martes. 19.03.2024

Escucho la tertulia de corresponsales de la SER en el programa A vivir que son dos días mientras sudo la gota gorda en el gimnasio y mi cabeza se va a otros terrenos: ¿qué hemos aprendido tras la experiencia atroz de la pandemia? Como las familias que no pueden hacer el duelo del difunto, me parece que la sociedad en general, personas, empresas e instituciones, no hemos sido capaces de asimilar que algo se ha muerto y no ponemos en marcha ese “duelo” . Seguimos pensando que ese mal sueño ha pasado y que ya podemos poner en marcha la vida como si nada hubiera cambiado y no es así.

Debemos ser capaces de evaluar correctamente el alcance y debemos identificar los muertos y las nuevas obligaciones de los vivos: la pandemia ha puesto de manifiesto carencias y virtudes; problemas y soluciones algunas de los cuales han llegado para quedarse, por mucho que se quiera pensar que poniendo el reloj en hora podemos olvidar el tiempo marcado por la crisis.

Desde la organización de la jornada laboral y el lugar en el que trabajamos, hasta las condiciones físicas de las grandes ciudades, todo se debe mirar a la luz de las alternativas y realidades que afrontamos en la crisis. Todos -salvo la hostelería - disfrutamos de una nueva forma de vivir las ciudades; todos respiramos mejor y todos nos dimos cuenta de que trabajar desde casa no significa trabajar menos: significa, en casi todos los casos, trabajar más y además, tener que resolver nuevos problemas y dificultades. Casi todos vimos a la ciencia con nuevos ojos; ojos de admiración y supimos que, sí hay dinero, la ciencia nos ayuda y puede cambiar nuestras vidas.

Como en el proceso del duelo, debemos asumir la nueva realidad y las consecuencias que conlleva: nuevos roles, nuevas obligaciones, nuevas oportunidades derivadas de la necesidad de rellenar espacios ahora vacíos y el mandato imperativo de adaptarse según reglas que se van generando sobre la marcha.

El 22% del suelo de oficinas de Nueva York está ahora esperando un nuevo uso, propiedades rurales malbaratadas hace un par de años suben de precio si están cercanas a las grandes ciudades y el resto hunde sus esperanzas en la miseria. ¿van las empresas a retornar al modelo del trabajo presencial “urbi et orbe”? ¿Vamos a generar administraciones públicas más eficaces y rentables gracias a sistemas de trabajo mixto y al desarrollo de modelos asistenciales distintos? ¿Van Correos y Loterías del Estado, como parece lógico, a complementar la menguante red de oficinas bancarias en los despoblados territorios rurales? O, como diría el ultraliberal : ¿Hace falta que los campos sigan habitados cuando nadie quiere vivir en ellos? ¿Si no hay demanda, para que gastar dinero en lo que nadie quiere?

Los grandes avances de la tecnología se han suplantado con los cambios surgidos de la necesidad más imperiosa y esta pandemia, desde mi punto de vista, ha supuesto un salto temporal importante. ¿Cinco, diez años de golpe? Es muy posible, pero el futuro más rompedor y sorprendente nos espera a la vuelta de la esquina para que apliquemos las experiencias acumuladas. Como en el antiguo Egipto, el Nilómetro ha llegado a los codos de la abundancia y ahora, cuando la inundación se retira, debemos aprovechar la generosidad del lodo que nos ha regalado.

¿Seremos capaces de hacer una buena siembra?  Esperemos que sí.

 

 

Los lodos de aquellos polvos