jueves. 18.04.2024
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Las derechas han tenido desde siempre una idea patrimonial del poder. Es un hecho constatado que en España no resulta una excepción. Hasta ahora el sistema político emanado de la transición del 78 había garantizado la norma no escrita que la derecha ejercía el poder y la izquierda -o al menos lo que entienden como tal la mayoría de los votantes- de vez en cuando tiene la ocasión de administrarlo. Al fin y al cabo el centro izquierda o la socialdemocracia que terminó derivando en el socioliberalismo, suponía el  el sostenimiento del régimen bipartito. Una legitimidad diferente a la mano dura, que durante décadas mantuvo las estructuras del poder inalterables, y que en 2011 se empezó a desmoronar. 

Los elementos constitutivos del sistema han entrado en shock. Aunque todo indica que hay una operación de rescate en marcha, la impresión es que nadie sabe el camino que hay que transitar. El hecho nacional español no se ha resuelto, y  no hace falta haber cursado la carrera de Historia para darse cuenta de ello. Basta con seguir los informativos o el debate electoral entre portavoces. Vox pide la ilegalización de los partidos nacionalistas e independentistas y la criminalización de los CDR... y a la petición se une el Partido Popular y Cs en la Asamblea de Madrid. Cierto que lo hicieron en campaña electoral. Pero tan cierto como que el devaluado nacionalismo español se basa fundamentalmente en el odio al nacionalismo periférico: a Cataluña especialmente, y en menor medida... a Euskadi. Sin ETA matando, el PNV representa esa derecha responsable, y el dique seco de la izquierda abertzale, temerosa para las oligarquías del Estado a pesar de su moderación. 

El ascenso de Vox muestra una ruptura social evidente que de no remediarla pronto todo el edificio se verá en ruinas por un devastador efecto dominó

No hay duda de que el sistema político español ha llegado a ‘la pendiente resbaladiza’ y si no lo ha hecho aún… está a punto de alcanzarla. España consideraba que la presencia de la extrema derecha sin careta no iba con ella. Las sucesivas elecciones desde las andaluzas hasta las últimos comicios generales causaron que este pueblo dejara de mirarse el ombligo por no albergar en el Parlamento nada parecido a Trump, Salvini u Orban. Y ahora los abascales de turno marcan la agenda.

El ascenso de Vox muestra una ruptura social evidente que de no remediarla pronto todo el edificio se verá en ruinas por un devastador efecto dominó. A pesar de algunas renuncias el sistema se sigue cerrando sobre sí mismo embarcándose en una huida hacia adelante. El equilibrio centro/periferia ha quebrado, los partidos periféricos que hasta hace bien poco garantizaban la gobernabilidad a golpe de cartera, han dejado de hacerlo y se han embarcado en una nueva encrucijada que pone patas arriba lo que hasta ahora se daba por establecido. No se puede pasar por alto que la monarquía como uno de los pilares del actual sistema, sigue dañada a pesar de la cesión del trono por parte rey emérito en favor de su hijo Felipe, y con la bendición de PP y PSOE. Los golpes que ha recibido esta institución arcaica han cuestionado tanto su utilidad que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) no la incluye en sus barómetros desde el año 2015. 

Resulta esclarecedor que por primera vez en la historia reciente de España las élites económicas expresen de forma descarada y sin tapujos sus preferencias de quién debe gobernar y quién no

La Constitución del 78, elevada a libro sagrado, ya no puede hacer frente a la España plurinacional que la derecha está empecinada en negar, la región más rica del Estado cada vez se halla más cerca de la puerta de salida y en una crisis de fe: cercana a la ruptura. Dramático, si se toma en cuenta que la biblia del bipartidismo se aprobó hace 41 años con más del 90 por ciento de votos favorables en Cataluña.

Bien entrado el siglo XXI la mayoría de la población catalana quiere decidir en una consulta y apoya la liberación de los condenados del procès. El camino iniciado con la judicialización del Estatut ha desembocado en una votación como salida al conflicto. Lo que causa pavor en las filas de las fuerzas políticas del sistema bipartito. Como respuesta las élites políticas, económicas y mediáticas de este país se han aliado para ofrecer una salida a la actual situación en la que se halla inmerso el sistema pero de momento su esfuerzo cae en saco roto. 

Resulta esclarecedor que por primera vez en la historia reciente de España las élites económicas expresen de forma descarada y sin tapujos sus preferencias de quién debe gobernar y quién no. En esta operación de salvamento no hay que descartar nada. Ni siquiera la subida incontestable de un partido filofascista, no hay que olvidar que en la política el miedo siempre ha sido un bien muy apreciado. Las oligarquías españolas prefieren llegado al caso a un partido neoliberal, xenófobo y machista que garantice la acumulación de la riqueza que una izquierda, por posibilista que ésta sea. Dicha idea puede parecer peregrina, pero si lo fuera… ¿Cómo se explica el ascenso tan insólito de un partido que hace apenas unos meses era un absoluto desconocido? Y sobre todo: ¿Cómo se explica que los grandes medios hayan normalizado tan rápidamente un partido con un claro discurso de odio?

El surgimiento de un partido filofascista que niega la existencia de otros partidos y los grandes consensos sociales ante la violencia machista, unido al cierre en falso del ciclo político que inauguró el 15M revelan síntomas de una degradación inequívoca de nuestra democracia

El 10N ha arrojado un escenario inédito. A día de hoy todo indica que habrá un Gobierno de coalición entre Unidas Podemos y el Partido Socialista cuyo preacuerdo se fraguó en horas, el mismo que apenas meses atrás parecía inalcanzable. Los 52 diputados de la ultra derecha que cuestiona todos y cada uno de los consensos sociales y políticos supuestamente consolidados, además de poner en jaque a la derecha clásica la arrastrarán todavía más a su marco discursivo. A la fuerza obligarán al Gobierno español a buscar acuerdos con los partidos de los dirigentes del procès en la cárcel y en el exilio. Hecho que las derechas aprovecharán para sembrar más discordia si cabe. Por su parte, los partidos  nacionalistas e independentistas catalanes tienen la espada de Damocles en forma de elecciones autonómicas y generales. ERC se encuentra presa de su propia estrategia tras señalar a Unidas Podemos en la última investidura fallida por exceso de ambición al no aceptar los ministerios y la vicepresidencia que entonces propuso Pedro Sánchez. Todo ello arroja un escenario extremadamente inestable y difícil de gestionar por parte de un Gobierno que de partida es enormemente débil. 

Ni la presencia de Unidas Podemos en el ejecutivo garantiza el indulto ni la amnistía  como mecanismos que nos pondrán en el camino hacia la solución al problema catalán. El Gobierno en coalición tal vez  no añada gasolina al fuego de la criminalización de los activistas catalanes. Igualmente le resultará difícil neutralizar los alegatos de la derecha, y ultraderecha, así como los de los principales medios de comunicación contra las protestas en Cataluña

Tampoco los partidos independentistas con representación pueden hacer de interlocutores con los CDR y el Tsunami Democràtic. A pesar de la enorme importancia de la crisis catalana huelga decir que la crisis del régimen del 78 no se sustancia únicamente en base al eje territorial. El eje social es fundamental y sin duda otro telón de Aquiles del actual sistema político español. En relación al primero hay que señalar que la izquierda adolece de una incapacidad histórica. Nunca ha sido capaz de articular un discurso fuerte y creíble alrededor de la idea de patria o nación. La derecha españolista se apropió de la idea de España con una facilidad asombrosa, obligando así a los demás a amoldarse a su relato que no ha hecho más que enquistar la situación. En cuanto al eje social durante un tiempo la izquierda parecía haber ganado la batalla del relato, la crisis del 2008 le brindó la oportunidad para rematar la faena pero desgraciadamente debido a sus titubeos, unas políticas erráticas y a la enorme presión de la Unión Europea dejó escapar su mejor ocasión. 

La enorme incertidumbre ha llevado a que finalmente mucha gente optase por votar a un partido de extrema derecha en lugar del centroderecha representado por PP y Cs, donde la izquierda arrastraba una pérdida de arraigo. Lo que paradójicamente redunda en la profundización de la crisis del régimen en torno al eje social pero también el territorial. Se podría decir que son las dos caras de la misma moneda, la derecha lo sabe y por ello no dejará de azuzar el odio del penúltimo de la fila hacia el último, así como a todo nacionalismo periférico. 

Es posible que el anuncio del preacuerdo para un Gobierno de coalición entre UP y PSOE haya generado cierto alivio entre los votantes de la izquierda pero a lo sumo no resulta más que una tregua. Con la incógnita agregada sobre las externalidades que genere dicho gobierno, que a priori se antojan muy complicadas de alcanzar.

El PSOE como partido hegemónico del régimen nunca pudo superar la idea de España que se implantó en el franquismo a pesar de gobernar durante más de dos décadas. Hasta el momento ha necesitado al PP para tapar el sistema de partidos que hace aguas, y que actualmente le garantiza que España siga siendo obediente a los mandatos de Bruselas. Ante la mayor crisis institucional desde la transición y sabiendo que guardar silencio ya no resulta una opción, otra incógnita será el desenvolvimiento de la formación que venía a impugnar al régimen del 78, y ahora se encuentra a las puertas de entrar en el Consejo de Ministros. 

El futuro Gobierno no podrá negar la debilidad del régimen, como tampoco convencerá a la población que lo que sucede en Cataluña es una crisis de convivencia. Puesto que en un conflicto de este tipo no se cuestionan las bases fundacionales del Estado. Si se toma como ejemplo a Los Chalecos Amarillos, se aprecia claramente que a pesar de la enorme conflictividad de las manifestaciones: la idea de Francia como Estado nacional nunca se puso en duda. 

Ante los primeros quiebres del Gobierno, el PSOE volverá a sacar la carta de Cataluña, y quién sabe si romper antes de lo previsto el pacto con Unidas Podemos.

Quizás el sueño de la gran coalición de Felipe González y Mariano Rajoy no ha sido posible porque el sistema de partidos ha implosionado. Sobre todo en la trinchera de la derecha. El buen resultado de Vox y la debacle de Cs alejaron al PP de dicha posibilidad. Ante este dilema, Casado no quiere perder la hegemonía de la derecha, y en la oposición tendrá la misma contundencia que los de Abascal. El blanqueamiento de la extrema derecha continuará, tanto Cs como PP tienen un programa económico hecho ad hoc para las élites. Con los naranjas fuera de combate, en Génova preocupa el papel de derecha antiestablishment en España que interpreta Vox. Aunque la opción de realizar un cerco sobre la ultraderecha queda descartada. Igualmente los trumpistas seguirán condicionando la agenda política e institucional de este país. De hecho ya lo hacen en aquellos ayuntamientos y las comunidades autónomas donde los de Abascal tienen una presencia significativa. Hasta el punto que si éstas sirven para marcar la agenda de la ultraderecha, toca replantearse si tienen utilidad hacerlas en las distintas cámaras.

Ante tanta incertidumbre, surge la certeza que los políticos que se encuentran en la pomada carecen de la suficiente altura de miras para mirar más allá de sus propios ombligos. Vuelve el alejamiento de la política por parte de la población y persiste la debilidad de otras organizaciones tan necesarias en un sistema democrático como los sindicatos.

El surgimiento de un partido filofascista que niega la existencia de otros partidos y los grandes consensos sociales ante la violencia machista, unido al cierre en falso del ciclo político que inauguró el 15M revelan síntomas de una degradación inequívoca de nuestra democracia que reclama nuevos consensos si se quiere superar el marco actual. El esfuerzo de los políticos que lo podrían hacer, no parece encaminado en esta dirección. Tal vez el colapso ya se ha producido, y solo falta la certificación de Bruselas y domar a quienes primero iban a tomar el cielo por asalto, luego optaron por cercarlo, y finalmente solo accederán a algunos ministerios para ganar un poco más de tiempo. O tal vez la próxima versión de L’ Estaca será la definitiva, y la cantaremos pronto.

España vota, la crisis persiste