sábado. 20.04.2024
almeida almudena grandes
Imagen: Clotilde Sarrió
 

Que nadie deduzca aviesos empeños al leer el titular de este artículo. No es mi intención ponderar la valía de nadie en función de su altura física, sino mas bien dejar constancia de la cortedad de talla humana del alcalde de Madrid cuando, en una reciente entrevista, manifestó que: «Almudena Grandes no merece ser hija predilecta de Madrid, pero para sacar los Presupuestos hay que hacer cesiones». ¿Será posible? ¿Cómo se puede ser tan incoherente y votar a favor de que la escritora reciba el título honorifico en cuestión y al mismo tiempo manifestar que no lo merece? ¿Dónde va a parar la ética cuando alguien vende sus principios por un plato de lentejas, en este caso para que le aprueben unos presupuestos municipales?

Igualmente, cabía preguntarse por la integridad y los principios de los tres ediles tránsfugas de Más Madrid —no solo díscolos como en algún medio se les califica—, a quienes Rita Maestre, de Más Madrid, ha considerado como «un Grupo Mixto que no representa a nadie y sólo buscan su interés personal». No olvidemos que quien abandona un partido pero no renuncia a su escaño, si hace uso de su voto para pactar con un rival, además de díscolo es un tránsfuga se mire como se mire.

Mal pues por Almeida. Y mal también por los tres concejales carmenistas escindidos de Más Madrid, por mucho que su transfuguismo haya hecho posible la eliminación de las subvenciones públicas que la extrema derecha pedía para poner trabas a las mujeres que quieren abortar, o también conseguir unas ayudas municipales para asociaciones pro-derechos LGTBI entre otros logros, todo ello añadido, claro está, añadido a que el PP vote a favor de que Almudena Grandes sea hija predilecta de Madrid, algo que, sin duda, le habría traído sin cuidado a la escritora, e incluso habría rechazado si el voto favorable de la derecha procediera de un cambalache pactado con tres tránsfugas de la izquierda. 

En este santo país ninguna ideología se libra de alguna que otra vergüenza que de vez en cuando saltan a la palestra para dejar constancia de lo mutables que pueden ser los principios de algunos políticos. Por ejemplo, acabamos de comprobar como el PP es capaz de pactar con comunistas, y al mismo tiempo acusar al Gobierno de hacerlo con terroristas, todo ello tranquilos sin sonrojos. Como también tranquilos se habrán quedado los tránsfugas de Recupera Madrid cuando son los únicos ediles de la izquierda madrileña que han dado el sí a los presupuestos del PP, con el quimérico argumento de unos exiguos logros que en modo alguno justifican su infidelidad. 

Hace unos días, en su programa Hoy por Hoy, la periodista Àngels Barceló consideró a Almeida como una persona «cargada de complejos […] que tiembla ante la posibilidad de hacer enfadar a los matones del barrio», para luego añadir «llevo días pensando en lo que diría Almudena Grandes ante tan lamentable espectáculo, y me la imagino soltando una de sus sonoras carcajadas y volviendo a sus quehaceres, pensando que alguien tan mediocre no merece tanta atención».

A título personal, estoy convencido de que a Almudena Grandes le habría traído sin cuidado la polémica que se ha creado en torno a la concesión de un reconocimiento institucional otorgado por un ayuntamiento donde la mayoría de los ediles no son afines a su ideología, y sobre todo cuando para ella, muy por encima de fatuos agasajos, lo más importante siempre ha sido la gratitud y el cariño de sus lectores.

Cuanto me duele no poder leer la columna que habría escrito Almudena sobre este tejemaneje. Estoy convencido de que habría enviado a hacer puñetas a quienes se atrevieran a concederle una distinción honorífica al mismo tiempo que decían que no la merecía. 

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