jueves. 25.04.2024
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Ucrania intenta resituar en la conciencia europea y mundial el concepto de genocidio, teniendo en cuenta que podemos hablar de dicha  atrocidad, tal como está reconocida internacionalmente, cuando se procede a la aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos. ¿Está ocurriendo esto en Ucrania? Habrá que tener pruebas contundentes que puedan ser llevadas a un tribunal internacional. ¿Se puede dar el caso paradójico de que un régimen político llevara a cabo un genocidio sobre su propia población y que el sistema renovado perviva sin que haya habido rendición de cuentas ni castigo para los genocidas ni siquiera arrepentimiento? El caso de España es notable. Franco le confesó a un corresponsal inglés, Jay Allen, que si tenía que eliminar a la mitad de la población española para ganar la guerra, estaba dispuesto a ello. En realidad, lo que quería decir el dictador es que  mediante el exterminio físico pensaba hacer desaparecer toda ideología contraria al nacional catolicismo, junto a una Iglesia Católica todavía morando en Trento, que concedió a este genocidio nada menos que el título de “cruzada” y a los caídos en el bando fascista la beatificación, cuyos últimos procesos han sido llevados por el Papa “progre” Francisco.

Por eso, Franco tenía la seguridad de la supervivencia del régimen reformado, mediante la creación de una clase media guisada en los pucheros del caudillaje. En el libro Mon roi déchu (Mi rey caído) de Laurence Debray, recoge, en este sentido, declaraciones muy significativas de Juan Carlos I. El emérito describe al dictador como alguien "cercano y amable". Debray afirma que Juan Carlos I "nunca va a criticar a su protector". Es más, Juan Carlos afirma que Franco fue capaz de crear una clase media en España sin la cual "yo no hubiera podido hacer la Transición". Es el franquismo sociológico. No se trataba, es evidente, de sustituir el franquismo por una democracia plena, sino dotar al posfranquismo de la apariencia democrática superficial e imprescindible pata poder convivir y estar en las instituciones europeas y occidentales. Un simulacro, en definitiva, de democracia con las cunetas llenas de cadáveres sin enterrar.

Los déficits democráticos estructurales del régimen suponen una continua crisis institucional que siempre se solventa con la pérdida de soberanía de las mayorías sociales y, consecuentemente, con simas apreciables de desigualdad, corrupción, pobreza de las clases populares, que componen un daguerrotipo imposible de descomponer desde las bambalinas del sistema. Hoy las mayorías sociales viven en una realidad que no les pertenece, dramas individuales y colectivos a las que son sometidas, porque, sin instrumentos ideológicos de autodefensa, se ven abocadas a la violencia de unos intereses y unas estructuras sociales que sólo prosperan con su alienación, incertidumbre y pobreza material. Norberto Bobbio advertía que la democracia sólo es posible cuando el ciudadano tiene auténticas alternativas. Sin embargo, los verdaderos poderes económicos y fácticos escapan en la práctica al sistema de decisiones democráticas. La democracia hoy funciona para lo parcial. No para las grandes decisiones que definen el futuro. Es por ello que la izquierda se halla sumida en una confusión teórica; habla poco de metas a largo plazo; tiende a encerrarse en el pragmatismo de lo inmediato.

Incluso una minoría mayoritaria de carácter rupturista como la que hoy mantiene al gobierno de Sánchez, actúa sobre una realidad ficticia al objeto de conseguir un propósito imposible: negando los antagonismos sociales pretende captar un centro político inexistente. Un tortuoso camino en el contexto de un proceso como el de la Transición que no fue sino aquella aparente mayoría de los vicios de la política franquista y su afán por perdurar, por trascender en el tiempo más allá de lo que la Historia pudiera apreciar como circunspecto. La razón de Estado galvanizó a la ciudadanía hacia un camino inconcuso en el que las libertades públicas y los derechos cívicos no podían contradecir, afectar ni mucho menos diluir al artefacto franquista de intereses, influencia y poder.

Los genocidios íntimos