viernes. 29.03.2024
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Gabilondo, en un acto de campaña. (Foto:PSOE)

Catedrático de filosofía, lector de Marco Aurelio y de Kant, rector, ministro de Educación, socialista sin carnet y sobre todo gran persona, Ángel Gabilondo ha renunciado a coger el acta de diputado autonómico, iniciando así, en un gesto que le honra, un proceso de renovación de cargos y de políticas tan necesario para los socialistas, pero sobre todo para la ciudadanía madrileña, tras los desastrosos resultados de las elecciones del 4 de mayo pasado.

Gabilondo debió ser presidente de la Comunidad ya en 2015, la primera vez que se presentó a las elecciones autonómicas de Madrid, si no hubiera sido por la irresponsabilidad de IU Federal, que un ejercicio más de contradicción decidió no apoyar a quien era su candidato por Madrid, Luis García Montero, que obtuvo el 4,16% de los votos y no pudo entrar en la Asamblea por esa falta de apoyo al límite del 5%. Hubiera sido un gran presidente de un Gobierno de izquierdas y otra perspectiva de libertad tendríamos en esta tierra madrileña.

En 2019 encabezó la lista más votada, pero tampoco pudo gobernar por el pacto del PP con Ciudadanos y Vox.

Y ahí en la oposición y con la pandemia, Gabilondo vivió sus horas más duras. Con una presidenta como Ayuso, de nula gestión y llevada en su simpleza a las palabras vacuas y a la confrontación con el Gobierno de España, Gabilondo no fue un buen opositor. Él lo reconocía, su forma de hacer política y más aún de hacer parlamentarismo, se basa en la palabra, en el razonamiento sobre lo complejo, nada dado a las simplificaciones y menos aún a las simplezas. Y sus preocupaciones tienen que ver con lo público, con las personas que están en el margen y necesitan del Estado, con una visión de la libertad que no puede nunca desvincularse de la igualdad, de la libertad para todos y todas, no sólo para unos que eligen, mientras que los demás se someten a la necesidad. Pero su discurso no cabía en ese escenario. Él no ha sido un “killer” parlamentario, tampoco uno político cuyo lenguaje es la radicalización o el esperpento.

Aceptó disciplinadamente no presentar moción de censura durante estos dos años –sólo a última hora y forzados por la convocatoria de elecciones de Ayuso-, aunque le incomprensión y la crítica de militantes socialistas y de ciudadanos de izquierdas, y las gentes, los suyos de siempre, le dieron por descontado. Pero también disciplinadamente aceptó volver a ser candidato ante la aceleración de la convocatoria electoral última. Y, peor aún, se vio obligado a asumir una estrategia electoral y unos mensajes con los que se sentía incómodo, que no compartía, como la no subida de impuestos en una comunidad como la madrileña, con los impuestos para los ricos más bajos de toda España, para buscar votos de Ciudadanos que nunca llegaron, estrategia que tuvo que cambiar en mitad de la campaña para gravitar entre fascismo y antifascismo al albur de los spindoctors de turno, sin casi poder hablar de los problemas de los madrileños, que tan bien conoce. Todo fuera del sentido común y además al margen de los socialistas de Madrid.

Y perdió, y perdimos todos y todas los socialistas, y perdió Madrid. El PSOE tiene pendiente una catarsis, una renovación global que recupere la autonomía del Partido Socialista de Madrid no sólo respecto a la dirección federal, sino más aún respecto de la Moncloa, que ha venido imponiendo medidas que no han tenido en cuenta las condiciones singulares de Madrid. Inicialmente la resistencia se manifestó con una palabra clave, un “cambio ordenado”, lampedusiano. Todos quietos, pero eso sí, Gabilondo al final del banquillo.

Ángel ha hecho el gesto que muchos le pedimos: renunciar, dar un paso a un lado, marcar un camino por el que han de seguir los demás, los responsables del desastre. Muchos socialistas se lo agradecemos. Le honra. Como todo lo que hace.

Manuel de la Rocha Rubí
Ex diputado socialista por Madrid

El gesto de Ángel Gabilondo