sábado. 20.04.2024
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Muchos se quejan de la falta de cultura científica en España, trayendo a colación la frase atribuida a Unamuno “que inventen ellos”. Eso es verdad sobre todo entre los empresarios y ejecutivos que toman decisiones en medianas y grandes empresas relacionadas con la ciencia o, al menos, con la tecnología. Y la mayoría de los políticos que decidían hasta hace poco y ahora son leguleyos, vienen del mundo del Derecho sobre todo, aunque este último Gobierno de Pedro Sánchez las cosas van cambiando, siendo el propio Presidente economista y no jurista. Por ejemplo, es conocido que cuando Aznar llegó a la presidencia de Gobierno liquidó a los directivos de AENA –gran parte de ellos eran ingenieros aeronáuticos– y puso a dirigir esta empresa pública de la aviación a licenciados en Derechos que, lógicamente, no tenían ni la más remota idea de temas aeronáuticos. Claro, que también hizo lo propio con Telefónica al nombrar a un especulador en bolsa como era Villalonga, sin conocimientos técnicos al frente de la empresa. La razón es que ambos –Villalonga y Aznar– habían sido compañeros de pupitre. Todo ello es lamentable y este atrevimiento denota la falta de sensibilidad de muchos de nuestros empresarios y políticos ante el conocimiento científico. Por ello no vendría mal que muchos de estos leyeran una obra excepcional de divulgación científica como la escrita por el físico Marcus ChownEl universo en tu bolsillo, que tiene toda la pinta de convertirse en un clásico en la materia. Aunque el original en inglés es del 2013, aquí se reservaron los derechos en el 2015 y se ha publicado por RBA Bolsillo en el 2019. Demasiado retraso, pero más vale tarde que nunca. Si los Aznar y Villalonga de turno leyeran libros como este a lo mejor no harían las estupideces que hicieron ni aceptarían cargos importantes desde la más absoluta ignorancia. La esperanza es que hay un nivel crítico de españoles que sí están interesados en la ciencia como se demuestra la venta de libros de divulgación y los llenos a las conferencias y seminarios abiertos sobre ciencia y tecnología que se dan en nuestra piel de toro.

Volviendo al libro de Chown, el autor ha escrito un texto que lo explica todo aunque no sea una teoría del todo, ese sueño que parece imposible como da a entender el propio autor del libro en los capítulos sobre la mecánica cuántica como luego veremos. Pero lo importante son sus dos cualidades: un gran conocimiento de las cosas que explica y un saber explicarlo que es difícil de igualar. Y con ello, además, se rompe el tópico que lo importante es saber explicar las cosas: no, lo primero es saber, sin más, y luego saber explicar, tener olfato periodístico del bueno, saber interesar al lector, ponerse en su piel, sabiendo que los niveles de conocimiento de los destinatarios son muy distintos pero con algo en común: sentido de la curiosidad, que es la madre de la ciencia, siendo el padre el experimento y la elucubración (los experimentos mentales de Einstein). Chown explica con lucidez, sencillez y con sentido de la sorpresa la biología, la física, la cosmología y hasta aspectos de la economía. Incluso de esto último lo hace con frescura y sencillez aunque no sea un especialista. Quizá lo más interesante del libro es cuando intenta sorprender al lector con afirmaciones que, siendo rigurosas, ni siquiera los más avezados en lectura voraz de obras de divulgación han caído. El propio título de este artículo es una frase que Chown sintetiza al intentar explicar el mecanismo de selección natural de origen darwiniano: en efecto, una gallina es la manera en la que la selección natural ha encontrado para asegurar la descendencia de esta ave, pero la frase que la sintetiza y que es el título de este artículo es genial y sorprendente. Todo el libro está transido de esta intención y su realización es notable. Veamos otras. Por ejemplo –y aunque no sea una simple frase– nos dice el autor del libro que “un cohete que se eleva dejando atrás una espesa nube de humo… y un bebé que da una patadita en un momento de alegría… es una misma reacción química”. (pág.75). Otra: Chown sintetiza la Química con la frase “En esto consiste básicamente toda la química: en la reorganización de los electrones” (pág 41). Es conocimiento elemental y mostrenco la importancia de los electrones –especialmente los que están en la última capa del átomo– en la propiedades de los átomos y, por ende, de la materia, pero la palabra “reorganización” –en este caso y como ejemplo– es lo que le da ese punto de sorpresa y profundidad al libro y que hace tan atractiva su lectura. Más. La vida en este planeta es de una complejidad casi inabarcable para el conocimiento al menos en sus manifestaciones, pero no así en cuanto a su causalidad, y Chown la sintetiza –la causa– “en el aprovechamiento del oxígeno” (pág. 45). Que el oxígeno es importante para la vida es una obviedad y de ello nos damos cuenta porque respiramos, pero que se pueda sintetizar en la forma en que es aprovechada esta molécula por los seres vivos como la hace este físico no deja de ser instructivo, aunque la sorpresa no sea de sobresaliente. Hablando del campo de fuerzas eléctrico y las células nos dice que “… las células terminan siendo aniquiladas por sus propios relámpagos internos”. Pues en este caso no lo voy a explicar y el que quiera saber el porqué que compre el libro que vale en su versión sencilla 9,95 euros, menos incluso que un menú en un restaurante barato. Chown lleva a cabo la ejemplaridad de su frase sobre el huevo y la gallina hablando sobre el ADN que “es la única razón de ser de todos los objetos que existen”. (pág. 92). Aunque no lo menciona la frase está en paralelo con el famoso libro de Richard Dawkins El gen egoísta, un clásico ya de los libros de divulgación científica. Cuando llegamos al análisis del cerebro nos dice el autor que hay dos tipos de animales: “los animales y los animales que no tienen cerebro: a estos últimos los llamamos plantas” (pág. Pág. 105). No tengo palabras. En un momento determinado del libro Chown recoge una frase de un tal Peter Atkins diciendo que “todos –se refiere también a los seres vivos– somos máquinas de vapor” (pág. 266). Otras expresiones-resumen de lo que intenta transmitirnos con tanto acierto exigen más de una lectura como la de que “La vida es la solución de la naturaleza al problema de cómo preservar información a pesar de la segunda ley de la termodinámica” (pág. 275), frase que no es del autor del libro comentado sino de H. Resnikoff. Y si en la divulgación del conocimiento sobre biología y bioquímica está brillante y sorprendente, cuando llega la mecánica cuántica muestra un dominio divulgativo inigualable. Al menos yo no lo he encontrado en los cientos de libros que he leído de divulgación científica. Por ejemplo, como cuando explica el porqué no puede existir una teoría del todo a partir de la propia mecánica cuántica. Viene a decir que una teoría determinística como la teoría de la relatividad impediría la diversidad del universo y ello solo es posible por el componente aleatorio que da las propiedades de la naturaleza descritas por medio de la mecánica cuántica. Para más explicaciones leer el libro. Por último, señalar la explicación que da de por qué deben existir universos donde haya copias de cada unos de los entes de este planeta y de sus individuos y de todos los existentes en otros planetas. Ahí lo dejo para el que sienta el cosquilleo de la curiosidad.

1El Universo en tu bolsillo, por méritos propios, merece caminar al lado de los clásicos de la divulgación científica, como lo son el libro de Dawkins mencionado Los tres primeros minutos del Universo de Steven WeinbergLa imagen de la naturaleza en la física actual de Werner Heisenberg, las Reflexiones sobre el espacio, la fuerza y la materia del gran matemático –uno de los 5 grandes de la Historia– Leonhard EulerEl azar y la necesidad de Jacques Monod. También lo son muchos de los libros de Asimov, Hawkings, Feymman, Prigogine o del propio Einstein. Y en España tenemos excelentes científicos y divulgadores, siempre castigados presupuestariamente porque la llamada burguesía como poder fáctico en este país ha despreciado la ciencia. Aún ocurre y, a pesar de todo, hay que señalar la obra divulgativa además de la científica de Cajal y, más modernamente, la de Faustino Cordón. Este último tiene dos obras maestras de divulgación –además de su obra científica–: Cocinar hizo al hombre y La naturaleza del hombre a la luz de su origen biológico. Que la obra de Cordón sea monopolio de los especialistas es una vergüenza y un baldón en nuestras conciencias. Reconocer, por último, la labor investigadora y divulgativa de la historia de la ciencia de Jose María Sánchez Ron y de aportaciones singulares como las de Ramón Marqué (Descubrimientos estelares de la física cuántica) o Manuel Toharia (Hijos de las estrellas).

Un defecto del libro –con permiso de la ministra Celáa– es que no emplea las matemáticas. Sí, he dicho que no las emplea, en contra del tópico de que se puede aprender ciencia sin matemáticas. Algo se puede hacer, pero ese conocimiento andará cojo y bizco: cojo, porque tropezará con un obstáculo insalvable y bizco, porque nunca lo verá con la perspectiva adecuada. No se trata de pedir a los divulgadores las demostraciones, pero sí que empleen las matemáticas como lo que son: un lenguaje, además de un conjunto de relaciones lógicas entre entes abstractos que llamamos o son variables (no siempre). Una fórmula bien explicada, al igual que una imagen, vale más que mil palabras. El libro de Chown carece de fórmulas que nos ayudara a entender mejor lo que nos dice sobre termodinámica, electromagnetismo o mecánica cuántica, y eso es un defecto y no una virtud. Es posible que sin fórmulas se venda más pero siempre se comprenderá peor, y ello -y en este caso- a pesar del hercúleo esfuerzo de Marcus Chown por hacernos entender lo que sabe la ciencia del mundo, el demonio y la carne. Ha sido un placer dialogar con Chown en este verano del coranavirus porque eso es leer: establecer un diálogo entre autor y lector.

Una gallina es la manera en la que un huevo fabrica otro huevo