sábado. 20.04.2024

José Bujalance C. | El pasado construido desde la izquierda ha sido eclipsado por la narrativa del liberalismo, la cual propició una curiosa oposición entre el mundo libre (apolítico y desideologizado) y el fascismo (politizado, ideologizado y arcaico). Esta frontera ya no marca su línea divisoria a partir de la alternativa que pueden suponer los proyectos emancipatorios, sino desde la democracia de libre mercado. Y el gran triunfo de esta narrativa, propia de un ethos liberal metamorfoseado en neoliberalismo, ha consistido en crear una equivalencia entre la izquierda y el fascismo, entendidos como dos extremos radicalizados que le ha permitido identificar a la izquierda con el nacionalismo y el totalitarismo, instaurando la idea de que la izquierda también podía llegar a ser fascista.

Hoy nos encontramos atrapados dentro de una narrativa donde el retorno del fascismo se asocia con todo aquello que no se identifica con el libre mercado. Mientras, no logramos vislumbrar la nueva mutación que se aceleró con la pandemia: una forma de fascismo engendrada en las entrañas del supuesto mundo libre

En la actualidad, se vuelve urgente revisar algunas de las trampas en las que nos encerró esta narrativa liberal y que esta pandemia ha ayudado a desactivar. Lo primero que podríamos advertir es que la organización del pueblo alrededor de figuras de liderazgos, la construcción de identidades colectivas o la presencia de un Estado fuerte no necesariamente son expresiones del fascismo e, incluso, pueden oponerse a él.

Reducir la libertad a la no interferencia empobrece el debate, intensifica las desigualdades y nos amenaza con el retorno del fascismo. Las personas no somos libres cuando nada ni nadie interfiere sobre nosotros, sino que nos hacemos libres cuando no estamos atados a vínculos de dependencia y sumisión. Quizá, el desafío sea enriquecer el sentido de la palabra libertad, entender que no toda intervención es arbitraria y que necesitamos muchos tipos de interferencias para aprender a emanciparnos del odio, del privilegio y de la desigualdad estructural.

Así como la hegemonía neoliberal se deshizo del principio de igualdad para organizar una forma democrática basada en una estrecha idea de libertad, hoy la oligarquía está propiciando una mutación sin precedentes, a saber: un orden mundial que se deshace del principio de la democracia en nombre de una nueva forma de libertad.

Debajo del aparente caos, una nueva forma de autoritarismo se está gestando. Muchos liberales se han pasado a las filas de una extrema derecha que garantiza espectáculo. Algunos se autodenominan "libertarios" pero son totalitarios que odian el "sociocomunismo", se oponen al feminismo, al colectivo LGTBI y al lenguaje inclusivo, con un discurso punitivo y de mano dura en "seguridad", mientras repiten el mantra de que la minoría que produce mantiene al resto con sus impuestos (odian a Maynard Keynes).

Lo que ven amenazado es la posición de privilegio que prometió la articulación fascista, entendida como una forma de superioridad del hombre sobre la mujer, del blanco sobre las demás razas, de las clases altas sobre las clases medias y populares, y de éstas sobre los migrantes. Por eso, los discursos xenófobos, elitistas, de discriminación por género o antiprogresistas se estructuran bajo una misma fantasía: el otro funciona como esa presencia que necesito negar y afirmar al mismo tiempo, ya que es su exclusión lo que garantizaría mi identidad en tanto lugar de privilegio relativo en el mundo.

España -con la comunidad madrileña como referencia- es una tangentópolis, una cleptocracia con muchos años de escándalos y tramas corruptas de filofascistas; son los mismos de siempre, instalados ahora en el populismo económico, una chusma con ínfulas, herederos socioeconómicos del franquismo (fascismo católico) que manejan el poder y el dinero utilizando una organización corrupta y delictiva puesta en evidencia una y otra vez en los juzgados pese a sus tejemanejes y prácticas mafiosas...Militan entre el falso orgullo de ser de extrema derecha y el anarco capitalismo.

En estos tiempos de polarización extrema, vemos a reaccionarios acudir en manada al lado que tienen más cerca, los capitalistas siempre estarán del lado de la extrema derecha. Las políticas de las derechas están fundamentalmente enraizadas en la idea imaginaria de declive, en la noción de que nuestra sociedad se está arruinando lentamente y todo lo que era bueno está desapareciendo. Se remiten a los tiempos de un Gobierno más pequeño y la extrema derecha aboga por el retorno del sometimiento de las mujeres y los inmigrantes, (chivos expiatorios del deterioro social), con la narrativa de que están destruyendo nuestra sociedad. Mientras, desmantelan el Estado del bienestar lentamente y privan a los más pobres de nuestra sociedad de los derechos básicos. Estos seres abyectos creen firmemente que las personas desempleadas (o pobres) se caracterizan por ser estúpidas o perezosas. Si alguien es explotado por su empleador, debe lidiar con ello y continuar trabajando dieciséis horas al día.

La transición de la derecha libertaria a la derecha autoritaria se ha reproducido en cada figura insigne concreta de la extrema derecha. Están cooptando el libertarismo, porque saben que ninguna persona normal va a congregarse en torno a la bandera franquista y/o el yugo y las flechas. El libertarismo siempre ha sido un refugio del racismo y el apoyo implícito al autoritarismo a pesar de la contradicción directa que ello significa con respecto a su supuesta ideología. A lo largo de la historia, los hombres considerados como pilares de la filosofía dextrolibertaria han apoyado a dictadores brutales (p.ej. Mises a Mussolini).

Tienen una estrategia de populismo de derechas, apelando al nacionalismo y al racismo con trazas de islamofobia, un refugio para adolescentes de clase media blanca, pues la intolerancia racial es una manera de estar enfadado con todo el mundo. Trabajan fuerte la implantación en Internet para la conversión y el reclutamiento de quienes se creen su falsa rebelión contracultural contra los valores tradicionales de la sociedad, e impulsar el odio a los "progres."

Están dispuestos a cualquier táctica a fin de mantener el orden social que los encumbra. Utilizan la misma retórica en torno al pobre, hacia los usuarios de la asistencia social y hacia los inmigrantes que vienen aparentemente a vivir de ayudas y "paguitas". Esto se debe también a la idea de que los inmigrantes votarán más bien a partidos de izquierda, y en consecuencia a llevar a un Estado del bienestar más fuerte.

El nacional populismo de derechas basa toda su ideología en la oposición a la justicia social y describe a los neonazis como una gente excelente: "Cuando me llaman facha pienso que algo estaré haciendo bien"; una retórica que actúa como un lubricante para la transición hacia la extrema derecha, y especialmente aquélla en torno a la libertad de expresión.

Obviamente, la extrema derecha aspira a limitar la libertad de expresión cuando eventualmente alcance el poder; en cambio, absorben la libertad de expresión como un banderín de enganche, utilizándolo como un método para defender sus ideas, pero ocultando la parte de su ideología que sería más perturbadora, como la vigilancia masiva y el espionaje al rival político (llámalo Pegasus).

Liberales, libertarios y liberticidas