viernes. 19.04.2024
pablo casado

En esta crisis galopante de los conservadores hispanos, estamos ante otro clásico de las muchas formas conocidas para la obtención del poder: El golpe, a veces de estado a veces de mano. Los golpes son evidencias y no solo síntomas de modelos antidemocráticos, sea cual sea su el signo ideológico. Incluso los que se han justificado históricamente de izquierda para “devolver” al pueblo lo que supuestamente era suyo y “empoderarlo “nunca han conseguido tan loable objetivo; sino que, más bien al contrario, se han convertido en ejemplos despreciables de corrupción y canibalismo del poder. Cada día hay un ejemplo vivo que demuestra eso y no existe un resultado político positivo que lo desmienta. Los golpes de mano o de estado siempre conducen a un cesarismo personal democráticamente inaceptable, a la corrupción del poder o a la dictadura.

En el marco de las democracias representativas, que ya parecen que consolidadas como es la española, tras cuarenta y cinco años de experiencia democrática y paz civil, este tipo de fenómenos aparecen por desgracia y con demasiada frecuencia en el seno de los partidos que tienen la misión de ejemplarizar con un modelo razonable de convivencia política a la ciudadanía. La democracia no es otra cosa que una regulación pacífica de relaciones entre diferentes, solo sometidos al imperio de la ley por los votos populares en que reside el ejercicio de la soberanía nacional. Y, por ello, los partidos políticos que configuran esa representación tienen, sí o sí, que actuar bajo esos mismos principios de ejemplaridad interna para favorecer la educación política de sus electores y de la población.

La izquierda, en la ensoñación imposible de una unicidad que nunca llega, tiende o ha tendido con demasiada frecuencia, a desconocer esas normas básicas de convivencia en su seno a la hora de la elección de una política o de un líder. Sin embargo, existe una tendencia referencial indiscutible: cuanto más cesarismo acumula un dirigente en el ejercicio del poder orgánico, más desafección produce en sus posibles electores y sus discrepancias internas se traducen en divisiones cainitas y en escisiones irreparables.

Por el contrario, cuanto más amplio y democrático es el tamaño y vida interna de la organización, la vertebración del poder es sin duda más compleja y difícil de gestionar, pero el laicismo de esos comportamientos produce juntas de dilatación más flexibles entre los discrepantes y permite una mejor convivencia entre ellos.

Para no adentrarnos en el pleistoceno político, solo hay que señalar las vicisitudes de las dos principales organizaciones de izquierda en España en sus recientes crisis y sus formas diferentes de resolverlas. Ambas han padecido golpes de mano internos con salidas bien distintas. La más aparente y mediáticamente cruenta fue la del PSOE, con un baronaje y unos referentes históricos del contemporáneo socialismo español que protagonizaron un autentico tour de forcé, defenestrando “manu militari” a su secretario general (Pedro Sánchez) al efímero y estridente grito de una desconocida “máxima autoridad” en pleno aquelarre de tensiones e insultos en su máximo órgano de dirección.

Pero aquel conflicto no se sustanciaba en un mero combate por el poder, sino en la orientación política del partido en relación a sus alianzas con otras fuerzas y su aceptación o no de un gobierno conservador presidido por Mariano Rajoy. Cosa que sucedió. El No es No o la abstención que lo permitía era el dilema. Y era antes que nada una cuestión política.

Más que sabido es lo que sucedió después. Pero es necesario destacar que la superación de esa crisis se sustanció en la apelación a toda la militancia socialista, que en voto secreto decidió reponer en su cargo a su defenestrado líder en un proceso de primarias democráticamente intachable. La socialdemocracia española está también llena de contradicciones y episodios a olvidar, desde su nacimiento hace ya 140 años, sin la menor duda. Pero ese largo recorrido de transversalidad democrática y de convivencia interna de su amplio espectro de sensibilidades es lo que le ha permitido ser la fuerza principal de estructuración social, territorial e institucional y su hegemonía en el devenir progresista de España durante todo ese periodo.

Distinta fue la reciente evolución del partido emergente PODEMOS nacido de una profunda crisis previa del socialismo español y del descontento social a partir del crack financiero de 2008 en adelante, que supuso la detracción de más de 5.000.000 de votos tradicionalmente adscritos al PSOE desde el inicio de la transición. Sus bases de referencia política se sustanciaban en la mitificación de un encierro a cielo abierto en la Puerta del Sol de Madrid desde un 15-M y casi sonroja ahora leer las proclamas de convocatoria de aquel encuentro y el resultado del comportamiento político posterior de esa formación.

De aquella “new politic” del empoderamiento social bajo nuevas bases relacionales con el electorado apenas queda poco o nada. De la rotación de cargos a no más de una legislatura, contemplamos la creación de una nueva nomenclatura generacional que ya se mantiene dos legislaturas sin síntomas de renovación ni estatutos que lo delimiten o exijan. Eso por no entrar en más jardines. En todo caso para ese viaje con las alforjas iniciales de IU bastaba.

Los que no comprenden ciertos declives en las organizaciones de izquierda es consecuencia de la escasa objetivación de la realidad social en sus apreciaciones de lo que pasa. La democracia interna no tiene fácil instrumentación material o digital y se puede estar tan cerca del éxito como del desastre también a golpe de clic. Aún así nadie puede dudar de la trascendencia de lo que supuso aquel proceso político emergente en la modificación de los parámetros de intervención parlamentaria y en la acción de política para la reconversión de la izquierda en su conjunto. También en su papel de estabilizador social como consecuencia de su presencia en el Gobierno de Coalición hasta la fecha. Pero todo eso no justifica el fracaso de sus golpes de mano interno y la consecuente frustración en las expectativas de un electorado en el que influyó como una nueva esperanza y que hoy se retrae en forma de abstencionismo activo.

Pero el escenario del golpe de mano que se ha urdido ahora en el Partido Popular tiene elementos mucho más que preocupantes para la estabilidad de la democracia española y son propios de un populismo trumpista ibérico en ascenso. Es una crisis de lucha descarnada por el poder (siempre la hay de derecha a izquierda), pero que lejos de conjurar el riesgo de una ultraderecha antieuropea y negacionista de los principales avances de la democracia nacida del consenso de la transición, barruntan una nueva coalición con los elementos ideológicos históricos más anclados en las posiciones de la derecha de principios del siglo XX con las consecuencias que tuvo, tiene y, de seguir así, tendrá en la cohesión social y la convivencia de los españoles si el golpe de mano ahora en curso triunfa en el conservadurismo español.

Del resultado probable de esta crisis del PP parecen nacer nuevos liderazgos basados en la ambición personal y un desprecio absoluto a las formas del respeto democrático

Primero, porque del resultado probable de esta crisis de los conservadores españoles parecen nacer nuevos liderazgos basados en la ambición personal, pero también con un desprecio absoluto a las formas del respeto democrático. Como se observa en el propio desenlace de la misma con manifestaciones sociales preocupantes. Como el papel de movilización callejera de sus supuestas "bases" más propias de un putch extremista que de un partido sujeto a la fuerza de la ley y el respeto a sus propios reglamentos.

Después, porque los apoyos de sus principales figuras emergentes están siendo fronterizos con el electorado y líderes de VOX (otrora residente en el seno del Partido Popular), en los ultra católicos de Hazte Oír y/o en conocidas personalidades mediáticas reaccionarias de supuesta etiqueta ultra liberal que no hacen más que certificar y prefigurar un autentico golpe de mano a la moderación del centro derecha español desde la transición, de muy difícil reconversión posterior.

Tampoco es la primera vez que esto ha sucedido recientemente, ya que la derecha nacionalista (ahora independentista) catalana ha empleado las mismas tácticas y modelos de vulneración de los valores democráticos y producido y fomentado en gran medida la activación de este otro nacionalismo intransigente hispano en la acción-reacción posterior que hoy padecemos y que nos ha traído parte de estas consecuencias perversas para el equilibrio democrático. Secundados sin duda por una izquierda localista que suele echar su parte de leña al fuego de los conflictos territoriales, bastante ajenos a los intereses de clase en que dicen sustanciarse.

Pero sea como sea, el perder a la derecha conservadora en España para la moderación necesaria y las reformas que construyen la convivencia de un país es una muy, muy mala noticia. Y en ese proceso de riesgo evidente estamos. Como en la jauría humana la fuerza bruta vulnera el ejercicio de la vida y del derecho. También, como decía Don Miguel de Unamuno, la fuerza bruta, incluida la maquinación intelectual que la crea y manipula, es algo que la parte más radical de la derecha española y de los dos nacionalismos radicales, que nos viene asolando desde el siglo XIX, tienen de sobra. Algo habrá que hacer para evitarlo. También desde la izquierda solvente por responsabilidad histórica.

Golpes de izquierda. Golpes de derecha