jueves. 28.03.2024

Miedo a que nos confundan. Y ello porque, para el común de los mortales, si las definiciones son buenas lo son para todos y si son malas, pues eso mismo para todos. Es lo que se llama generalizar. Y no suele ser justo. Fruto de esta injusticia es que cuando el pueblo, que, como decía Amestoy, es un caballero, a diferencia de la gente, de la que decía que es una golfa, se pronuncia negativamente sobre un colectivo, los “diferentes” dentro del colectivo rechacen la definición y nieguen hasta tres veces, como Pedro.

Cuando éramos jóvenes, más jóvenes, tanto que aún pretendíamos ligar, cosa distinta es que nos hicieran caso, mi querido y recién jubilado Enrique Lillo, proclamaba en su español-manchego-de-Ciudad Real-pegando-con-Albacete, que los abogados cuando abordaban a una dama debían ocultar a toda costa su oficio. Ningún impedimento mayor, nada que marcara más las distancias que llevar el despacho de abogados al baile. Ya se lo pueden imaginar. Que si la pensión del abuelo, que si la alcoholemia del hermano, que si el divorcio de los padres, que si las horas extras que no me pagan… Enrique postulaba, como remedio, decir que uno trabajaba en el City Bank, que era una cosa con cierto lustre, bien remunerada y no te exponía a exhaustivos interrogatorios. El riesgo de ser interrogado por el importe de las comisiones bancarias por descubierto, el TAE, el TIN, o el importe del Euribor, era altamente improbable. Al menos en aquellos días. Si eres juez, pues peor que si fueras abogado.

Luego, ha de tenerse en cuenta que los propios colectivos pretenden crear de sí mismos una imagen, un modelo de lo que sí y de lo que no es un buen profesional de lo que sea y se trate. Juez, abogado o dependiente de mercería… Nada hay que me interese menos que esas pseudo definiciones morales que pretenden uniformar personas y conductas. Nada menos que dar, a fuerza de moralina barata, tranquilidad y seguridad a personajes vulgares que se intranquilizan por la diferencia. Que pierden el hálito ante lo inesperado. Si se les dice algo que no está en su corto catálogo de previsiones. Si no pueden asumir que los jueces, todos los jueces y cada juez, es un sujeto individual con su propia personalidad, dedíquense a la cría de caracoles.

El principio constitucional de seguridad jurídica, que no es un derecho constitucional, se impone a la tutela judicial efectiva, que sí lo es

Y a estas tareas se encomiendan Comisiones de Ética profesional, Códigos deontológicos, normativas de buenas prácticas, etc., que pretenden discernir entre el bien y el mal cuando quizás deberíamos empezar por tener en claro qué son conductas delictivas. Porque estas son objetivas y cuasi perfectamente definidas en la Ley. Y, desgraciadamente, muchos de esos estetas que se dedican y nos distraen con subjetivismos, tragan hasta vomitar, prevarican sin vergüenza.

Reivindican la necesidad de seguridad jurídica y se ciscan en el discrepante. Por más que se explique y razone. Es la ley del rebaño. Ninguna oveja se adelanta a la línea de las que avanzan triscando en cabeza. Nada de distinguirse. Nada de señalarse. La Ley de la interdicción de los “versos sueltos”. Los jueces así, por arte de birlibirloque, se trasforman en siervos de la opinión colectiva, en aras a la seguridad que no es otra cosa que lo que la gente espera. Aunque sea injusto. 

El principio constitucional de seguridad jurídica, que no es un derecho constitucional, se impone a la tutela judicial efectiva, que sí lo es. Dejan de ser los intérpretes y aplicadores de la Ley para convertirse en los “mandaos” de los carneros y machos cabríos del rebaño. Dejan de ser jueces. Lástima porque ellos renuncian a ser lo que demandaba su vocación. Pero lástima también porque los ciudadanos precisan de jueces que defiendan frente al káiser su estatuto de ciudadanos, sin cuya defensa pueden quedar reducidos al de súbditos. No, mientras quede un juez honesto en Berlín.

Como anécdota divertida, en cierta ocasión me llegó de un amigo que un determinado Juez, de esos que uno conoce por razón del cargo, me había calificado como “un mal juez”. Mi amigo se sorprendió cuando le di toda la razón a mi crítico. Si él se atribuía la posibilidad de valorarme, estaba muy honrado en ser calificado de esa manera. No esperaba de él otra cosa. Yo nunca le valoraría, ni positiva ni negativamente. No me corresponde. Pero lo que me habría sorprendido en verdad es que él, a partir de sus valores, pudiera valorarme positivamente.

Y eso se predica de ese mayoritario sector conservador de la Judicatura que no se sabe si está más al servicio del Gran Capital o de sus propios intereses personales y corporativos

Y eso se predica de ese mayoritario sector conservador de la Judicatura que no se sabe si está más al servicio del Gran Capital o de sus propios intereses personales y corporativos. Y que de hecho administran justicia como si fuera suya. Porque, de hecho, lo es ya que adquirieron su posición mediante el sistema de oposiciones, que conciben como un “modo de adquirir” la propiedad. De los previstos en el Código civil. Pero de ello participan también miembros del llamado sector progresista. Y que conste que Juezas y Jueces para la Democracia es una asociación imprescindible, que, de no existir, habría que inventar, porque, sin ella, la Administración de Justicia sería un páramo. Es el hábitat que ha hecho posibles jueces de verdad, como José Ricardo de Prada, tan denostado por los genoveses. Es cierto que, como en el sector conservador, está trufada de oportunistas, ganapanes y quien se hace juez para no serlo, para dedicarse a otras cosas. Presidencias, vicepresidencias, ministerios…

Para concluir, jueces delincuentes, buenos/malos jueces, según para quién, y sobre todo jueces de verdad y de mentirijillas. Estos últimos, fáciles de distinguir a simple vista. Como los militares cuantas más chapas e insignias, más lejos de las trincheras y el fuego real. Pues lo mismo, cuantas más togas, más puñetas, insignias, collares... menos verdad. Pero más allá de esas apariencias, hay un dato objetivo: el número de resoluciones dictadas. Se sorprenderían de saber que una famosísima jueza (¿?) no dictó ni una sola resolución en su vida profesional (¿?) Ni siquiera, una simple y modesta Providencia. 

De Lesmes se discutió en un foro judicial si había dictado alguna Sentencia como Magistrado del Supremo y alguien aseveró haber encontrado dos. Más aquellos otros, legiones, que se tiran décadas en barbecho. Cuantas menos resuelvan, menos escoria son y más ascenderán. Dejarán tirados en la cuneta a los que sólo sirven para trabajar. “Fulano es un magnífico magistrado”. Claro, en blanco y negro. Porque la última resolución que dictó se basaba en la Novísima Recopilación. Imprescindibles, eso sí. Para señalar con su mano izquierda el camino a los demás, como las estatuas de Colón señalan América. Mientras con la derecha, se dedican a aquello mismo que Faemino y Cansado imputaban a su representante. Un trabajo, por cierto, delicadíííííííííísímo. Con todas las íes que le quieran poner. ¡Qué menos que cinco años para pensarse si dimiten! Para dimitir, ni les cuento.

Jueces y jueces