jueves. 18.04.2024
fallida

La política a veces adquiere tintes novelescos, y el camino a la investidura, entre tragicomedia y novela negra, acabó siendo como la novela de García Márquez, el relato de una muerte que todos ya sabían, pero que nadie se atrevía a confesar. Lo que a finales de abril parecía evidente, fue transformándose en incierto a medida que pasaba el tiempo; y lo que parecía remoto acabó por convertirse en inevitable. Tras casi tres meses de intrigas y desconfianzas el jueves pasado se materializó el fracaso de la investidura de Pedro Sánchez, que desde el 28 de abril solo ha conseguido el apoyo de un diputado ajeno a su partido. Tres meses en los que el PSOE y UP solo se sentaron a negociar los cuatro últimos días, y en los que a Sánchez le dio tiempo a desfilar por Moncloa, Zarzuela, intentar recabar apoyos por la derecha y hasta felicitar a Boris Johnson; pero no a llegar a un acuerdo con el que -muy a su pesar- es a día de hoy su socio preferente de gobierno.

La imagen de Iglesias lanzando una última oferta desde la tribuna escenifica lo grotesco de la negociación. Como un portero subiendo a rematar un córner en el último minuto, más cercano a lo ridículo que a lo heroico. A la desesperada y en un lugar que no le corresponde. Pero no es el líder morado el principal responsable del fracaso de la investidura, al contrario de lo que nos quieren hacer creer algunos de sus detractores en los medios, conscientes de que una repetición electoral con Iglesias como “gran señalado” podría ser la tumba política de UP.

Tras los resultados electorales, PSOE y UP parecían condenadas a entenderse, ya fuera compartiendo responsabilidades de gobierno, o a través de un acuerdo programático controlado por el parlamento como nuestros vecinos portugueses. Sin embargo, el PSOE, más de gran coalición a la germana que de gobierno a la portuguesa, dejó claro desde el primer momento que no tenía ninguna prisa en negociar, y que estaba cómodo dejando correr el tiempo; al fin y al cabo, las urgencias no las tenían ellos.

Quedan dos meses para evitar el desastre, pero por las palabras de Calvo, no parece que el PSOE esté dispuesto a ceder más terreno a los de Iglesias

Sánchez, que por el contexto en el que le ha tocado vivir, y con quien le ha tocado sentarse a dialogar en más de una ocasión, ha sido tachado continuamente de radical por la derecha, se parece mucho más a sus predecesores de lo que a sus adversarios les gusta reconocer. Más plano, y con menos altura política, pero con la misma cintura que permitió a González pasar de marxista a modernizador o de antiimperialista a atlantista en menos de una década. Lo decía Juan Andrade en uno de los mejores libros que se han escrito en los últimos años sobre la izquierda española, El PSOE y el PCE en (la) transición, el PSOE es de verbo radical, pero de praxis moderada; algo que Sánchez encarna a la perfección. En tan solo unas semanas, el “con Rivera no” era ya historia, y de no ser por el enroque del líder de Ciudadanos, Sánchez habría dejado plantado a Podemos sin pensárselo dos veces. Sin embargo, el plan se topó con la ambición de Alberto Carlos, que ya no quiere a su partido como bisagra, sino como la puerta que lo lleve a liderar la derecha española y acostarse cada noche en el Palacio de la Moncloa.

En esta tesitura lo natural hubiera sido que viendo cerrados todos los caminos a su derecha, el PSOE hubiera afrontado la negociación con Podemos sin intrigas ni secretismos y que ambas formaciones hubieran adoptado la actitud de quien necesita del otro para su propia supervivencia. Pero lo que el 28 de abril parecía La Casa de la Pradera, se acabó convirtiendo en La Casa de las Dagas Voladoras. Tal vez porque el director del thriller sea Iván Redondo, asesor estrella y maestro del suspense, que pilota desde hace algún tiempo los mandos en Ferraz. El impacto de la mano de Redondo en las decisiones de Sánchez es difícil de precisar, pero es innegable que desde su fichaje el manejo de los tiempos por parte del PSOE ha sido tremendamente conveniente para sus intereses. El adelanto de las generales, forzando un superciclo electoral en menos de un mes para aprovechar la tendencia al alza del partido, salió redondo, y la victoria socialista se produjo a todos los niveles, desde el municipal hasta el europeo, dando a Sánchez una relevancia a nivel internacional, escenificada con su visita a los Campos Elíseos, que no hubiera alcanzado ni en sus mejores sueños.

Pero ahora la jugada es mucho más arriesgada. La repetición electoral es un órdago que podría costarle a Sánchez la carrera política. Si el 10 de noviembre las tres derechas consiguieran un resultado que les permitiera formar gobierno estaríamos hablando de una derrota sin precedentes, la derrota del que pudo y no quiso y le puso el poder en bandeja a la derecha más radical e ideológica de los últimos años. Por ahora los sondeos le son favorables, y los cálculos le invitan a la repetición electoral, pero si hay algo que aprecia Sánchez es su propia supervivencia -al fin y al cabo, es su razón de existir- y en esta ocasión tiene mucho que perder.

Más que perder aún tiene Podemos, para el que una vuelta a las urnas podría ser devastador si Íñigo Errejón decide lanzar Más País para entonces. El llamado a ser el socio preferente primero fue ignorado, para después ser ninguneado, vetado y por último culpado del fracaso de las negociaciones. Una relación la del PSOE y UP, más cercana al sadomasoquismo freudiano que a una cooperación entre dos potenciales socios de gobierno.

Al masoquismo de Podemos, se le junta además una incapacidad en ciertos momentos políticos de saber escoger la menos mala de las opciones, fruto quizás de la inexperiencia, pero en cualquier caso injustificable.

Los de Iglesias fueron a remolque del PSOE durante buena parte de las negociaciones, expectantes a que los socialistas decidieran si se inclinaban por la colaboración, la cooperación, o la tan temida coalición, mientras el tiempo corría. Es cierto que era Sánchez a quien correspondía la iniciativa, pero en cualquier caso UP se vio arrastrada por las circunstancias hasta el abismo de tener que aceptar in extremis una oferta insuficiente a modo de lentejas: o te la comes o las dejas y eres tú el malo.

Con la renuncia de Iglesias, Podemos dio un importante golpe de efecto y puso la pelota en el tejado de los de Sánchez, pero sobreestimó el poder de negociación que le daba el veto a Iglesias y en mi humilde opinión, en última instancia infravaloró lo que hubiera significado una vicepresidencia y tres ministerios, aunque la oferta quedara lejos de sus pretensiones. Por primera vez (exceptuando la UCD) cuatro personas ajenas al bipartidismo sentadas en un Consejo de Ministros, y como dijo Rufián desde la tribuna, la oportunidad de demostrar que son capaces de hacer mejor las cosas que ellos. El acuerdo, hubiera supuesto además un balón de oxígeno para Iglesias, sin desgaste de gobierno y con una importante cura de imagen ante la ciudadanía tras su paso atrás; y una oportunidad de relanzar a otras figuras importantes de la cúpula del partido que ocuparan cargos ministeriales. Comparen esta situación con la actual.

Hoy Podemos se encuentra -de nuevo- sometido a los designios del PSOE, pero en una posición mucho más débil que hace una semana. Con menos poder negociador y con el riesgo de que las diferentes posiciones dentro del grupo confederal hagan saltar por los aires la unidad de acción con la que se había actuado hasta el momento. Quedan dos meses para evitar el desastre, pero por las palabras de Calvo, no parece que el PSOE esté dispuesto a ceder más terreno a los de Iglesias. La coalición parece cada vez más remota y ya se empiezan a barajar otras opciones como un acuerdo de legislatura sin entrar en el gobierno. Es posible que en las próximas semanas se llegue a alcanzar un acuerdo, y que estos días frenéticos queden en una mera anécdota, pero en cualquier caso, Podemos ha perdido una oportunidad que es posible que no se le vuelva a presentar.

Crónica de una muerte anunciada