jueves. 25.04.2024
ayuso pleno

“La vida dedicada a amasar riquezas es, al final, la más absurda y la más
inauténtica, porque equivale a buscar cosas que,
como máximo, tienen valor de medios, pero nunca de fines".

Aristóteles (“Ética a Nicómaco”).


“El asalto a la razón: La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler”, publicada en 1954, es la obra más apasionante y discutida de George Lukács; es un análisis de las corrientes irracionalistas de la filosofía moderna desde el punto de vista de sus relaciones con la involución del poder burgués hasta el abandono de los ideales democráticos y el recurso abierto a los gobiernos respectivos por la violencia del nazismo y los fascismos. A pesar de las críticas que se hicieron a su obra, nadie puede dejar de reconocer la vital energía y la profundidad intelectual con la que Lukács desarrolla su tesis básica. El título original, en alemán quiere decir, en buena traducción, inequívoca y categóricamente, no “el asalto”, sino “la destrucción” de la razón. La piadosa intención de los editores de mitigar una expresión tan fuerte, tal vez sin quererlo, desvió el alcance que le quiso dar Lukács, para quien la trayectoria del irracionalismo de la época que describe tuvo el efecto inaudito de destruir la razón y cosificar brutalmente el humanismo en aquellos momentos que analiza; al fin y al cabo, no es la conciencia del hombre la que determina su ser, cómo es, cómo se comporta, sino que, al contrario, su existencia social y cómo se comporta es la que determina su conciencia. Lukács se esfuerza en demostrar que el desarrollo del irracionalismo no es una respuesta esencial e inmanente, como si el surgimiento de los problemas o su solución fuesen consecuencia de un destino determinista (“la necesidad” de Jacques Monod), él lo llama como filósofo, una fuerza o movimiento necesariamente dialéctico, sino la consecuencia de determinadas ideologías y proyectos políticos, que se van aceptando, casi de forma inconsciente, hasta llegar a la destrucción inevitable: el exterminio. Pero, por no caer en un pesimismo determinista, en terminología heideggeriana “podemos correr al encuentro de la posibilidad de pararlo”. Para conseguir frenar la irracionalidad de tal lógica, no se puede utilizar el paradigma del “avestruz”, ese recurso de negar o ignorar lo que puede venir y una vez sucedido, deplorarlo como plañideras”, sino utilizar los medios que tenemos a nuestro alcance: “correr al encuentro de las posibilidades” que tenemos en el momento presente: “ir a votar; el voto está en nuestras manos”.

No se puede ignorar la posibilidad de que el Partido Popular, el partido de la señora Ayuso que, como en un “carnaval” se ha enfundado la careta de la “libertad”, pueda gobernar la Comunidad de Madrid con el apoyo de Vox. Gestionar un proyecto político en una Comunidad como es Madrid, no significa distraer al electorado con “desparpajo vacío” y simplezas, como esa de “vivir a la madrileña y mucho menos con ese eslogan ramplón y obvio que ella de continuo anuncia como una Agustina, no de Aragón sino de Madrid: “Siempre defenderé la libertad de Madrid frente a los ataques”. ¿A qué ataques se refiere? Como otro “enloquecido Quijote”, confunde “molinos con gigantes” y las críticas a su pésima gestión, por ataques a Madrid. Como si los demás candidatos no contemplaran entre sus prioridades, no sólo defender Madrid, sino mejorarlo en educación, sanidad, ecologismo, seguridad, solución de desigualdades, trabajar por los dependientes y necesitados y no por promocionar las cañas, los bocatas de calamares, las patatas a la Ayuso, los velones de Santa Ayuso y dejar que la ciudadanía, en situación de pandemia, pueda hacer lo que le venga en gana, aunque ella lo llame “libertad”…; los madrileños progresistas, sí, progresistas, sin siglas de partido, no podemos utilizar el paradigma del avestruz: taparse los ojos para no ver el peligro que esta señora y su homóloga Monasterio significan y dejar de votar. Lo que sí debemos hacer los “madrileños” en ese 4 de mayo es “botarlas a las dos”.

Ayuso y Monasterio han contaminado las aguas de Madrid y han cruzado las líneas rojas de los valores democráticos y de la convivencia, al convertirlas en trincheras de confrontación

La verdad, es decir, la realidad crítica y el poder del pensamiento y el conocimiento progresista en unas elecciones se muestran en la práctica mediante “un voto progresista”. Las “derechas” seguro que irán a votar y, según leo hoy en el diario El País: “Los votantes populares prefieren un Gobierno con Vox”: el 78% de los encuestados afines al partido conservador apoyan un acuerdo con la extrema derecha, aunque, como dice Lukács, según la trayectoria del irracionalismo, con ello se destruya o deteriore en la Comunidad de Madrid y, por extensión en España, la razón, la libertad y la democracia. Pensar que si entra Vox en apoyo de Ayuso no se va a acentuar la confrontación política, deteriorando aún más la convivencia de lo que ya está, es vivir en la inopia y en la irrealidad. Las elecciones de Madrid nos han situado frente a un espejo que proyecta una imagen de toxicidad política difícil de solucionar; Ayuso y Monasterio han contaminado las aguas de Madrid y han cruzado las líneas rojas de los valores democráticos y de la convivencia, al convertirlas en trincheras de confrontación.

El politólogo estadounidense Elmer Schattschneider, fallecido en 1971, estudió y defendió el sistema de partidos políticos y defendió la importancia de los gobiernos moldeados por ellos; los conflictos que surgen en la gestión de la vida política -sostuvo-, se socializan y resuelven más fácilmente a través del funcionamiento de la democracia; examinó las diferencias que inevitablemente surgen en los partidos políticos entre los intereses públicos y privados, pero concluyó que un gobierno con partidos vigorosos contribuía al interés público. Sin negar el optimismo de Schattschneider, sus tesis fueron objeto de debate intelectual entre “pluralistas y elitistas” en la década de 1960. Otro de los principales politólogos de su generación, fallecido en 2011, el irlandés Peter Mair acuñó el concepto de “pueblo semisoberano”, para sugerir que el control sobre la toma de las decisiones políticas pudiera estar fuera del alcance de los ciudadanos, incluso en la actualidad la “semisoberanía” está en decadencia pues percibimos que los ciudadanos “de semi soberanos”, hoy han devenido “no soberanos”. Peter Mair lo desarrolla en su exitosa obra: “¿Gobernar el vacío?: El proceso de vaciado de las democracias occidentales”.

Sostiene que estamos asistiendo al crecimiento de una idea de democracia carente de su componente popular; él la denomina democracia sin el pueblo”. Hay un precepto en la vieja escolástica atribuida a Aristóteles: “natura non fit saltus” (“la naturaleza no actúa a saltos”); del mismo modo, como sostiene Mair, las variaciones en la aceptación o la perversión de la democracia no se producen necesariamente a grandes saltos ni son siempre lineales; ésta es la explicación para no subestimar la importancia de una tendencia ligera de lo que hoy estamos observando en estas elecciones para la Comunidad de Madrid: la posibilidad de un gobierno de Ayuso con Vox. Los expertos y politólogos, cuyas mentes están demostrando ser porosas para el olvido, no han hecho certeras observaciones; han considerado irrelevante la cercanía del PP a Vox y los apoyos manifiestos (por ahora, sin entrar en los gobiernos) en Madrid, Andalucía, Castilla y León, aunque sí en Murcia, ni han hecho frente a este problema, al prestar poca atención a las tendencias como tales, con una banalidad irritante en sus opiniones. La realidad política que se está ofreciendo en estos días de campaña se encuadra en el plano de la confrontación, el populismo, el individualismo y el egoísmo; lo que para unos está en último plano, para otros se halla en primer término; lo que unos defienden como innegociable, para otros es el centro de los consensos; el interés por el poder ordena los tamaños y las distancias de la realidad de acuerdo con sus ansias por alcanzarlo; la soberbia y la mentira reparten los acentos y se complican las propuestas con la perspectiva de la valoración de intereses que cada partido hace. Sería importante saber quién está engañando a quién según el inteligente cuento de la Odisea en “la tela de Penélope” de Augusto Monterroso, ingeniosa y concisa leyenda homérica de la mujer que aguarda tejiendo. Con el fin de llegar al gobierno es fácil seducir al electorado con fáciles y populistas promesas, pero difícilmente dejar gobernar o llegar a gobernar.

El “vacío” del título hace referencia a la creciente crisis de representación que sienten los ciudadanos de los políticos, la falta de conexión de los partidos con su electorado

Como señalaba anteriormente, esa joya de la ciencia política de Peter Mair: “Gobernando el vacío. El proceso de vaciado de las democracias occidentales”, en el que desarrolla sus grandes dudas sobre el cariz que están tomando las democracias contemporáneas, comienza con una afirmación enigmática y rotunda: “La era de la democracia de partidos ha pasado; hemos entrado en una nueva fase de la democracia liberal en la que sus principales agentes dan síntomas de agotamiento”. El “vacío” del título hace referencia a la creciente crisis de representación que sienten los ciudadanos de los políticos, la falta de conexión de los partidos con su electorado. ¿A qué se debe esta desconexión? No hace falta acudir a las encuestas del CIS para ver la evolución creciente de la preocupación de la ciudadanía por los políticos en general, por los partidos y por la propia política; y, en consecuencia, por la calidad de nuestra democracia. Las democracias se destruyen cuando se imposibilita el debate racional sobre programas, propuestas e ideas, cuando sólo se echa mano de argumentarios infantiles y banales, cuando se utiliza el insulto y la mentira para provocar y ofender. Es complicado encontrar las causas de esta situación, en especial, si no encontramos otras organizaciones que eventualmente puedan suplir ese espacio vacante de los partidos ya que, sin partidos políticos que funcionen, no puede haber verdadera democracia. Y, sin embargo, es evidente que los partidos políticos y el creciente aumento de ellos hace que estén sufriendo importantes transformaciones y que, a su vez, aumente la indiferencia de los ciudadanos hacia los políticos, sobre su utilidad, su reputación, su legitimidad y la eficacia de la propia democracia.

Es un hecho que, en las democracias de la Europa occidental, la participación electoral está en declive y está disminuyendo considerablemente la afiliación a los partidos; es un hecho en España, asimismo, que los políticos, al menos, sus élites, se están constituyendo, más que en servidores de la ciudadanía, en una clase profesional, o, como hoy se dice, en una “casta” que utiliza la mentira como recurso fácil para conseguir votos; están proliferando, a su vez, y ganando credibilidad ciertas prácticas y grupos no democráticos. No puede extrañar, pues, que muchos ciudadanos se hagan la pregunta de que, si “esto es la democracia, ¿para qué sirve si se la despoja de su elemento fundamental: el gobierno del pueblo? Es, como bien describe Peter Mair: “gobernar en el vacío y la mentira”. Y gobernar en el vacío y la mentira han sido estos dos años que la señora Isabel Díaz Ayuso lleva en la presidencia de la Comunidad de Madrid. Un gobierno vacío: ¿qué leyes se han aprobado en la Asamblea de Madrid en estos dos años de mandato del PP de Ayuso? La señora Ayuso ha terminado su mandato sin presupuestos y con solo una ley aprobada: la nueva Ley de Suelo, ley que permite suprimir la mayoría de las licencias y liberalizar el sector urbanístico. Y un gobierno de mentiras, especialmente, en el tema de “la pandemia del Covid19”. Luchar contra una pandemia requiere un buen manejo epidemiológico para reducir la incidencia y un buen manejo clínico para reducir la mortalidad y las secuelas de la enfermedad. El buen manejo epidemiológico implica contar con herramientas eficaces que proporcionen una información fiable para adoptar las medidas de control necesarias y suficientes profesionales de la sanidad. Y por mucho que en su argumentario haya alabado las bondades de Madrid en la gestión de la Pandemia, los datos no le dan la razón. Ni la salud ni la transparencia informativa han sido prioridades en la Comunidad de Madrid, sino la manipulación y ocultación de información, basta ver las medidas que han ido tomando otras capitales y ciudades europeas y españolas para comprobar que en Madrid no se ha actuado ni con determinación, ni con criterios de cogobernanza con el gobierno de la nación, ni con las otras CCAA, ni con la prontitud necesarias. Ayuso y su gobierno, en un compendio de incompetencia y desprecio a la verdad, se han convertido en el buque insignia “contra Sánchez”, al que han calificado “enemigo de Madrid” y “de gobierno social comunista” que ha atacado las libertades y la economía madrileñas.

Teniendo presente los datos, de los que ella presume, basta constatar que la salud no ha sido una prioridad de la Comunidad de Madrid; no hay más que ver el Gasto público en Sanidad como porcentaje del PIB; mientras el gasto medio del PIB en el conjunto de las CCAA es 5,6 %, en Madrid es 3,7%, casi 2 puntos menos que el conjunto de las CCAA; y si se mira otro indicador relevante: el gasto público en salud, la Comunidad de Madrid gasta1.340 euros/habitante, y la media en las CCAA es 1.486 euros, ocupando el segundo lugar por abajo, con un 10% menos que la media de las 17 CCAA. En concreto, sobre los test de antígenos totales por 100.000 habitantes y las PCRs por 100.000 habitantes estos son los datos:

CUADRO PCR

La PCR cuesta casi cuatro veces más que el test de antígenos y el tiempo en realizarlas y en obtener el resultado también varía: el test de antígenos se hace en diez o quince minutos y de la PCR no se tiene el resultado hasta el día siguiente normalmente. Y si hablamos de récord de fallecimientos por habitante en los centros de residentes: en Madrid 146 muertos/1.000 residentes, a mucha distancia de Cataluña, con 106 muertos/1.000 residentes. Y el 20,7% del total de fallecidos en toda España en residencias (datos del 4 de abril). Viendo estos datos, viendo los de educación y las ayudas 0 que Ayuso ha dado a los hosteleros durante estos meses de pandemia, no se explica el desmedido orgullo que la presidenta de Madrid manifiesta en todas sus intervenciones.

¿Puede estar orgulloso quien gobierna Madrid con estos datos? ¿Pueden los ciudadanos madrileños ir a votar el próximo 4 de mayo, sólo con el sentimiento de sentirse libres por encontrar abiertos los bares y la hostelería, desconociendo la auténtica realidad de Madrid? Ya a finales del siglo XX, el académico italiano de ciencias políticas, experto en la gobernanza reguladora dentro de la Unión Europea y su efecto sobre el déficit democrático percibido de la Unión Europea,  Giandomenico Majone, sostenía que el papel de los expertos en la toma de decisiones estaba siendo más importante que el de los propios políticos porque podían valorar mejor los intereses de los ciudadanos a largo plazo, mientras que los políticos, y más en tiempo electoral, trabajan a corto plazo, sin tener en cuenta las consecuencias y los resultados de unas decisiones que ponen en riesgo la vida de sus ciudadanos. Hoy pocos dudan de que tenemos ciudadanos expertos que están más capacitados que los políticos electos para enfrentarse con las complejidades técnicas de la actualidad; la pandemia del Covid lo está demostrando; Majone lo resumía así: “la segmentación del proceso democrático en periodos relativamente cortos, como son momentos electorales, tiene consecuencias negativas importantes cuando los problemas a los que se enfrenta la sociedad requieren soluciones a largo plazo”. Idéntica reflexión se pueden hacer a los votantes madrileños del día 4: votar teniendo en cuenta sólo esa engañosa libertad a la madrileña, que se atribuye a sí misma la señora Ayuso, nos traerá fatales consecuencias, no sólo en sanidad, como es evidente, sino en economía y en educación, de las que no andamos sobrados.

El mayor riesgo que corren las próximas elecciones no está en la confrontación ideológica sino en la desinformación con la que muchos ciudadanos van a ir a votar

Estamos viendo en estos atropellados debates, y de cara al voto electoral, que el mayor riesgo que corren las próximas elecciones no está en la confrontación ideológica, que casi ni ha existido, sino en la desinformación con la que muchos ciudadanos van a ir a votar: ese es el riesgo del “votante volátil”, inconsistente en sus preferencias partidistas, debido a la incapacidad de algunos partidos y sus entornos mediáticos para diferenciar los hechos de las opiniones. Van en aumento las probabilidades de que muchos ciudadanos cambien de preferencia entre una elección y otra; son cada vez más endebles las adhesiones incondicionales partidistas. No reflexionar sobre ello es hacer posible que la desconfianza hacia los partidos políticos aumente y se añoren tiempos pasados de partido único y no precisamente democrático. La presencia de Vox en las Instituciones de gobierno no serían ya una posibilidad sino una realidad, la política quedaría devaluada y la democracia, tocada. ¿Cómo encajaríamos estos fenómenos? Se correría el riesgo de hacer lo que hicieron Thelma y Louise en esa película estadounidense dirigida por Ridley Scott: precipitarnos al vacío. De aumentar la indiferencia de los ciudadanos por la democracia, estaríamos en esa peligrosa línea roja de que la democracia se vuelva irrelevante. De ahí esa frase que muchos se atribuyen: “la democracia es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos”.

¿Qué impacto ha tenido, sobre los partidos políticos, esta degradación del componente popular de la democracia? Más, ¿qué papel han desempeñado los propios partidos en este proceso? Los partidos, en el pasado, han desempeñado un papel trascendental como constructores de gobiernos y, la mayor parte, gobiernos democráticos. Aunque imperfectos por los tiempos, al menos, desde los griegos, la democracia la crearon los partidos políticos; hoy la democracia moderna es impensable sin la pluralidad de los partidos; esa es una de las diferencias entre democracia y dictadura. ¿Por qué fracasan los países? es un libro prestigioso de los economistas Daron Acemoglu y James A. Robinson en el que explican las razones que responden a la pregunta del título. La misma pregunta nos podemos hacer acerca de los partidos políticos. ¿En qué sentido están fracasando hoy los partidos?: la razón fundamental es que los partidos ya no son capaces de conectar con los ciudadanos; éstos son cada vez más reacios a comprometerse con ellos; no se identifican con ellos y reniegan de la militancia; sus problemas, los problemas de los ciudadanos ya no son los problemas de los líderes políticos, los intereses y ambiciones de estos no es de servicio al ciudadano, sino de alcanzar el poder y “ocupar sillones”. Que se lo pregunten a Toni Cantó. En resumen: existe una desafección mutua; el terreno de la democracia como zona de encuentro entre ciudadanos y políticos está quedando abandonado.

Desde mi visión profesional, este desencuentro es porque la sociedad ha abandonado lo que fue el inicio de la democracia política: la reflexión filosófica; filosofía y política siempre han estado, ideológicamente conectadas, a través de la historia: no es posible hacer política sin tener un sustento histórico, en el cual apoyar nuestras creencias e ideas. Hay que acudir de nuevo a Aristóteles para quien “el conocimiento del blanco que, como arqueros, tenemos que buscar para nuestra vida, pertenece en última instancia a la política”. Fue “la polis” (la ciudad) la que sirvió para Aristóteles el horizonte físico que abarcaba los valores del hombre. La función arquitectónica de la política se inició en la arquitectura de la búsqueda de la felicidad a través de su filosofía; y no tiene ninguna duda: la felicidad es el fin al cual tienden todos los hombres consciente y explícitamente. Pero una felicidad que no son ni el poder, ni el placer, ni las riquezas ni el goce; éstas son respuestas insuficientes para alcanzar la felicidad. Como escribe en su Ética a Nicómaco, “el honor lo buscan todos, especialmente los que se dedican activamente a la vida política, ya sea por vanagloria o porque lo entienden como prueba y reconocimiento público de su virtud; la vida dedicada a amasar riquezas es, al final, la más absurda y la más inauténtica, porque equivale a buscar cosas que, como máximo, tienen valor de medios, pero nunca de fines”. El hombre bueno, dice Aristóteles, “actúa mediante la parte racional de sí mismo: el intelecto, que es su parte dominante y mejor”. Es por aquí donde aparece la famosa concepción aristotélica del “justo medio”, la justa proporción que es la vía media entre dos excesos; pero el justo medio no significa mediocridad. “Toda persona que posee ciencia -dirá el filósofo- evita el exceso y el defecto, mientras que buscará y preferirá la vía media, que se establece no con respecto a las cosas, sino a nosotros mismos”. En otras palabras, el justo medio es el punto más elevado desde la perspectiva del valor porque marca el límite de la razón sobre lo irracional. En todas sus obras, especialmente en su Ética a Nicómaco, Aristóteles nunca vaciló en señalar a la justicia como la más importante de las virtudes que pueda alcanzar el ser humano. Para él, el significado específico de la justicia se refiere prácticamente a la repartición de los bienes, de los beneficios, de las ventajas y de los privilegios sociales y ciudadanos. Y así lo sintetiza: “El hombre político es el hombre justo o no es ni siquiera hombre”. Hemos asistido en estos días de campaña electoral a todo menos a practicar la virtud de la justicia, el sentido común y la responsabilidad. Si los electores madrileños no elegimos para el gobierno de la Comunidad a una persona justa como describe Aristóteles, Madrid y los madrileños habremos fracasado y su gobierno estaría, como dice Peter Mair, “en el vacío y la mentira”.

Gobernando en “el vacío y la mentira”