en Parla la abstención en las últimas elecciones fue del 42,13%, fenómeno que afecta a casi la mitad de la población del municipio. En Pozuelo, sin embargo, la abstención es de tan solo el 25,13%, lo que nos dejaría más votantes potenciales que en Parla, a pesar de contar con una población sensiblemente inferior.

Los votantes de derecha se caracterizan por votar con la cabeza. Hacen alarde de la bonanza económica y de la buena gestión que sugiere su ideología, y están mucho más concienciados a la hora de votar, pues identifican a la izquierda con un probable desastre económico y siempre acuden a las urnas para evitarlo. Lo más probable es que esta aritmética les salga muy mal a los rivales de Isabel Díaz Ayuso. La izquierda, por el contrario, vota con el corazón en la mano, dejando la decisión final de su voto a la esperanza y a la ilusión que generen las campañas de sus candidatos. No está tan movilizada y necesita una figura o una situación en la que creer. Manuela Carmena lo fue en 2015, cuando la ciudad de Madrid tumbó al PP más liberal de Esperanza Aguirre. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias lo fueron 4 años después con su «alerta antifascista», evitando la llegada de la ultraderecha a las instituciones. ¿Pero quién produce esa esperanza ahora en Madrid?

Sánchez e Iglesias han conseguido defender, por el momento, sus plazas más importantes en los barrios obreros madrileños, copando las alcaldías con sus siglas, aunque con evidentes pérdidas. Ya lo aseguró Rocío Monasterio, autonombrada «Tigresa de Carabanchel, de Leganés y todo eso» y también candidata a la Puerta del Sol que repite por VOX en estas elecciones: «Me voy a ir a los barrios del sur, al Madrid rojo que va a ser verde».

El objetivo de la derecha está claro, con un PP mejorando resultados en sus bastiones madrileños y un VOX dispuesto a hincarle el diente a territorio obrero. El cinturón rojo se encuentra sitiado. El 4 de mayo, el votante de Pozuelo de Alarcón se despertará por la mañana e irá a votar con total seguridad y con la papeleta de la derecha como única opción. Punto. Pero el votante de Parla se despertará por la mañana, indeciso, e irá a su trabajo o a la universidad. Durante su jornada pensará en si ir a votar o abstenerse porque pensará que nada va a cambiar. Y, aunque finalmente decida votar, ahora ya tampoco parece seguro que vaya a elegir la papeleta de la izquierda o si optará por una derecha que le promete recompensarle con un bar o una casa de apuestas abiertos en los que beber, jugar y disfrutar un poco mientras no piensa en el precario futuro que se avecina. Saben que dirigen el debate capitalino y suben la apuesta: o Ayuso o nada.


Me llamo Konstantin Alekseev y soy un estudiante de último curso de 'Global Communication' de la Universidad Pontificia de Comillas y, a pesar de haber nacido en el extranjero, llevo toda mi vida viviendo en el sur de Madrid. En 2020 comencé mi TFG sobre análisis electoral en la Comunidad de Madrid sin saber que antes siquiera de poder defenderlo, iba a tener la increíble experiencia de terminar mi investigación y aportar mis conclusiones a la política durante unas elecciones anticipadas en Madrid.

Madrid o revienta