viernes. 29.03.2024
tribuna congreso

El nivel de desencuentro y confrontación que se está alcanzando en la política española no tiene parangón en nuestra historia reciente ni en el contexto europeo más cercano.

Y más allá de los problemas que tal clima provoca en el funcionamiento de las instituciones democráticas, el mayor riesgo consiste en que acabe dando lugar también a un serio deterioro de la convivencia misma. Durante estos cuarenta años de democracia constitucional se han dado controversias y enfrentamientos políticos, a veces muy duros, a propósito del modelo educativo, de la fiscalidad, de la lucha contra la corrupción, de la ampliación de derechos civiles… El escenario es significativamente distinto en la actualidad. Porque los desencuentros ahora se producen en los cimientos mismos de nuestro sistema democrático.

Ante la mayor crisis de nuestras vidas, en plena lucha contra un enemigo inesperado y brutal, como lo está siendo la COVID-19, no ha habido forma de mantener un mínimo frente común, aunque solo fuera para salvar vidas.

La política exterior, que siempre fue materia generalmente ajena al partidismo, es hoy campo de batalla, hasta el punto de que se cuestionan los merecimientos de nuestro país para recibir las ayudas europeas, y se niega apoyo al Gobierno ante una agresión extranjera sobre nuestras fronteras.

El entendimiento entre las fuerzas políticas aportaría confianza, seguridad y garantías de éxito a este esfuerzo para conquistar el mejor futuro

A la par que se lanzan terribles reprochatorios sobre supuestos incumplimientos de la letra de la Constitución por parte del Gobierno y sus apoyos, se niega la negociación siquiera para cumplir el mandato constitucional de renovar sus instituciones básicas.

La deriva radicalizante alcanza al revisionismo histórico. Delante del jefe de la oposición se justifica el golpe de 1936 contra la democracia constitucional, con la complacencia como única respuesta. Se ha llegado a decir que en España no se vota libremente, poniendo en cuestión lo más sagrado en democracia, la legitimidad misma de la representación política.

En este contexto, además, se van normalizando algunos valores que en absoluto merecen ser normalizados. La ultraderecha fomenta impunemente el odio contra los menores extranjeros. También niega la violencia de género ante la terrible secuencia mortal de cada día. Y se acepta como normal que los ultras sigan la estela del homófobo Orban en nuestros colegios…

Significativa fue, por poner un ejemplo de esta semana, la estrategia evidenciada por la oposición durante el último pleno parlamentario del curso. El objetivo no era aprobar o rechazar las normas propuestas en función de su contenido, su orientación ideológica o el respaldo social que hubieran merecido. La impresión que recibimos muchos de los presentes es que se buscaba hacer daño al Gobierno, tumbando alguno de los decretos a convalidar, independientemente de sus consecuencias para los españoles afectados. De hecho votaron en contra del decreto que combate la temporalidad en el empleo público, que la propia oposición dice querer combatir.

La confrontación ha llegado a tal extremo, en cuanto a su gravedad y alcance, que algunos historiadores consideran que hoy no hubiera sido posible acordar la Constitución que garantiza nuestra convivencia en paz y libertad desde el año 1978.

Este nivel de desencuentro entre quienes representan a la sociedad española, con mandato de priorizar el interés general, resulta negativo en cualquier circunstancia. Pero lo es especialmente en el presente contexto de grave crisis sanitaria, económica y social.

Atravesamos una crisis sin precedentes que, a la vez, se nos presenta como una oportunidad histórica para situar a nuestro país en la senda del desarrollo próspero y justo. Los recursos que se van a movilizar para modernizar nuestra economía y acometer las grandes transformaciones de nuestro tiempo, la ecológica, la digital, la igualdad de género, proporcionan una ocasión única y esperanzadora a los españoles.

El entendimiento entre las fuerzas políticas aportaría confianza, seguridad y garantías de éxito a este esfuerzo para conquistar el mejor futuro.

El Gobierno nació con voluntad inequívoca de diálogo. De hecho, solo el diálogo y el pacto posibilitaron aquella investidura ajustada. Esa vocación por el encuentro y el acuerdo se ha mantenido en todo este tiempo. Por eso se han aprobado cerca de cuarenta leyes y cincuenta decretos, muy importantes algunas de ellas.

El Gobierno renovado hace escasas fechas se presenta con más vocación aún, si cabe, para la búsqueda del entendimiento a fin de afrontar retos colectivos. Ese es el objetivo de la ronda de contactos emprendida por Félix Bolaños, ministro de Presidencia.

La primera reacción ha sido cordial, al menos. Ojalá esta buena disposición inicial se transforme en voluntad sincera de colaboración al inicio del próximo curso parlamentario. Habrá muchas oportunidades. En los presupuestos para 2022, por ejemplo. Sería interesante. Para el Gobierno, desde luego. Para el país, sin duda alguna.

¿Y si intentamos entendernos?