sábado. 20.04.2024

El golpe militar del 18 de Julio de 1936 (el glorioso Alzamiento Nacional, según la terminología franquista) se quiso justificar en razón a que la nación española estaba en grave peligro de muerte. El relato de los golpistas y, sobre todo, de las derechas que llamaban abiertamente al golpe y conspiraban con los militares pretendía que, en España, era inminente la revolución comunista y que la nación española estaba a punto de desintegrarse.

Poco importaba que el Gobierno del Frente Popular fuera un gobierno burgués, abiertamente opuesto a cualquier aventura revolucionaria o secesionista. Tampoco que la Internacional Comunista promovía una política de frentes populares para responder al ascenso del fascismo en Europa, lo que excluía expresamente la revolución comunista al menos a corto plazo. Como dijo un clásico no dejes que la verdad te estropee un buen titular.

Alzarse contra el gobierno legítimo, recién salido de unas elecciones libres, no era adelantarse a la inminente revolución ni tampoco a la ruptura inminente de la nación española. Pero, en los años 30, el miedo a la revolución comunista era el principal factor que explica la posición de las derechas en toda Europa. En particular explica la ayuda de los conservadores a que Hitler y Mussolini llegaran al poder. Explica también la fascinación que nazis y fascistas ejercían sobre, al menos, una parte de la derecha que consideraba la democracia liberal caduca y decadente.

El franquismo planteaba un dilema existencial: para que España siguiera existiendo tenían que dejar de existir las izquierdas

Franco consideraba que las izquierdas (incluidos los sindicatos) eran enemigos mortales de la nación española. Subrayo lo de enemigos mortales para que quede claro que a los rojos y a los separatistas no los consideraba adversarios políticos, sino enemigos mortales de España a los que había que aniquilar. El franquismo planteaba un dilema existencial: para que España siguiera existiendo tenían que dejar de existir las izquierdas, había que extirpar de raíz la mala hierba que amenazaba la existencia misma de la nación española. El holocausto español quedaba, así, políticamente justificado. El régimen franquista se cimentó sobre una montaña de cadáveres, sin olvidar a los cientos de miles de internados en campos de concentración, exiliados, encarcelados y represaliados de todo tipo. Esta es la incómoda verdad que salta a la vista cada vez que se abre una fosa y esa es la razón por la que PP y Vox se oponen a la Ley de Memoria Histórica.

El Régimen trató de inculcar a los españoles la idea de que las izquierdas, conchabados con los nacionalistas, se proponían acabar con España y que España se salvó de tan avieso plan gracias a Franco y a su Alzamiento. En las escuelas los niños fuimos adoctrinados con aquella asignatura de “Formación del Espíritu Nacional”. El aparato de propaganda franquista repetía hasta la saciedad esa misma idea durante los 40 años de dictadura. Por conveniencias de la guerra fría, a partir de los años 50, el censo de enemigos de la patria quedó fijado en el comunismo.

La transición supuso la ruptura de las derechas con el ideario franquista, al menos en un punto esencial. Las izquierdas pasaron de ser los enemigos de España a los que había que aniquilar a ser los adversarios electorales a los que había que ganar. La legalización del PCE fue el punto de ruptura de las derechas con lo esencial de la ideología franquista. Cuando Fraga presentó a Carrillo en una famosa conferencia simbolizó el cambio que se estaba produciendo en las derechas españolas.

Escuchando a Ayuso, tengo la impresión de que el árbol del franquismo ha retoñado. 

Desde entonces, creímos enterrado y olvidado el argumentario fundamental del golpe del 36. Pero escuchando a Ayuso, tengo la impresión de que el árbol del franquismo ha retoñado. Ayuso denuncia enfáticamente que existe un plan para implantar en España una dictadura comunista, en su versión bolivariana, cubana o lo que sea, según el día. Pero si en los años 30, bajo el influjo del éxito de la revolución bolchevique el temor a una revolución comunista tenía algún fundamento, ahora, tras la desaparición del comunismo en Rusia (y en casi todas partes), hablar del peligro comunista no tiene base alguna. Tan improbable es ese peligro que uno está tentado a pensar si Ayuso sufre alucinaciones. O si, tras la exhumación de Franco, ha sido poseída por su espíritu.

El diagnóstico alucinógeno se confirma escuchándola explicar que ETA (disuelta hace 10 años) existe y, además, gobierna en España. Según Ayuso, nos acercamos a la ruptura de la unidad nacional mediante la creación de una república comunista vasca en el golfo de Vizcaya. Lo cual tiene tanta probabilidad de ocurrir como que a mí me nombren obispo de Almería: no es un imposible metafísico, pero es tan poco probable que si yo expresara en público mi preocupación por tal eventualidad, los míos pensarían, con razón, que he perdido la cabeza. 

Pero Ayuso no ha perdido la cabeza. Decía Marx que la historia se repite dos veces, la primera como drama y la segunda como farsa. Adoptando el argumento justificativo del golpe del 36, si bien adaptado al mundo de hoy, Ayuso ha montado una farsa. Su “o Sánchez o España” es pura farsa.

Es una farsa útil, sin embargo, porque mientras hablan de Bildu y sus candidaturas, el PP no habla de otra cosa, en concreto no habla de las cosas de comer.

Armar el cuento del plan de Sánchez para desguazar España le permite a Ayuso ofrecerse como salvadora de la patria

Es útil también porque las derechas, para ganar las elecciones necesitan reunir todos sus votos y conseguir que una parte de los votos de la izquierda se pierdan. El desgaste del PSOE es la prioridad electoral del PP. Para ello recurren a hipérboles, disparates e infamias, pero sobre todo, a las “fakes”. El objetivo del cuento de Ayuso no es ganar votos, sino que los pierda el PSOE. Y si esto es así en una elecciones municipales y autonómicas, preparémonos para lo que vendrá en la campaña de las generales.

Armar el cuento del plan de Sánchez para desguazar España le permite a Ayuso ofrecerse como salvadora de la patria. Ayuso pretende que España es Madrid y lo demás son meras provincias. Y si lo que está en juego es un reto existencial, el ser o no ser de España, lo de la sanidad, la vivienda, la educación etc. son puras zarandajas sin trascendencia. Así ahorra de explicar su gestión. De paso, trata de reducir a Vox, diciendo barbaridades más gordas. Y, finalmente, pero no menos importante, aspira al papel de lideresa de facto del PP ante la evidente falta de vigor de Feijoo y su no menos evidente falta de propuesta. Así es que todo aprovecha para el convento.

La farsa de Ayuso implica la involución de la derecha española hacía el trumpismo. Una involución que, como se ha visto en EE UU, es un grave peligro para la democracia. Mucho me temo que la izquierda no está bastante preparada para hacer frente a esa amenaza.

¿Franco vive?