sábado. 20.04.2024
escaños vacios

La democracia no es una meta a la que se llega después de una larga carrera o un esfuerzo titánico del pueblo. Es, por el contrario, un camino que se hace al andar iluminado por el horizonte utópico que alberga toda sociedad civilmente sana. No podemos decir, por ejemplo, que en 1956 llegó la democracia a tal país porque si lo que sucedió ese año es que varios grupos de poder pudieron concurrir a una elecciones para que los electores escogiesen al más acorde con su voluntad y nada más, y ahí se acabó todo, estaríamos ante un ritual formal que sólo permitiría la alternancia en el poder de sectores de la nomenclatura. La democracia es un sistema imperfecto que alberga en su seno los mecanismos necesarios para perfeccionarse, cosa que ocurre solamente cuando amplias capas de la sociedad son conscientes de que el silencio, el inmovilismo, la dejadez, la incuria, la falta de participación activa de los ciudadanos sólo contribuyen al anquilosamiento, la reducción de libertades y el uso de los instrumentos democráticos contra el interés general y en beneficio de la minoría más rica y mejor situada. Dejaría de ser, claro está, una democracia para transformarse en oligocracia o plutocracia. El poder tiende a perpetuarse y a rodearse de intereses que ha de satisfacer, si el pueblo calla, si no participa, reivindica o denuncia, lo más normal es que atienda a quienes sí lo hacen a través de los medios, en las trastiendas o los pasillos. Desde hace décadas vivimos en esta situación, son los grupos más poderosos los que más y mejor presión ejercen sobre el poder, haciendo ver a los ciudadanos que sólo la satisfacción de sus demandas hará posible la prosperidad del país. Mientras, desde el lado de los más perjudicados, de los que apenas tienen que llevarse a la boca, de quienes temen al día siguiente, sólo se oyen quejas individuales, aullidos desesperados, llantos silentes, resignación o motines contraproducentes como los que hemos visto estos días. Es entonces, cuando la democracia se repliega, tiende al uso de la fuerza y a olvidarse que es el gobierno del, por y para el pueblo; es entonces cuando ese pueblo deja de creer en ella y contempla la posibilidad de apoyar a quienes prometen poner todo en orden en cuatro días sin detenerse a pensar que su verdadero objetivo es imponer un régimen tiránico al servicio exclusivo de los más privilegiados sin que sea posible siquiera escribir lo que ahora mismo escribo. 

En los periodos de crisis la democracia se ve vapuleada por quienes exigen su demolición y por la carencia de medios para satisfacer las tímidas demandas de trabajadores, parados y excluidos. Los más comprometidos y valiosos comienzan a pensar que es mejor no involucrarse, dejando la puerta abierta a quienes en situaciones normales no habrían servido ni para presidir una escalera de su edificio pero que mediante el medro, las alabanzas y la pasamanería convierten su grisura, falta de escrúpulos y mentecatez en cualidades óptimas para llegar a los puestos más altos del escalafón, perpetuándose en él gracias a su docilidad con el superior y su inflexibilidad con quien está por debajo.

Iglesias denunció las carencias de la democracia española y no tardaron ni un segundo en tirársele a la yugular, cosa que en absoluto sucede cuando cualquier miembro de Vox o su partido adyacente el PP hacen apología del franquismo

Desde la imposición del neoliberalismo como doctrina mundialmente aceptada -perdonen por la insistencia- la democracia se ha ido vaciando de contenido, no sólo en España donde partíamos de una situación dramática llena de hipotecas para el futuro, sino en todos los países de nuestro entorno. En el Reino Unido, donde la monarquía fue puesta en cuestión durante los años setenta y ochenta, se ha llegado a un extremo tal que nadie se pregunta por la inmensa fortuna de Isabel II, ni por qué no paga impuestos, ni por qué interfiere en las leyes o en los nombramientos de altos cargos. Todo se ve normal porque en periodos críticos lo que une a los británicos sigue siendo un pasado imperial lleno de sangre, su complejo de superioridad, hasta tal punto de sentirse orgullosos de la enorme cantidad de obras de arte robadas a otros países -entre ellos España- que yacen en el Museo Británico y que debieron ser devueltas a sus legítimos dueños hace muchos años. En Italia, han reconocido de facto que los partidos políticos no sirven para nada y que la solución a su situación pasa por nombrar a un  tecnócrata muy de derechas y partidario acérrimo de la privatización total de los servicios públicos, produciéndose un extraño consenso al respecto que ha unido a los fascistas de Salvini y a los demócratas de Conte. En Alemania llevan gobernando demócrata-cristianos y socialistas varios años, dejando la oposición a grupos minoritarios, entre los que hay partidos ultras muy poderosos. En Francia, la izquierda ha quedado reducida al partido de Mélenchon mientras los fascistas de Le Pen amenazan con hacerse con la presidencia de la República en breve. Y, qué decir de la Unión Europea, un proyecto que debiera ilusionarnos a todos -es la única esperanza- pero que mantiene y potencia los paraísos fiscales de Andorra, San Marino, Luxemburgo, Suiza o Liechtenstein por donde se fugan miles de millones de euros necesarios para hacer más creíble la democracia; que se deja humillar por los laboratorios farmacéuticos a los que ha entregado cantidades ingentes de dinero en una situación crítica que está costando miles de vidas, y todo por no obligarles a liberar las patentes de las vacunas y seguir con las reglas del mercado destructor. ¿Qué réditos esperan de esta actuación? ¿Piensan que así se potenciará la Unión, la ilusión de los europeos o que lo hará dejando a Polonia y Hungría convertirse en estados antidemocráticos en su seno?

Pablo Iglesias denunció hace unas semanas las carencias de la democracia española y no tardaron ni un segundo en tirársele a la yugular, cosa que en absoluto sucede cuando cualquier miembro de Vox o su partido adyacente el PP hacen apología del franquismo, de los “despistes fiscales”, de la maldad del feminismo o de la conducta intachable del monarca que vive en una dictadura árabe porque así lo ha querido. A las imperfecciones y retrocesos que sufren las democracias europeas, la española tiene que añadir unas cuantas más que asustan. Policías que sienten gran simpatía por los grupos de extrema derecha y que votan mayoritariamente al sindicato JUPOL; jueces que encarcelan a un pésimo rapero por decir lo que piensa aunque no piense lo que dice, pero que dejan en libertad a la única beneficiaria del Máster maravilloso de Cristina Cifuentes, haciendo un daño inmenso a quienes estudian y pagan esos estudios con todo el esfuerzo de que son posibles; reyes que se van de su país después de haber tenido una vida sentimental nada católica pese a declararse adalides de esa confesión y que regularizan dinero sin que ni jueces, ni fiscales, ni la Agencia Tributaria, ni el Congreso, ni el Papa, ni Dios Todopoderoso se den por aludidos; sentencias que dictaminan que el Pazo de Meirás es del pueblo pero que hay que pagarle a los Franco una cantidad de dinero por los gastos de uso y mantenimiento; imputación del hombre brutalmente apaleado en Linares por no se qué a la autoridad de paisano, un partido que destruye un montón de veces el disco duro donde estaba su contabilidad, que está condenado por hacer cosas muy extrañas con el dinero y que sigue presentándose a las elecciones, decenas de miles de personas enterradas en tapias y cunetas que no reciben la sepultura que merecen y desean sus familiares, desigualdad cada vez más amplia, injusta e insoportable entre quienes más y menos tienen, concentración del capital en unas cuantas familias que hicieron su fortuna durante la dictadura, venta de viviendas sociales a fondos buitre por cuatro dineros, imposibilidad para un número creciente de familias para acceder a una vivienda, derecho reconocido por la Constitución, representantes altos de la Iglesia -que aseguran que lo mejor viene tras la muerte- colándose en las listas de las vacunas para ganar tiempo y poder inmatricular más propiedades sin que los poderes públicos actúen de modo rápido, contundente y ejemplarizante. Hay mucho más, ¿pero se puede pedir más?

La democracia española, Sr. Iglesias, tiene muchos defectos. Unos comunes a todos los países de Europa en un periodo de descreimiento, desilusión y fobias inducidas, otros como resultado de la herencia recibida. Sería bueno lograr los medios para que todo esto se supiera, también para hacer una pedagogía eficaz sobre lo que se hace, por qué se hace y lo que se pretende hacer, porque ninguna estrategia es buena si al final del camino se pierde la posibilidad de influir en las decisiones, incluso de seguir siendo. El camino es largo, lleno de formidables obstáculos, pero hay que recorrerlo dejando huella duradera y logrando más apoyos de los que se tuvo al partir. Sólo así, creo, se logrará cubrir con éxito etapa tan inquietante.

Las imperfecciones de la democracia